«Tanta huevada por esos cojudos saltarines»
El tío Marc durante un concierto de Parchis en la Feria del Hogar
UNO
Mi tía Pochita conocía a un almirante que podía darme un viaje en barco, gratis, en una nave de la Marina argentina que salía hacia Neuquén, tal vez hacia la Antártida. Tendría que haber esperado unos meses en Buenos Aires, más de medio año antes de volver a Lima. Dije que gracias pero que tenía que terminar la Universidad.
DOS
El camionero portugués, Paulo Neves, se comunicó por radio con un compañero que también viajaba por Europa repartiendo corchos de botellas de vino y cajitas para los MacDonalds. Si él llegaba a cierta hora a las afueras de París, yo me cambiaba de camión y me iba con él en un bote a Estocolmo, una especie de cargo de lujo, todo pagado. Pero Paulo me dijo que tenía que pararse a dos horas de ahí, que por cosas de las multas por manejar muchas horas. Así que me tuve que conformar con un viaje de regreso hasta San Sebastián, a volver sobre los acantilados de Asturias, a dormir en la estación de Nieva para esperar un último tren –no daba más– y llegar ya con mucho frío al otoño de A Coruña.
TRES
El tío Marc conocía a los responsables del Manu. Íbamos a entrar en la Reserva y acampar unos días. Los guardaparques nos iban a hacer un tour, viajaríamos en bote por los ríos de Madre de Dios. Eran los beneficios a los que accedía el tío, por haber sido uno de los mayores defensores de las reservas naturales peruanas. Pero yo había conseguido ese verano mi primer trabajo en una biblioteca de tesis, de 8 de la mañana a 5 de la tarde. Era una oficinita al lado de la Facultad de Ingeniería Industrial. Me pasé el verano ordenando pesados tomos forrados en cuero. Nunca fui al Manu.
CUATRO
La Mami había organizado el paseo. Íbamos a comer galletas cocinadas con San Pedro, en una ceremonia en la montaña, a unas horas del Cuzco. El tipo que vino trayéndole la planta quiso dinero. La Mami dijo que si alguien quiere vendértelo hay que desconfiar. Cancelamos el paseo. A la Mami la encarcelaron unos meses después por recibir a argentinas menores de edad en su casa del Cuzco. No volví sino hasta 10 años después. Nunca probé San Pedro.
CINCO
Era medianoche del 31 de diciembre en Máncora y ella ofrecía que si llegaba a París podría dormir en su departamento. En ese piso con una ventana donde ella se echaba desnuda a ver la Torre Eiffel. Yo había renunciado al trabajo antes de irme a Máncora. No tenía dinero. Me quedé tomando cerveza debajo de un algarrobo, hasta que aclaró la mañana. Es hermoso el cielo de Máncora el primer día del año. En fin.