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Las consecuencias (4)

Mi gobernante tiene una influencia inversa en mi ciclo de sueño. Si quiero estar alerta no debo ver sus homilías dominicales, y eso que en la última ha dicho alguna que otra cosa juiciosa. Me viene sin querer el sueño con sus palabras, suavemente, sin necesidad de somníferos. Le pido disculpas. Debe de ser que me estoy haciendo mayor o que se repite muchas veces más que el ajo. Lo breve si bueno dos veces bueno, si me permite estimado conducator parafraseando a mi paisano Baltasar Gracián.

Y ya digo, de lo que se trata ahora en mi persona es mantenerme en vigilia, incendiar mi dormitorio y con él la amplia cama, demasiado grande para los nostálgicos momentos presentes y no dormir nunca jamás. Caminar sin rumbo a fin de que los párpados no se me cierren, porque está claro que ya no controlo mis sueños y temo el descarrilamiento. ¿Hay solución? Me temo que no. Los psicoestimulantes tienen un efecto limitado como he comprobado en las últimas 48 horas, donde las pesadillas me abruman tras la tragedia de Las Ventas.

Deben de ser horas del alba cuando desganado voy a la cocina a tomarme un té y un kiwi y a flagelarme con la doctrina que imparte la primera emisora radiofónica del país. Por una vez me es útil lo que escucho: «Vamos a conectar con el Congreso de Diputados para seguir el desarrollo del funeral de Estado por las tres ratas ilustres de la Columbia University, vilmente asesinadas hace dos días en la Plaza de Las Ventas de Madrid».

Tan pronto oigo el aviso me levanto de la silla y a punto estoy de verter el té sobre la mesa de madera y de caerme. Salgo con estrépito en dirección al salón, saludo al mar, que hoy está algo picado debido al viento, y pongo el Canal 24 Horas para no perderme un solo instante del acto sin tener que aguantar las orientaciones que otros canales dicten al hormiguero humano.

Ya estoy en el Salón de los Pasos Perdidos. No cabe un alfiler. El espectáculo parece sobrio a la vez que elegante. Hay que darle mérito a quien lo haya organizado. Ya sean los servicios de relaciones públicas de las Cortes, Zarzuela o Moncloa. No hay música fúnebre. Al contrario, se escucha por la megafonía la emocionante y bellísima música de The Art of Noise, la misma con la que Freddy, Teby y Abigail realizaron un número de gimnasia rítmica previo al toreo y que los espectadores celebraron con una gran ovación.

La puesta en escena es sencilla y minimalista. No hay obviamente ningún féretro. El fondo de la pared central del lugar ha sido cubierto con grandes retratos de las tres ratas, uniformadas con sus trajes anaranjados poco antes de que Freddy pronunciara su discurso. Algún fotógrafo debió de tomar la oportuna instantánea sin ser consciente del valor histórico que iba a tener. Debajo de las grandes fotos aparecen los nombres y la profesión de las víctimas: Mr Freddy, rata macho psicólogo, senior researcher, Columbia University: Mr Teby, rata macho, psicólogo, senior researcher, Columbia University; Ms Abigail, rata hembra, socióloga, senior researcher, Columbia University. ¿Había necesidad de identificar su especie?, me pregunto. El Papa de Roma ha dicho que las tres fallecidas eran criaturas de Dios y que rezaría por ellas.

De vez en cuando se superponen sobre el lienzo imágenes del número artístico que realizaron las desaparecidas en el coso madrileño y que tanto agradó al público. En primera fila observo al monarca, con traje oscuro, acompañado de la Reina y las Infantas, de riguroso luto. Al Emérito no lo veo. Me parece sensata su ausencia con lo que está cayendo. A la derecha se encuentran mi gobernante, con su esposa, y el Gobierno, yo diría que en pleno, entre ellos por supuesto Vicedós, con camisa negra y rostro apesadumbrado. También atisbo al cardenal arzobispo, al nuncio de la Santa Sede, al embajador de Estados Unidos, al rector de la Universidad de Columbia  y a un alto funcionario del Departamento de Estado, cuyo nombre no he logrado captar y que Trump ha enviado a Madrid. A nadie se le escapa que las tres fallecidas, aunque de origen cubano, residían en Nueva York .

