En 1876, el pintor francés Robert Fleury inmortalizó al renombrado médico Philippe Pinel, padre de la moderna psiquiatría clínica, liberando a las locas de sus “cadenas”. La nueva teoría médica de Pinel había nacido sobre los escombros de la Bastilla. Nombrado por la Comuna director del Asilo de La Bicètre, será luego director de La Salpêtrière parisina, uno de los hospitales más antiguos de Europa y lugar de tortura de mujeres consideradas locas por el resto de la sociedad.
Sin embargo, todo momento histórico excepcional, cuanto más revolucionario sea, lleva consigo sus propias contradicciones y distorsiones de los que habían sido los ideales iniciales. Si la Revolución francesa precedió al Terror, la moderna psiquiatría basada en el diagnóstico clínico será solo una cara de la misma moneda. Es bajo el fascismo de Mussolini, el nazismo de Hitler o el comunismo de Stalin, que los hospitales irán desarrollando inhumanos tratamientos para curar las enfermedades mentales, tales como el choque insulínico o la terapia electroconvulsiva. Y si en 2013 la ONU afirmó que la contención mecánica –la práctica de atar el paciente a la cama– era una forma de tortura, en España dicha práctica sigue vigente hasta el día de hoy. Ironía de la historia podría decirse incluso: la clarividencia de Pinel en 1789 se ha ido esfumando.
Como parte de la programación del festival Surge Madrid 2022, Zaida Alonso lleva al Teatro del Barrio una obra de teatro documental sobre los efectos nefastos del tratamiento psiquiátrico con contención mecánica. Pero va más allá. La historia de Andreas, fallecida después de 75 horas atada a una cama del Hospital Central de Asturias, nos obliga como ciudadanos a volver a hacernos preguntas acerca de la enfermedad mental y de su tratamiento.
¿Qué significa estar loco? ¿Y cuáles son las curas más adecuadas? Son algunas de las preguntas sobre las cuales Zaida Alonso insiste, en un intento valiente de socavar los prejuicios y la superficialidad de la que a menudo da muestras toda una sociedad, que a menudo ignora a sus componentes más frágiles, con la esperanza de olvidar sus propias deficiencias y miserias. La lección de Franco Basaglia, psiquiatra italiano que luchó por el cierre de los manicomios en los años 70, iba hacia esa dirección, al igual que pensadores y filósofos del calibre de Michel Foucault o Erich Fromm. La enfermedad mental no es algo individual sino colectivo (eso pensaban estos gigantes), que nos interpela a cada uno de nosotros como componentes activos de esta sociedad.
“Convencerse de que el otro somos nosotros y sobre todo nuestros miedos”, escribía Valeria Babini en un ensayo sobre la psiquiatría italiana en el XX, “significa aprender a vivir en el respeto y en la apertura, creer en la pluralidad aún más que en la integración. Es más bien una elección, una práctica de la democracia. Pero una elección que para ser emprendida (…) necesita un proceso continuo de autoeducación (…). Este es el legado de Basaglia basado en el valor vivificador de la libertad. Libertad como derecho a existir, para la recuperación de una identidad perdida y negada por la enfermedad”.
La obra de Zaida Alonso, con la interpretación de la misma y de Jesús Irimia, Javier Pardo, Júlia Solé y Rafael Carvajal aspira a liberarnos por fin de las cadenas del prejuicio, y a devolver a los enfermos mentales su dignidad.
‘Oda bipolar’, por Rafael Carvajal. Poeta, performer y activista loco.
Una nave espacial sin timonel
con el capitán enfermo de cólera
y el piloto automático desquiciado por la verga de la electricidad
soy un huno – un mongol arrasando las columnas de mármol
de la civilización
una plaga de sífilis acurrucada en un burdel
introduzco la bala asesina en la recámara
ajusto la mira telescópica
no hay agua en el pozo
solo brea y guijarros de ónice
el río hierve feliz de sangre
tiñe la piel de los bañistas
supura su sed
Mothra vuela en vuelo kamikaze contra Godzila
King Kong se corre en una vagina de bellos púbicos rubios
monstruos y espectros danzan
tanto en mi consciente como en mi subconsciente
su baile invoca a Satán
Dios se fue haciendo auto stop en la autopista carnívora
¿Qué fue del bermellón?
¿Qué fue de la angustia famélica?
se rindieron ante la aristocracia de la locura
solo queda el olor a pólvora
y las huellas dactilares del agresor
ordenando los renglones retorcidos de las hélices de ADN
solo queda rezar el glotón y a su silueta
solo queda bucear bajo las olas de un mar podrido por las heces
litio – olanzapina y lorametazepina
cartas de amor y odio en el centro de salud mental
guiños cómplices en el ala de psiquiatría
vagones de metro que llevan al infierno
sé que soy el Leviatán
el tsunami que lo despierta
que toda esta Irrealidad será arrasada
despertaré atado a una cama
con todo el universo en llamas.