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Las europeas

 

La alegría de Rajoy tiene algo de hombre maduro que encuentra el amor. El amor de «una joven que le devuelve la alegría», que es una frase manida de aquel periodismo que llamaban amarillo. Después de conocer los datos de la Encuesta, y escuchándole a la salida del Congreso: “Estoy muy contento”, uno se siente tan confundido que ensaya motivos de dicha que, igual que unos, como el presidente, los sacan, otros los esconden exagerando lo mismo pero en sentido contrario.

 

En Rajoy, dicho está, uno conjetura sus razones en el amor por esa sonrisa sin dientes como la de George Clooney por su abogada libanesa, como si, al salir del hemiciclo antes de este puente de mayo a la Carrera de San Jerónimo, ya se hubiera quitado la corbata, e incluso la hubiese lanzado por los aires. Pero no es una teoría muy sólida; quizá en el caso de Hollande sí se podría pasar del ensayo al indicio, siempre y cuando el primer ministro Valls no hubiese hecho también recortes en este aspecto.

 

El quid va a estar en las europeas, que no es tanto amor como distracción, y que, aparte de unas elecciones, son aquellas mujeres con las que Umbral narraba aventuras amorosas de bohemio por las tabernas y cafés del Madrid de los setenta. Rajoy debe de estar muy contento al verlas venir, aunque en la algarabía de los mítines se aprecia más una satisfacción landista de esperar a las suecas en Benidorm que de evocar a poetas malditos en una buhardilla de Malasaña, por mucho que Cañete se dé ahora un aire de Matisse.

 

Europa es su proyecto, dice el presidente, confirmando la apreciación de que se acerca el verano y con él las hordas extranjeras deseosas de calor, que es un contento tan particular y tan antiguo que a los españoles no les interesa ahora que no hay Seiscientos para todos. A Rajoy, más que ante el concepto indeterminado de invasión femenina, o de la verdadera situación de España, se imagina que son esas europeas oníricas de Umbral ante quienes se siente tan contento; los sueños voluptuosos, líricos, quién sabe si de verse rodeado de banderas azules como acostado “entre maletas abiertas y velas languidecientes”.  

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