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Laberintos, mexicanidad y esquizofrenia

No escribo estas líneas inspirado en la fecha de “coyuntura”, la conquista o no conquista de México, la victoria o no victoria de Hernán Cortés frente a los aztecas, eso mismo que hoy convoca a la llamada “discusión pública” —al día de hoy, considero que la famosa discusión pública mexicana es todo menos eso: ajustes de cuentas, chismes sin firma llamados trascendidos que una vez publicados son tomados como la verdad revelada, repetición de lugares comunes, afirmaciones sin fundamento, las rabietas individuales de algún agraviado cuyas notables dotes para la manipulación alimentan las excrementicias olas de las redes sociales, donde lo que se “publica” no importa por su veracidad, sino por el arrastre y el ruido ambiental que genera.

El panorama es triste. Siempre lo ha sido, por cierto. Sobre todo para quienes viven y escriben en las antípodas de la “discusión pública” mexicana y sus peculiares moditos. Hay muy pocos de ellas y ellos, y siempre han sido minoría.

Triste muy triste, pero lo que sí me queda claro, hablando de lo público, de lo concretamente público, de aquello que padece cualquiera de nosotros al poner un pie en la calle, es que si Agustín Basave Benítez recibiera un dólar por cada automóvil que se pasa un semáforo en rojo, otro dólar por cada cochupo y arreglo entre un infractor y el supuesto encargado de mantener la ley infringida, otro dólar más por cada bolsa de basura que todas las noches una doñita inofensiva abandona en la vía pública, y otro dólar más por cada encendido discurso, por cada ceremonia en honor a tal o cual prócer, por cada declaración de dizque buena voluntad y altos valores dicha por el zoquete en turno, Agustín, estoy seguro, sería más rico que Jeff Bezos y Bill y Melinda Gates juntos. No lo veo, eso sí, es graduado de la universidad de Oxford, abordando un cacharro equipado con propulsores a chorro para orbitar el planeta Tierra.

Si nos tomáramos en serio el dicho reciente del primer mandatario mexicano: “la conquista fue un rotundo fracaso”, los mexicanos nos lanzaríamos en tropel —es decir de manera normal: todo lo hacemos en bola, pisoteándonos unos a otros— a la librería más próxima a hacernos de un ejemplar del libro Mexicanidad y esquizofrenia. Los dos rostros del mexiJano, un compacto pero denso ensayo acerca de las muchas y trágicas taras, históricas, jurídicas, políticas, étnicas, sociales, económicas, mentales y psicológicas, que mantienen a México en un estado de eterna postración, no importa cuál sea el perfil de la clase política encumbrada en el poder, ni muchos menos esa actitud, llamémosle alienada, de eso que se nombra, hoy como nunca antes, el pueblo de México.

Sería ridículo de mi parte tratar de desmontar aquí los argumentos, complejos y de sentido común a la vez, que Agustín Basave Benítez, desarrolla con la elegancia y solidez de la mejor tradición ensayística en Mexicanidad y esquizofrenia. En todo caso que el lector de estas líneas adquiera un ejemplar y piense por sí mismo.

El librito se publicó en 2010, y se sigue reeditando. Apenas el otro día, pensando en cómo fue que un señor que ha mostrado la máxima irresponsabilidad en el cargo de gobierno más importante, ganó la “histórica” —otra lección sobre la cual nos advierte Agustín: todo en México es histórico— elección de 2018 y que fue lo que aprovechó y usufructuó como un artista el entonces candidato. Lean esto, aunque duela:

Somos proclives al voluntarismo gregario de cara a lo extraordinario mientras que, frente a la realidad cotidiana, ignoramos la conexión lógica que vincula el costo con el beneficio social. En circunstancias normales, exigimos nuestros derechos pero soslayamos nuestros deberes, nos quejamos de las deficiencias del Estado pero regateamos o de plano evadimos nuestras obligaciones ciudadanas, He aquí lo que el mexiJano es entre tragedia y tragedia: un solidario de familia, de barrio o de gremio más que de clase, de cotos o círculos estrechos pues, cuya conciencia colectiva se atroja en la espiral expansiva que lleva a la conciencia nacional.

En una entrevista que me concedió Agustín cuando yo dirigía la edición mexicana y latinoamericana de Newsweek En Español, sin necesariamente quererlo, más bien producto del despliegue de su inteligencia, el entrevistado expandió, fíjense nada más, la cita anterior utilizando precisas y agudísimas palabras: “en el caso de México y de mi libro, yo uso obviamente el término de esquizofrenia como una licencia, pues es una metáfora. Yo creo que lo que los mexicanos necesitamos es cifrar nuestra identidad, tenemos una identidad fracturada, y hay una parte del libro donde digo nos hemos dedicado mucho tiempo los mexicanos tratando de descifrarnos cuando lo que tenemos que hacer es cifrarnos, es decir deshacernos de esta fractura identitaria.”

