
La primera vez que mis ojines posaron su mirada en lo que yo llamo “estilo alfonsino” fue gracias a El tratado de las buenas maneras de Alfonso Ussía. Con diferencia su mejor libro, era una sátira malévola del nuevo rico de tiempos socialdemócratas y cuya faz identificamos con las ojeras ministeriales, vampíricas, de Boyer, Solchaga o del cochero de Drácula Juan Alberto Belloch.
La biblia del buen vestir, comer y beber…para sueldos de 4000 euros hacia arriba
De todas las entradas, que fueron publicadas en el suplemento “Al Loro” de ABC -¿Dónde si no?-, me sigue pareciendo memorable, propia de su adorado de P. G. Wodehouse, aquella dedicada al marisco. Los nuevos ricos de la “beautiful people”, en ese sentido, disfrutaban de crustáceos varios y se relamían también los dedos de las adjudicaciones faraónicas en el apogeo del felipismo. Ussía, así, recomendaba que…
“Para triunfar en sociedad hay que haber dominado el impulso ante el marisco. El marisco es bueno, pero no gira el mundo en su torno. Quien, ante una bandeja de cigalas cocidas comenta `después de esto ya puedo morirme´, debe ser ajusticiado inmediatamente por hortera. Por muy sabroso y en su punto que se presente un marisco, la exageración es condenable. El hombre de mundo come marisco como quien saborea un espárrago. Con respecto, en silencio y sin pegar gritos después de tragarlo. En las marisquerías, más que en los salones, se aprende a distinguir entre la gente recomendable y la que no lo es. Esta última, precisamente, por lo mucho que se le nota cuando come mariscos”
Este estilo alambicado, que vive por y para las costumbres, era una vieja tradición literaria en España que va de Mesonero Romanos pasando por Juan Valera y que casi tiene como epígono al reciente Ignacio Peyró (no se pierdan su libro de Julio Iglesias, El español que enamoró al mundo; reverso luminoso de la diatriba envidiosa de una Maruja Torres que nunca superó su faz en el espejo). Por eso es estupendo ver herederos de estos alfonsinos que huelen a estafeta literaria, retratos de Alfonso XII o XIII -dependiendo de las copas- y vegueros mojados entre la II República y esa plebeyez que fue el franquismo -ese régimen que impuso el tuteo falangista; sepultura del castelarismo- como el divertido twitero Jacobo Fitz-Edwards.
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¿Aristócrata? ¿Émulo de rancio? Ante todo, un observador atento a los pequeños detalles, a la costumbre, que dejan ver una ideología, una fe y, ejem, una cultura. Sus diarios novelados, de nombre El duro confinamiento de un rico heredero español (Ediciones Agoeiro, 2024), son un despipote de señoras atolondradas (que adorable es la expresión “muy maríaguerrero” con la gente teatrera), citas anglosajonas al divino William y “spirits” para hígados en formol y lectores con colmillo afilado por los tacos de cualquier billar inglés.
En esta bitácora novelada del propio Fitz-Edwards empezamos con la vuelta del periplo portugués -ah, la vieja Lusitania, el único sitio en Iberia donde sobrevivió la gente con pañuelo en la chaqueta y el usted- y un confinamiento divertido que a falta de los placeres de un J.K. Huysmans tiene como hilo sonoro uranita a las cotorritas de tías, hermanas y sobrinas (aprende Kiss FM). En medio de la epidemia del COVID, en fin, el mayor drama de estos peones surreales y relamidos que no llegan a reyes es la “pérdida” del “sentido del gusto” de una de los suyos. Tita Carmen responde con verdadera sagacidad “Si esa señora nunca lo tuvo. ¿O no te acuerdas del vestido que se colocó para la boda de la niña? parecía uno de los payasos de la tele. Y eso que era la madrina. Qué ganas de echarle la culpa de todo al virus”.
Por supuesto, la toxina tendrá también sus dramas -no les destripo más la obra- y pocos diarios han hecho de una época tan amarga una lectura ciertamente feliz. Y es que, en cierto sentido, todo el drama vital se puede arreglar con varios espirituosos, aunque sea DYC, y una vida contemplativa:
“Tío Fernando se despidió y subió a su habitación. Le dijo a mi padre que no se fiaba de que lo emborrachara.
‒Eres una dulce damisela Fernandito.
Y mi padre y yo vimos amanecer fumando en pipa y bebiendo whisky. Habíamos acabado con la ginebra”.