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ArpaLarache, Jean y Juan

Larache, Jean y Juan

Larache es la aparente ausencia de dolor en azul y blanco en un pliegue marroquí hacia el Atlántico. Sin embargo, su luz no es atlántica sino mediterránea; como mediterráneas son sus naranjas y sus hortalizas y su atún y sus sardinas. Sardinas a la brasa cuyo olor golpea el olfato en cada esquina.

 

Los carteles en las fachadas de hoteles desvencijados narran tiempos pasados en que lo español mandaba: Hotel Cervantes, Café Triana, Café Málaga, Café del Sol y, ¡cómo no!, La Estrella del Mar y La Casa de España, los dos únicos locales en que se puede saborear una buena cerveza fría –con el permiso de Andrés, claro está–, ex legionario malagueño que lo ha visto y padecido todo y ahora lo controla todo con el permiso de las Autoridades.

 

Constantes cafés o cajuas en que jóvenes machos indolentes se dedican como única ocupación a contemplar el paso de los transeúntes y chavales jugando al fútbol en cada polvoriento callejón.

 

Larache, aunque antigua, es joven. La juventud predomina en todas partes, especialmente en la Medina y en los alrededores del café Jean Genet, que lleva su nombre en homenaje al escritor, al outsider occidental por antonomasia, amante bandido y francés del chico musulmán, canalla y  puto desde la adolescencia; como lo era el mismo Jean, eterno preso de la sodomización de la piel aceitunada con bucle de pelo lorquiano.

 

Larache tiene nombre que suena a noche africana y cosmopolita en otros tiempos; una suerte de Casablanca a la española, en que cristianos, musulmanes y judíos (y algunos hindúes) se intercambiaban mercancías transportadas entre Oriente y Occidente.

 

Larache hace pensar en un familiar artillero destinado en El Protectorado que nos cuenta una noche historias de legionarios y regulares al calor de un coñac Veterano. Pero Larache también cuenta con un cementerio civil, roído por la maleza y el salitre, en el que yacen frente a un gran acantilado los restos de los españoles que cayeron en combate durante las despiadadas emboscadas de las cabilas de Abd el-krim o que fueron fieles a la República. En ese cementerio que también guarda los restos de Jean desde junio de 1986 se ha enterrado a Juan Goytisolo, que como en un guiño del destino murió precisamente a los 86 años y se lo ha enterrado junto a Jean un 7 de junio.

 

Jean y Juan, ambos escritores incómodos en sus respectivos países, ambos apátridas y amantes de lo marroquí, descansan juntos, ambos ya olvidados, como los combatientes españoles. Como Larache, que seguirá durmiendo su sueño, ajena al trepidar bullicioso de otras ciudades marroquíes que ya están despertando. El luminoso aire africano la impide despertar.

 

 

 

 

Mario Coll es psicólogo y escritor. En FronteraD ha publicado Otra manera de ver las cosas y Mahoma o el fanatismo.

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