(Radio Futura: De un país en llamas. BMG 1985)
I. A veces sopla un viento triste y frío…
Con este verso comenzaba Auserón el retrato emocionante de un lugar inasible, universal, libre aún de aduanas, ajeno a los GPS. La vida en la frontera era la crónica destilada de un paisaje peligroso y, sin embargo, necesario. Un espacio decisivo, una canción fundamental. Soplaba un viento triste y frío en el panorama español de los ochenta y Radio Futura le prendía fuego con canciones incandescentes. Mejor el fuego. Siempre es mejor el fuego. Y no era fácil delimitar la frontera de un país en llamas cuando el mismo universo estaba ya ardiendo.
Derretidas las fronteras, es más fácil perder el equilibrio. Nos dejamos caer plácidamente sobre las cenizas de las barreras, tras el humo de los límites quemados emerge una luz esperanzadora, el alma trashumante no encuentra ya obstáculos y el hombre, al fin, baila. Y vive: “La vida en la frontera no espera”.
Corría el año 1985, y este tema cerraba el álbum más introspectivo y hermético de la banda. Tal vez por la fuerza de hits como Han caído los dos, No tocarte o El tonto Simón, La vida en la frontera no cosechó toda la atención que merecía. De hecho nadie la escogió para interpretarla en el tributo Arde la calle (BMG 2004), un discutible homenaje a Radio Futura, con algunos participantes de difícil justificación. Pero cuatro años más tarde, en una fiesta del programa Diario Pop de Radio 3, los músicos de Radio Futura se mezclaron con los de El Último De La Fila y se inventaron un grupo tan efímero como impactante: Los Peatones, o lo que es lo mismo: Santiago Auserón, Enrique Sierra, Luis Auserón, Manolo García y Quimi Portet bordando un intenso repertorio de tres temas contundentes: La noche del Hawaiano, de Peret, una recreación reggae del Insurrección de EUDLF, y una versión de La vida en la frontera en la que ya soplaban los vientos africanos y caribeños de la posterior evolución estilística del grupo (y de Auserón en particular). De hecho la canción fue adaptada a esos patrones latinos para su inclusión en los directos de la banda, tal y como quedó reflejado en la versión grabada en 1990, incluida en el álbum Rarezas (BMG 1992). Yo prefiero, en cambio, la original, más turbia, oscura, e inquietante, con los cencerros rítmicos del principio y esos gritos desgarrados al final.
Radio Futura, un grupo claramente decidido a recrear su propia obra, ha resultado ser un grupo de muy poco alcance virtual (algo bastante coherente con su esencia): no hay en Internet ni un solo testimonio audiovisual de esta maravillosa canción, y a pesar de ser un grupo esencial, su presencia en Youtube es escasa. Tampoco es muy evidente su capacidad de influencia en nuevos grupos del siglo XXI. Y, a tenor de algunos mestizajes un tanto bochornosos, casi no hay que lamentarse. A este respecto cabe recordar las palabras de Kiko Veneno (compañero de viaje de Auserón en la magistral gira “Juan Perro y Kiko Veneno vienen dando el cante”), quien decía que cuando escuchaba los éxitos de flamenquito que ponían en las radios comerciales, no podía dejar de preguntarse: “Habré tenido yo la culpa?”. Pero así como el genio aflamencado de Veneno propició (o auspició, pero en ningún caso fue responsable) una insoportable eclosión de flamencos fresquitos, las semillas negras de Auserón florecieron en jardines almibarados, perezosos, vegetales… (hay quienes buscan la huella sonora más fiel de Radio Futura en las mejores causas de Bunbury o en las intenciones más profundas de Love Of Lesbian).
II. Otras fronteras
La frontera que puede existir entre una sección y una sesión es algo que este blog pretende trascender. La intención es que el lector oiga la canción que da título a cada entrada mientras lee el texto que la acompaña. Que se lea (la sección) mientras suena (la sesión). Porque éste no es un blog que hable sólo de música. Por supuesto nace y parte de la música, pero desde ella busca acceder a todo tipo de asuntos. Podría explicarse diciendo que es una patada al biombo de Cortázar.
Este blog se llama “Cuelga al dj”, un nada velado reconocimiento al coro final de una magnífica canción, Panic, de un grupo imprescindible, The Smiths. Pero otro título, “Antes de que se acaben las canciones”, pugnó por ocupar su puesto, ya que me remitía a uno de mis temores de adolescente: el de que, llegados a un punto, no se pudieran componer nuevas canciones y tuviéramos que escuchar siempre las mismas (tal vez no hubiese sido tan nefasto, oído lo oído). Lo cierto es que ambos títulos se adaptan bien a esa pretensión de ir seleccionando canciones que sirvan de fondo a la actualidad. También de joven pensaba que la vida sería perfecta si tuviese banda sonora: me imaginaba paseando por unas calles en las que mi música favorita sonase desde árboles y farolas, leyendo libros en los que cada página tuviese una canción de fondo. Aquel sueño infantil se ha convertido en una pesadilla de adulto. Las ciudades tienen un soundtrack continuo e insoportable: a los ruidos insufribles de las obras y el tráfico se añaden los estruendosos ritmos que expulsan desde sus ventanillas abiertas cientos de coches tuneados y transformados en discotecas ambulantes, los ovillos musicales de boutiques, supermercados y restaurantes, la invasión en los tonos de espera de los teléfonos, las nauseabundas melodías de las compañías de móviles, las tradiciones tan anacrónicas como atronadoras, y todos esos anuncios que creen que sólo se puede captar la audiencia de los clientes con cancioncillas estúpidas… Es la dictadura de la música impuesta. Todo este panorama nos impulsa, en muchas ocasiones, a querer colgar a ese dj impersonal y omnipresente que nos atormenta con su sesión pésima e infinita.
Con ese reto y con esa precaución nace este blog. En cualquier caso no me preocupa que el lector opte al final por colgar al dj. En realidad, los dj’s nunca me cayeron bien. Siempre preferí considerarme un pinchadiscos. Y para quienes la frontera entre dj y pinchadiscos esté algo confusa, nada mejor que la explicación magistral de Diego Manrique.