Las grandes aventuras marinas parecen destinadas a los intrépidos y jóvenes capitanes, pero la literatura nos enseña, sin embargo, que casi siempre están protagonizadas por veteranos hombres de mar, curtidos en batallas, motines y naufragios, que en su último viaje, inesperadamente, se enfrentan a peligros insospechados y se ven abocados a dar la talla no de su pericia en las artes de navegar sino de su envergadura moral.
Bibliotecaria y experta en el mundo del libro y de la edición, Milagros del Corral trabajó durante dieciséis años en la sede parisina de la UNESCO, donde ocupó altas responsabilidades. Volvió a Madrid jubilada, pero fue llamada para dirigir la Biblioteca Nacional en 2007, cargo que desempeñó con eficacia y brillantez unánimemente reconocidas. Su renuncia al cargo en 2010 cuando la Biblioteca Nacional fue inesperada e injustamente degradada, en un país que no conjuga el verbo dimitir, constituyó un ejemplo de dignidad profesional y personal.
Eva León, protagonista de la primera incursión literaria de Milagros del Corral (Último otoño en París, Temas de Hoy, 2013) llega a París un día lluvioso para tomar posesión de su cargo en una organización internacional de las Naciones Unidas. Es una joven idealista e inexperta que se da de bruces con una estructura en la que los programas contra el hambre se dilucidan en despachos enmoquetados. Pero no se resigna a su destino e intenta desarrollar su trabajo sin perder su idealismo y su afán de superación.
La descripción del mundo de los organismos internacionales, sus miserias, su vida cotidiana, trufada de ingeniosas anécdotas, constituye el hilo conductor del libro. Eva se interna en un mundo hostil, pero encontrará no solo su lugar sino la recompensa del amor. También se ve envuelta en cierta placidez del entorno diplomático, entre cócteles interminables y cenas en restaurantes de lujo. Su perspicacia y su actitud vital construyen finalmente un personaje sólido, cercano, que parece que te habla al oído.
Último otoño en París remite a una original novela publicada a finales de los sesenta, Bella del Señor, de Albert Cohen, de la que recuerdo, en una lectura juvenil y algo intermitente, un trasfondo similar, aunque en esta ocasión la relación pasional derivaba hacia curiosas perversiones. Eva vive una historia de amor más lineal y previsible, algo abrupta en su conclusión. Pero creo que el lector no debe conformarse con las aventuras de una mujer luchadora y valiente. Al fin, Eva escribe desde su madurez y plantea, en su otra cara, la necesidad de construir los valores por los que vale la pena vivir. No perderse la transcripción del discurso que cierra el libro.