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Mientras tantoLa verdad desagradable

La verdad desagradable


Para reencontrarme con la lectura, con el placer de la lectura, recurro a Gil de Biedma. Como siempre. Me compro su correspondencia, compilada con el nombre espléndido de El argumento de la obra. Saco de la estantería Las personas del verbo, releo el autorretrato del poeta: «…Y preguntarme por qué no escribo inevitablemente desemboca en otra inquisición mucho más azorante: ¿por qué escribí? Al fin y al cabo, lo normal es leer». Me vienen los dos últimos versos del libro: «Las rosas de papel son, en verdad, / demasiado encendidas para el pecho». Y paso al principio, a la cita de Antonio Machado:

 

Sabe esperar, aguarda que la marea fluya
–así en la costa un barco– sin que el partir te inquiete.
Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya;
porque la vida es larga y el arte es un juguete.
Y si la vida es corta
y no llega la mar a tu galera,
aguarda sin partir y siempre espera,
que el arte es largo y, además, no importa.

 

Después, por la noche, en la cama con sus cartas. Insomnio, desazón. Empiezo por la última y voy remontando los meses, los años. Un enjevecimiento hacia atrás. Me reconozco en la petulancia juvenil y me exaspero; ahí ya no me enseña nada, ya lo hice. Aunque la disfruté en otro tiempo, cuando leí el Retrato del artista en 1956. El domingo lo paso picoteando en su libro de críticas, El pie de la letra, y releyendo sus poemas. Es el primer día fuerte de calor del año. La playa está llena de bañistas. Cerveza en el chiringuito. ¿Cuántas veces habré leído Las personas del verbo? Y siempre encontré novedades. Es la gloria de los buenos poetas breves: su único libro recibe el honor de toda una biblioteca. Por la tarde me adormilo. Salgo otra vez en la última hora de luz, con el libro de las cartas. Está muy bien la introducción de Andreu Jaume. Trata con seriedad al poeta, sin hacer mucho caso de su fama. Quizá haya que empezar a salvar a Gil de Biedma de su fama. Copio este pasaje estupendo:

 

La matización que había sufrido el personaje dramático de sus poemas en Moralidades, desde ‘Barcelona ja no és bona’ hasta la apoteosis de un poema tan largo, complejo y afinado como ‘Pandémica y celeste’, encuentra en Poemas póstumos su definitiva consumación. La destrucción del personaje de Gil de Biedma empieza en ‘Contra Jaime Gil de Biedma’ y culmina en ‘Después de la muerte de Jaime Gil de Biedma’, una de las pocas muertes en vivo de la historia de la literatura. El desenlace muy probablemente le provocó un problema operativo: una vez muerta en escena la voz que había construido con el monólogo era muy difícil proseguir por ese camino de superposición de máscaras acústicas en que había venido consistiendo su poesía desde los años cincuenta. En una carta del 16 de abril de 1969, le escribió a Joan Ferraté: ‘Es probable, casi seguro, que no vuelva a escribir poesía en cierto tiempo –y es posible, temo, que no vuelva a escribir–; creo pues que quod decet es prepararse para la otra vida’. Aunque su destreza literaria, su astucia verbal y en general su conocimiento poético nunca habían sido tan seguros, paradójicamente se encontró de pronto en un escenario vacío con su propio cadáver en brazos.

 

En esa expresión de su poema más famoso, «la verdad desagradable«, se resume el espíritu de Jaime Gil de Biedma; su herida, su elegancia. La verdad es tomada por su efecto sensual:desagradable. El receptor filosófico es el cuerpo, el gusto. Hay una sutil tragedia ahí. Un tanto afectada, pero preciosa. Clásicamente bella.

 

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