Mi padre siempre me escribe para decirme lo que está pasando en el Líbano y anunciarme el tiempo que tendremos en Beirut…y me pregunto si se le habrá ocurrido pensar alguna vez que quizá yo, aunque no sea todo lo inteligente que él esperaba, tal vez lo sepa. Esta vez se trata de siete estonios en bicicleta, secuestrados cuando atravesaban el valle de la Bekaa. Me advierte como si yo no tuviese mejor cosa en mente que hacer deporte y andar por ahí todo el día pedaleando, cual vulgar ecologista.
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Los aeropuertos me agotan, la mayoría de ellos, el de Beirut no. Se parece más a un puesto de habibis de una carretera comarcal que a un aeropuerto. Tener que mirar la pantalla del escáner les aburre, tanto como a mí sacar las cremas de la maleta y ponerlas en una bandeja. A las 3 de la mañana no se puede esperar un control demasiado exhaustivo, así que cuando el oficial pregunta adónde vuelas y respondes que a Frankfurt, te señala amablemente el mostrador de Alitalia. La pedrería del sujetador, los gustos árabes terminan por extenderse a todo, pita al pasar por debajo del arco de seguridad. Un militar te indica con desgana que vayas al cuarto oscuro junto a una mujer de pañuelo y gabardina. La del pañuelo, una chica casi adolescente, solo quiere volver a su Blackberry, el militar retornar a la charla con los amigos y yo que no me toquen las tetas. Así que sigo con mi maleta hacia adelante ante el beneplácito general.
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Ellos dicen con tono seductor y de hombres de mundo que quieren que los provoques. Y a mí, sin embargo, me pasa como con las siete bicicletas de los estonios: que siempre se me ocurren mejores cosas que hacer. Fantasean con la idea de que, por ejemplo, en una cena ella se sacara lascivamente un pezón del sostén y lo lamiera antes de ponerse a cuatro patas bajo la mesa….Y yo pienso que si le pidiera a un hombre que me provocara debería recitar, de entrada, algún verso de Hölderlin en alemán, luego pronunciar en ruso alguna palabreja relacionada con material armamentístico, y después indicar con gesto libidinoso donde esconde la fusta con la que me va a castigar esa noche, para que una neurona se iluminara en mi cerebro y descendiera vehemente y fugaz a las profundidades de mi coño. Por eso, al final, es mejor que la gente se conforme solo con follar.