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Mientras tantoLa vida iba en serie

La vida iba en serie

Cinesporas en el blogo aerostático   el blog de Federico Volpini

 

¿Se refugia hoy el cine en la intimidad de los hogares? ¿Han huido a la pequeña pantalla, no sólo los mejores directores, actores, técnicos del día, sino también las buenas historias? ¿Pasa, hoy, lo que pasa –y, si no, nada pasa realmente- en la televisión?

 

TODAS HIEREN

 

Cada año, cada mes, cada día, nuestra vida acaba en un suspense: ¿qué va a pasar mañana? No vamos a saberlo hasta el día siguiente. Eso es el folletín. La existencia de la persona humana es una serie, con uno o una como personaje principal y las parejas, amigos, enemigos, secundarios, figurantes: las acciones que se van sucediendo. Mientras hay vida, hay serie. Más allá de la existencia propia ocurren otras series y somos figurantes, secundarios, enemigos, amigos, parejas en las series de los demás, donde nos sucedemos, intervenimos un momento y desaparecemos. «Rintintín». 

 

Rintintín

Fuente imagen: http://www.marxwildwest.com

 

Fue la primera serie que a Fernandito Pérez lo vivió de pequeño. Antes hay recuerdos confusos de una aventura en blanco y negro que combinaba temática del western y la ciencia-ficción, con un pistolero enmascarado, una cueva y un látigo y fusiles de rayos y una princesa secuestrada, pero eso fue previo al uso de razón, con la perrita Marilyn, Gustavo Ré y los dibujos animados: arqueología de los años idos, como todos los años, sin remedio. A caballo, Fernandito Pérez se hizo uno de los Cartwright en «Bonanza», prenderle fuego al mapa: el pequeño Joe, el tenebroso Adam y Hoss, entrado en peso, que con los años nos lo recordaría mucho el Rey de España.

 

 

 

Franco, ese hombre, seguro que también veía «Bonanza». Fernandito se iba haciendo mayor aunque, por muchos años todavía, iba a tocarle llevar pantalón corto, que llevaban los niños y los preadolescentes por entonces, las rodillas con costras que se caían, blandas, en la ducha y daba mucha grima, la carne herida al descubierto y una espumita rosa supurando bajo la acción del agua oxigenada. «Cuéntame». Los pantalones cortos no casaban con «Los Intocables» de Elliot Ness, que es la siguiente serie que a Fernandito Pérez lo puso en la pantalla del televisor, un toque con el índice al ala del sombrero para echarlo hacia atrás en una pose chulesca que resumía al personaje: Fernandito se dormía seguro de ser él y preocupado por que lo despertase la mañana en la piel de Fernandito Pérez, estudiante de bachillerato con examen de ciencias: a veces de verdad es mejor ignorar lo que el día siguiente nos depara. Que va a ser que Fernandito Pérez, ya con catorce años, escoge letras y se hace «Perry Mason»: la experiencia que tuvo el español del jurado en un juicio fue en la televisión. Que daba para huir. «El fugitivo». Si hubiera sido hoy hubiesen protestado los mancos y la serie la habrían retirado. Fernandito no ha matado nunca a su mujer. Le gustaría. Para empezar, le gustaría tener una. Con dieciséis años cumplidos, Fernandito no puede. Ya le vale. Los granos, el acné, va desapareciendo de su cara. «Viaje al fondo del mar», donde no te ve nadie. Pasa, sin transición apenas, de «El hombre de CIPOL»: Ilya Kuliakin y Napoleon Solo, a «Kung Fu», pequeño saltamontes. Recala en una isla, «El prisionero». En todas esas series hace Fernandito Pérez buen papel. Ahora los estudios le absorben: «hoy es el mañana por el que nos preocupábamos ayer». Un soplo de aire fresco: «Un hombre en casa» y tener a dos chicas dentro de la puerta de uno, con lo nervioso que le pone a uno eso.

 

 

La madurez formal le llega con «Yo, Claudio».

 

 

El dios y su esposa Mesalina, que ya podían haberle enseñado Historia así en el Instituto. La novia. La carrera. La esposa, cuando aún no hay ni para un piso. Los retoños. Con el periódico en el cuarto de baño cruza «Hill Street Blues». Cada vez su realidad le gusta menos y cada vez entiende más como su vida la ficción. El tiempo pasa cada vez más deprisa. Sam Malone le resarce de su pobre respuesta con el sexo que le es más opuesto cada día. «Cheers», que es el bar de la esquina; y «Frasier»: el psiquiatra en el que lo han metido su frustración y Daphne, que Fernandito está casado con Maris, a la que nunca se ha molestado en conocer. «Friends» y de nuevo soltero, con amigos de los de para siempre y las chicas otra vez al alcance de la mano. «¿Qué estás mirando, amor?» «¡Pero qué pasa!: ¿es que vas a espiarme todo el tiempo?» Mientras a ella lo que le pone es «Roma», que es lo que le contó que era, Lucius Vorenus, cuando se conocieron, su marido.

 

Vorenus

Fuente imagen: http://www.theguardian.com 

 

«Perdidos», ¡qué remedio! Y las series, que pasan, pero que permanecen. Una tarde, frente al televisor, Fernandito Pérez se vio coger un taxi. No lo había previsto. Jeffrey Patterson no pensaba salir, pero allí estaba. «¿Vienes? Te espero. Coge un taxi». De pronto Fernanjeffrey perdió la relación con la butaca y el salón de su casa. Y con Sherlock. ¿Dónde se había metido «Sherlock Holmes»? ¿Y quién era aquel tipo de la gorra que lo llevaba por calles imposibles? «¡Oiga!: ¡le he dicho por el camino más corto!» «Tranquilo» «¿Cómo que tranquilo? ¡Pare usted ahora mismo! No… ¿Qué hace? ¿Por qué me apunta usted con esa pistola? ¿Pero qué quiere usted? ¿Se ha vuelto loco? ¿Dinero? ¿Es eso lo que quiere?» No es dinero. Jeffreynandito Pérez está en una habitación. Frente a él, dos frascos y, en cada uno, un comprimido blanquiazul. «¡Escoja!» Fernandipatterson Jeffreypérez escoge, se mete en la boca un comprimido y muere, entre estertores, una babita rosa, las rodillas, bajo el pantalón largo, chocando la una con la otra. Para él la serie ha llegado a su fin. Aunque ha sido el primero en conocer la decepcionante solución al enigma que plantea «Estudio en rosa», Fernandito no se verá morir. Eso queda, cada uno dentro de su serie, para el resto de los espectadores.

 

 

 

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