Hace cinco años, mi incursión compulsiva en las artes manuales me llevó a sumergirme en la internet. Ante la dificultad de encontrar dónde aprender a hacer figuras de papel maché en mi ciudad, San Salvador, me aventuré por los mares de la web. Numerosos tutoriales publicados en YouTube me mostraron, paso a paso, técnicas que usé para producir mis primeras matrioskas con botellas plásticas de champú y papel periódico.
En esta travesía he conocido gente muy creativa, original, única, adicta a las artes manuales y a la internet. Mujeres –y algunos hombres– que se detienen en sus quehaceres para hacer unas fotos y subirlas a plataformas como Flickr, Facebook o Instagram, que se toman una tarde para publicar su propio blog o que dedican un domingo a producir un tutorial. Que tienen la disposición para responder dudas o compartir técnicas. Mi comunidad imaginada de creadores, digámosle.
Cuando quise bordar más allá de las enseñanzas de mi abuela y de mi colegio, exploré la web con tristes resultados en mi lengua materna y di con magníficos sitios web en inglés. Cada puntada era explicada con fotos o videos, fáciles de seguir paso a paso. Justo lo que buscaba.
Como efecto secundario, mis habilidades para leer y escuchar inglés han mejorado en estos años. No me cabe duda de que mis colegas angloparlantes nos llevan la delantera en producción de contenidos y recursos para la red; como diría mi marido, en “gestión del conocimiento”.
Álbumes de fotos en mi cuenta de Flickr
A la vez que aprendí nuevas destrezas, nació el deseo de mostrar mi trabajo. La fotografía se integró a mi gineceo para llevar un registro visual de la producción. Flickr se hizo parte de mi vida. Allí ‘sigo’ a cientos de creadores que, en sus casas o pequeños talleres, elaboran distintos tipos de objetos con sus manos: cestas, muñecos, animales, matrioskas, blusas, dibujos, libros para colorear.
Cuando me enteré sobre la existencia de Pinterest en el 2010, me uní. Hoy es integrante fundamental de mi gineceo. Me declaro adicta a guardar en carteleras virtuales decenas, cientos, miles de fotos procedentes de todos lados con cualquier creación manual que llame mi atención. Por supuesto, comparto allí mi propia producción.
Cuando las repisas de la casa se colmaron con matrioskas de papel maché, pintadas en piedra y bordadas en fieltro y en tela, vender se convirtió en un imperativo. Facebook ha sido estratégico para las ventas locales. Pero también nacieron las ganas de vender afuera de este país, que es una pequeña provincia. En agosto del 2013, luego de muchas dudas y preparativos, abrí mi Gineceo en Etsy, ese funcional mercado virtual asentado en Brooklyn, Nueva York. No me considero exitosa en esa empresa, pero allí estoy, allí voy. Hay meses buenos y otros, menos.
El blog, madre y hermana de este, publicado en WordPress, también llamado Gineceo, surgió ‘naturalmente’ hace tres años, en julio del 2012. Para mostrar y promover mis matrioskas bordadas, para compartir y archivar un registro de pequeños aprendizajes, para hablar sobre creadores admirados o sobre fenómenos interesantes relacionados con las artes manuales.
Revistas japonesas de crochet en Issuu
Twitter, Tumblr e Instagram han llegado por añadidura y no me han quitado el sueño. Podría prescindir de ellos con más facilidad que de Pinterest, Flickr o Facebook. Olvidaba que a veces grabo un corto video-tutorial y lo comparto en YouTube. O dedico una hora a hojear revistas japonesas de crochet en Issuu y a compartir ‘clips’ de las mismas en Pinterest. También olvidaba decir que todo esto –toda esta participación en la web, que acompaña mis labores todas las semanas– es gratuita en su inmensa mayoría.
Tengo la suerte, además de ser parte de esa comunidad imaginada, de pertenecer a un microclub de labores. Una tarde a la semana comparto con mi madre y mi tía abuela un par de horas de bordares, tejeres y coseres. Con la tableta en mano consultamos ese otro lado de la pantalla en busca de ideas y recursos para seguir, como Penélope, en el extenso tejer y destejer de la vida.