En las filas posteriores identifico a los líderes de todos los partidos políticos. La extrema derecha está representada por Boina Verde, su número dos, habida cuenta que Reconquisto se ha apartado temporalmente del cargo por sus problemas judiciales al estar imputado por presunto homicidio involuntario. El aguerrido ultraderechista mató y reventó el cuerpo de Abigail alegando que la rata fue a por él tras los disparos del francotirador con los que perdieron la vida sus colegas académicos, Freddy y Teby.

Toda la España que cuenta está presente en la sala, que no es muy grande. Descubro a los cuatro gobernantes antecesores del actual, a lo más granado de las finanzas y de las centrales empresariales y sindicales, al presidente de la Real Academia de la Lengua, así como a varios directores de los principales medios de comunicación. En el exterior, informa el reportero de televisión, se ha congregado gente para expresar su dolor por la muerte de los tres animales. Dos cosas me llaman poderosamente la atención. No veo a mi ex amigo Horacio, que en teoría debería ser quien pronunciase el discurso de réquiem en ausencia mía, y tampoco nadie del mundo taurino. Esto último lo destaca el cronista

¿Y si la muerte de unas infortunadas ratas sirviera para encontrar puntos de acuerdo y rebajar la insufrible crispación política que vive el país desde que estalló la pandemia hace tres meses? Tal vez demasiado optimismo de mi parte. Sin embargo, la historia enseña que en ocasiones una gran calamidad natural une y no divide a un pueblo, consciente de que si un bando tira por un lado y otro por el opuesto costará más recuperarse de la desgracia.

Una voz por megafonía anuncia el programa. Primero el Rey pronunciará un discurso, al que seguirá el de mi gobernante para cerrar el acto el rector de la Universidad Columbia de Nueva York. Estoy a punto de gritar de júbilo. Por una vez la vida hace justicia. Horacio ha sido apartado. El poder es implacable con quien pretende llegar a las alfombras mullidas antes de tiempo, de manera abusiva y torpe. Ése es el caso de mi colega. En la Revolución Cultural maoísta este tipo habría sido desprovisto de toda función y enviado al campo a reeducarse por el bien de la Revolución.

Felipe VI controla la voz aflautada y hace un emocionado elogio a la figura de las víctimas: «Tuve oportunidad de conocerlas personalmente en el almuerzo que celebramos horas antes del espectáculo taurino. Pude darme cuenta de su fina inteligencia, sensibilidad y generosidad accediendo a participar en esa gran iniciativa de la que fue principal promotor Bosco Esteruelas, a quien desde aquí quiero darle personalmente las gracias, y que tantos fondos ha recaudado para contribuir así a reducir las colas del hambre». No doy crédito. Me pellizco para saber si estoy despierto. En realidad, aunque noto el dolor sé bien que estoy dormido. Que esto no es real. Pero en mi fantasía palpo el triunfo, el éxito. Pídeme lo que quieras pero dame tu alma. No sé si fue San Agustín quien escribió algo más o menos parecido. Tal vez no. Pero en el fondo, queda claro que soy tan miserable como el denostado Horacio y que en cuanto huelo las mieles de la gloria me envanezco. La condición humana no hace distingos, por desgracia.

Mi gobernante pronuncia unas palabras en línea con lo que horas antes ha declarado en su tradicional homilía dominical: «Estas ilustres ratas nos han enseñado una lección de unidad y solidaridad. Juntos, ganaremos. Divididos, perderemos».

El discurso del rector de la Columbia University toca la fibra emocional del auditorio al describir la humanidad (¡qué contradicción tratándose de animales roedores!) de las tres académicas de la universidad neoyorquina: «Vinieron a España con el fin de realizar una investigación comparativa de la conducta humana con la de los animales en general a la luz del coronavirus. Tenían su trabajo bastante avanzado, como hemos podido comprobar de los cuadernos que encontramos en la habitación del hotel de Madrid. Trataremos de aprovecharlo para que su trágica muerte no quede en vano. Desde aquí quiero hacer un llamamiento a las autoridades españolas para que esclarezcan este horrendo crimen y detengan a quienes pudieron colaborar en él».

La ceremonia concluye con la interpretación de los himnos de Estados Unidos y España. El acto no ha durado más de media hora, menos del doble de lo que mi gobernante suele emplear los domingos para dirigirse a la nación por televisión. Si sigue así corre el riesgo de que las cadenas no emitan en directo el discurso por aburrimiento de la ciudadanía. Lo mismo que sucedió en Estados Unidos cuando las misiones espaciales dejaron de tener la emoción que causaban las primeras aventuras de la NASA.

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