Concluí después de la primera experiencia que no servía a nada abusar de psicoestimulantes para mantenerme alerta a riesgo, además, de causarme una crisis cardiaca. Más tarde o más temprano el cansancio me vencería, los párpados se me cerrarían y el subconsciente entraría en ignición. Así pues, me resigné, aunque con mucho miedo, a continuar adentrándome en las profundidades de la fantasía tras el triple crimen de Las Ventas madrileña.
Fue Horacio, mi ambicioso amigo periodista, quien me despertó a las cuatro de la madrugada con una llamada telefónica. «¿Qué haces? No te habré pillado dormido, ¿verdad?», se anunció. Mi silencio y seguramente la pantalla de su reloj digital le hicieron comprender lo intempestivo de la hora. «Noticia bomba: El asesino, que murió al caer desde el tejado de la plaza hasta la explanada exterior, tenía nacionalidad turca y estaba ilegal en España. La policía sospecha que formaba parte del grupo terrorista racista y xenófobo de los Lobos Grises». La misma organización en la que militaba Ali Agca, el turco que intentó matar al Papa Juan Pablo II, recordé yo. En el caso de Ali Agca se dijo luego que los servicios secretos búlgaros estaban detrás de la acción y más tarde el KGB ruso. Total, un lío completo.
Era evidente que Altan Sahin, ése era el nombre del que mató a Freddy y Teby, no había actuado solo. ¿Cómo había entrado en el país en plena pandemia y, todavía peor, cómo logró introducir un rifle telemétrico en el interior del recinto sin ser advertido por nadie? La policía trabajaba sobre la hipótesis de que había contactado con la colaboración de grupos paramilitares fascistas españoles.
Pero eso no bastaba para calmar la agitación que se vivía a lo largo y ancho del país. Qué triste paradoja: unos animales, de inteligencia muy elevada, cierto, pero que repugnan a quien se los topa por entre las bolsas de basura y las alcantarillas callejeras, estaban en el pensamiento y conmoción de todos. El Parlamento, a instancias del grupo Podemos, iba a abrir con carácter urgente una investigación paralela a la policial para esclarecer los hechos. Qué ironía, recordé yo mientras me lo contaba atropelladamente Horacio por teléfono. Vicedós me llamó rata de alcantarilla la primera vez que vino de madrugada a mi guarida y más tarde rastreó por todas las esquinas con la intención de eliminarlas cuando sospechó que tenía roedores en la cocina.
El ruido no terminaba allí. Fue también el mismo Horacio quien me explicó que Reconquisto, el dirigente de la extrema derecha, había sido puesto en libertad con cargos como presunto autor de homicidio involuntario de la rata hembra Abigail. Su abogado, el número dos de su formación, mi ex vecino Boina Verde, había solicitado el archivo del caso argumentando que el imputado se había visto obligado a matar a la roedora en defensa propia cuando ésta se dirigió contra él con intención de atacarlo. Reconquisto había decidido dejar temporalmente la presidencia del grupo.
El país estaba conmocionado por el triple asesinato roedor. La prensa, la televisión y la radio nacionales se hicieron eco de la noticia al poco de producirse. Hubo crónicas y editoriales, pero también en los medios de comunicación extranjeros, que estaban enviando a sus mejores reporteros y finos analistas. No se recordaba nada semejante desde el atentado de Carrero Blanco, la muerte de Franco o la matanza del 11-M. El País titulaba su editorial «Aprender de esta tragedia». El primer rotativo español elogiaba el desarrollo del acto, la conducta de las tres ratas y la finalidad del mismo para concluir: «En estas horas tan complicadas para el país es momento de unidad, concordia y solidaridad tal como las víctimas pidieron poco antes de ser asesinadas». El Mundo exigía tirar de la manta y esclarecer el crimen: «Está en juego nuestra aún frágil democracia». ABC, bajo el título «Tragedia en Las Ventas», insinuaba que el atentado «refleja la crispación política insoportable que vive España y de la que en algún modo es responsable el actual gobierno social-comunista».