Espero no tener que elaborar acerca del grupo y partido en el poder que, precisamente, en 2021, son los más interesados en promover la fractura de la que hablaba Agustín Basave Benítez en 2011, hace casi diez años. Si no le otorgué a mi entrevistado la portada de la revista, fue porque se trataba de la edición que se publicaba el 12 de septiembre, fecha simbólica a escala planetaria, y no se diga para mis interlocutores de Newsweek en Nueva York, entonces una empresa asociada a la temible editora y dueña del news feed, The Daily Beast, Tina Brown.

Recuerdo que aquella semana, con todas las ediciones globales de la revista dedicadas al décimo aniversario del 9/11, recibí una llamada telefónica que no supe interpretar ya como un elogio, ya como una reprimenda: “For heaven’s sake, Bruno, ¿cómo fue que fuiste el único en conseguir una entrevista con Pete Hamill si ni siquiera vives en Nueva York? ¿As a matter of fact, cómo demonios consigues todas esas portadas para la revista?” Con voz temblorosa, mi única respuesta fue decir una obviedad: pues trabajando, dearest Tina.

Y pues sí, durante el tiempo en el que dirigí aquella publicación logré algunas entrevistas y algunas portadas que llamaban la atención de los Headquarters en Nueva York, mientras, fue el caso de la entrevista a Agustín, los dueños de la licencia de Newsweek en México, un par de empresarios trogloditas dedicados a publicar revistuchas de soft-porn y muy amenos albures, se quejaban amargamente conmigo de los resultados obtenidos. Nunca intenté siquiera entender las razones que revoloteaban al interior de esas mentes cavernosas, ejemplos manifiestos de la esquizofrenia del mexiJano al que se refiere Agustín Basave Benítez.

Pero volviendo al tema, he aquí otra cita de su libro Mexicanidad y esquizofrenia en la que Agustín logra, según yo, un diagnóstico más certero que el de los politólogos y especialistas enredados en regresiones, progresiones y otros adornos estadísticos. El tema es el cáncer de la corrupción, de vivir entre la legalidad y la ilegalidad y sus efectos a largo plazo. Agárrense, porque lo que sigue viene muy a cuento con el manejo de la pandemia, las veintitrés casas, los contratos ocultos, los hermanos allá en el sur profundo embolsándose aportaciones a la causa:

Nuestra aflicción mayor es más grave, No es solamente la metástasis de ese tumor cancerígeno que ha corrompido todos los órganos de nuestra sociedad, sino la falta de capacidad para combatir el mal. No estamos equipados para hacerlo. Brincamos de los primeros auxilios a la terapia intensiva; no tenemos medicina preventiva ni quirófano, sólo sala de urgencias y un pabellón para resucitar al moribundo. Y es que el paciente es muy paciente. Se trata de México que es, de hecho, lo único generoso y noble que hay en México, pese a estar lleno de mexicanos sin piedad por la patria. Si reparamos en la cantidad de veces que lo hemos zaherido nos sorprenderemos de que esté vivo. Pero sobrevivir desgarrado por la corrupción no es un destino aceptable para nadie, excepto para aquellos instalados en la pequeñez.

Pequeñez del encargado de la hacienda pública que declara en un diario mexicano que con el puesto se sacó la lotería; pequeñez del gestor de las vacunas, a ver cuáles caen dentro del negocio de mis cuates; pequeñez del zar de la pandemia que se despidió de la “discusión pública” levantando un arreglo floral cuyo costo no pueden cubrir los cientos de miles de víctimas del Covid-19; pequeñez del bruto monumental que censura la lectura; pequeñez del funcionario defenestrado que sale con la misma cantaleta tipo la película La ley de Herodes: es que llegué y encontré esto hecho un cochinero, así no se trata a la Patria.

Espero que a estas alturas haya quedado claro que no soy partidario del “hoy todo está peor, antes íbamos de lujo”, a bordo de un Cadillac, que los histéricos repetidores de la desgracia actual que, sin mayor conocimiento, encuentran su razón de ser en las pequeñas desgracias actuales, muy de “coyuntura”.

Quizá por eso encuentro valor, sentido y contenido en cuanto escribe el Dr. Agustín Basave Benítez —y ojalá, yo lo emplazo, a escribir otro libro más. Porque no se atasca en la coyuntura, porque sabe que la historia es más tramposa que los políticos. Que me acusen de obsoleto: yo crecí, me formé profesional e intelectualmente en un México en el cual la inteligencia no estaba peleada con la práctica. Será que me veo reflejado en el espejo mexiJano de Agustín, el día que me confió, hace un eternidad que hoy parece apenas un minuto: “estoy tan decepcionado de la política como la política está de mí.”

Pues eso.

 

 

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