Un artículo en una revista de esas que reparten gratis en los aviones me dio tres pistas: la existencia de una coctelería de las de antes, un pintor que adora los cocteles y un famoso actor que se puede permitir el lujo de coleccionar arte contemporáneo.
Esta es la historia.
Conocí a Luc Tuymans gracias a la revista de la Brussels Airlines. Volvía de Bruselas a Bilbao, contaban que en Art Basel a este pintor le había comprado un cuadro Brad Pitt. En concreto el cuadro L´Archiduc, en el que con un estilo figurativo, escueto y casi de principiante, muestra el interior de una coctelería, sin ni siquiera un camarero que dé ambiente a la escena, representa el local puro y duro.
Lo cierto es que Luc tiene renombre como pintor. Entre otros sitios ha expuesto en la Saatchi-Gallery, donde pueden encontrar unas cuantas fotos de muy buena calidad, y le han hecho monográficas en bastantes museos: Dallas, Ginebra, Bozart, Múnich, Varsovia… Su currículum impresiona.
L’Archiduc es un clásico en la noche bruselense, un bar dedicado a la música de jazz, al encuentro con amigos o con desconocidos, a beber con estilo un tanto decadente mientras charlas un rato. Un anacronismo.
El cuadro en cuestión y otros más que he podido ver, algunos en internet y otros en museos, evocan las pinturas de Edward Hopper o incluso de un Hockney desvaído.
Rabia y propósito de enmienda es lo que sentí por haber estado en Bruselas y no haber ido a ese local. Pensé en volver a la primera oportunidad. Lo que más me llamó la atención de este pintor, del cual no sabía nada, hasta ese vuelo, es que además era propietario de una coctelería en la ciudad de Amberes, donde reside. Mogador Bar se llama, y allí se concentra una parroquia un tanto ecléctica.
Hay que tener en cuenta que Amberes es uno de los centros mundiales de la moda de vanguardia, impulsada en su día por los denominados “seis magníficos”, que se concentran en las calles Nationalestraat y Kammenstraat, donde compiten los locales más excéntricos de ropa alternativa y de segunda mano. Allí se encuentra la tienda buque insignia de Dries Van Noten, de Veronique Branquinho y de Ann Demeulemeester.
Con esta dulce inquietud decidí ir un fin de semana a Amberes, pasando previamente por Bruselas. Nada más llegar me dirigí al L’Archiduc. Tenía la sensación de haber quedado a tomar un daiquiri con la Gioconda, o mejor aún con la Fornarina de Rafael.
Pasé debajo de los neones azules y entré. Lo primero que me sorprendió fue el tamaño, mucho más pequeño de lo que me había imaginado. El local conserva bastantes materiales originales, y se abrió en diciembre de 1937, o sea que es un veterano, un milagro que haya sobrevivido. La tapicería de los bancos, con dibujo decó, estaba tan desgastada que parecía de cuero. (Ahora los han retapizado, conservando el dibujo original).
Un piano grande de 1929 colocado entre dos columnas ocupa casi la mitad del espacio destinado a los clientes. Taburetes en la barra, y toda la parafernalia necesaria en una coctelería clásica, donde la gente bebe, fuma y habla. Hablan mucho en Bélgica.
El Boadas y el Dry Martini en Barcelona, el Harry’s Bar en Venecia, el Cock en Madrid y el antiguo JK en Bilbao son algunos de sus hermanos.
Las copas bien mezcladas, actuaciones en directo, un público compuesto por jóvenes profesionales, funcionarios comunitarios y turistas avisados, el ambiente justo. Me tomé dos daiquiris con mi modelo. No me decepcionó.
Luc pintó el cuadro de memoria en 1979. El propietario de este local fue su primer coleccionista, pero la revaloración de este artista ha sido demasiado tentadora y al fin decidió ponerlo a la venta y lo hizo en Art Basel. No es el mejor cuadro de este pintor que utiliza pinturas baratas y no tensa del todo las telas, para que se avejenten rápido los cuadros y transmitir la sensación de inacabados, unos cuadros que evocan la sutileza de las acuarelas y que para rematar no les pone marcos. He aquí un seguidor de los principios wabi-sabi que vive camuflado en Amberes.
Este es el momento en el que Brad Pitt entra en acción. El actor no se encontraba por casualidad dentro de Art Basel, un día que pasaba por Basilea en labores de promoción de su última película, no. Brad cogió un avión privado en Nueva York, se hizo acompañar por su asesor en arte y se presentó en la feria para ver y para comprar. Es un coleccionista que lleva muchos años comprando. A los galeristas les tiemblan las piernas cuando le ven aparecer en su stand. Lo curioso es que casi siempre lleva unas gafas con cristales oscuros, como cuando visitó en 1997 el Guggenheim de Bilbao junto al director de cine Jacques Annaud, museo que abrió sus puertas en exclusiva para él y que lo recorrió sin desprenderse de sus gafas de sol.
L’Archiduc cuelga ahora en una de sus casas, junto a obras de Neo Rauch (pagó 900.000 euros por un cuadro suyo de temática un tanto misteriosa, como toda su obra), del diseñador de muebles valenciano Nacho Carbonell, de esa especie de muralista inglés que se hace llamar Bansky y de un largo etcétera, colección que puede alcanzar un valor cercano a los treinta millones de euros, que sale carísimo proteger y que hace la vida un tanto incomoda. Vivir en un museo tiene que ser pesado.
Aquí no acaban las sorpresas con Pitt. Resulta que el actor también es diseñador de muebles, pero esta es otra historia que contaremos otro día, cuando hablemos de los actores que se han picado con el arte y se ha convertido en coleccionistas.
Las últimas informaciones dicen que Angelina quiere que Brad venda su colección y done el dinero para la caridad. Si consigue convencer a Brad, L’Archiduc hará las maletas y viajará de nuevo. Ahora el fichaje de este cuadro será más caro. Ha añadido una buena historia a su leyenda.
Alejandro Ipiña es economista. Ha colaborado en las secciones de opinión de El Correo y El País (en especial en la edición para el País Vasco). Ahora mismo lo que más le gusta es contar historias reales o imaginadas. En FronteraD ha publicado De paseo con Raquel Tibol (secretaria de Diego Rivera) por el arte mexicano