El parisino Le Monde, muy en su estilo, ponía una vela a Dios y otra al diablo al subrayar que «este horrible suceso exige que la política española rebaje la tensión», pero al mismo tiempo ironizaba sobre el espectáculo en sí, «que una vez más exhibe la idiosincrasia de la vecina nación organizando una exótica corrida con ratas». El británico The Guardian titulaba «Tragedia y sangre de rata en el Madrid de la pandemia» la crónica de su enviado especial. La Repubblica de Roma escogía la noticia como la más importante del día con el teatral titular: «Sangre en la Plaza. Madrid llora a las ratas». Los medios norteamericanos también se hacían amplio eco habida cuenta de que los animales fallecidos, aunque eran de origen cubano, residían en Estados Unidos y concretamente en Nueva York, donde trabajaban como investigadores seniors en la Universidad de Columbia. «España, conmocionada tras el crimen de tres ratas en Madrid», titulaba en primera The New York Times la crónica de su enviado especial, que continuaba en páginas interiores con unas breves biografías de Freddy, Teby y Abigail completada con una pequeña entrevista a mi ¿amigo? Horacio. ¡Qué sinvergüenza! Hablaba de la iniciativa como si hubiera sido suya. Ni una mención a mi persona. Tuve ganas de llamarle para insultar a él y a su familia, aunque, bien pensado, qué culpa podía haber tenido su madre en la bajeza de este individuo. Horacio, desde luego, no era una excepción en mi antigua profesión.
También los medios asiáticos recogían el suceso sobre todo con fotografías de diversos lances del espectáculo. El tokiota Asahi Shimbun había enviado un periodista a Madrid y la NHK, la cadena de televisión pública japonesa, comentó el incidente en los informativos de la mañana. El Diario del Pueblo chino, el famoso Renmin Ribao, era bestial en su titular: «Barbarie contra inocentes ratas en Madrid». Rastreando por internet, por las redes sociales y por los diarios digitales, no había un solo medio que hiciese comentarios despectivos de las víctimas. Al contrario, los juicios más severos recaían sobre los humanos por no haber sabido proteger a esos roedores inteligentes. Me llamó muchísimo la atención que L’Osservatore Romano titulase de este modo: «Muerte en Madrid. El Papa reza por las víctimas y afirma que las ratas son también criaturas de Dios».
No volvía a la lucidez por más que lo pretendía, y así podría aliviar el dolor de cabeza. Sentía punzadas muy agudas en la región supraciliar derecha. Siempre en el mismo lugar. Pero ahora no podía dominarlo pues no estaba despierto y por tanto no tenía mi farmobar a la vuelta de la esquina. Estaba impresionado por la difusión mundial de la muerte de los peculiares roedores. No podía manifestar haber sentido cariño o amistad por ellos, pero sí enorme respeto por su sensibilidad y elevada inteligencia. Dando tumbos conseguí caminar por el pasillo de mi guarida, entrar en el salón y rebuscar entre los cedés alguno del compositor japonés Ryuchi Sakamoto, autor entre otras de la banda de El último emperador, la peli de Bertolucci. Encendí la minicadena y sonó al azar Merry Christmas, Mr Lawrence, un bonito tema de los maravillosos del filme del fallecido realizador italiano. Me trajo buenos recuerdos de Tokio y consideré la música como un modesto homenaje a estos extraños animales. Habían convivido unos días en mi casa de mi ciudad accidental y luego los había acompañado a Madrid, donde se prestaron a colaborar en un espectáculo de ratomaquia con fines benéficos para ayudar a frenar las colas del hambre que el virus asesino ha causado en España.
El éxito había sido arrollador. El arribista de Horacio me contó que el presidente de Cáritas le aseguró que habían recaudado al menos dos millones y medio de euros y seguramente más puesto que tras la muerte de Freddy, Teby y Abigail continuaban las donaciones.
Las tres me pidieron no ser humilladas y naturalmente ser toreadas pero no sacrificadas. Comprometí mi palabra, pero me temo que no estuve a la altura.