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Mientras tantoLas hormigas y el armadillo

Las hormigas y el armadillo


 

Suena Ragazzo solo, ragazza sola,

de David Bowie 

 

Al ver Tú y yo (Io e te, 2012), la última película de Bernardo Bertolucci, me asaltan inmediatamente algunas dudas. La primera tiene que ver con el maltrecho estado de salud en el que se encuentra el director italiano a causa de tres intervenciones quirúrgicas a las que se ha tenido que someter en la última década para corregir un problema de hernia de disco y que le han acabado causando una parálisis que le ha dejado postrado en una silla de ruedas. Esta triste situación se ha convertido en una recurrencia en todos y cada uno de los comentarios que se han podido leer o escuchar en relación a su última película. Y está claro que, a pesar de lo que crean algunos, los críticos de cine no son esos entomólogos que realizan sus estudios con objetividad y frialdad, o simples cirujanos que desentrañan películas con total asepsia, sin el menor atisbo de emoción. Sí, tenemos sentimientos. Y sin embargo uno duda de si a veces, como ocurre en el caso de Bertolucci, determinadas situaciones, informaciones concretas, no hacen otra cosa que condicionar, imponer, y entonces limitar, valoraciones y juicios. ¿Hasta que punto el hecho de que Bertolucci está condenado a pasar el resto de su vida determina la visión que podamos tener de su última película?

 

Entre los comentarios que más han alabado el último film del director de Novecento (Idem, 1976) se hace un extraordinario hincapié en su vitalidad, siempre, claro está, puesta en relación con su situación personal. La crítica ha insistido en esto y en otras cuestiones como la aproximación que ha llevado a cabo hacia unos personajes jóvenes, Lorenzo y Olivia, lo que ha causado cierta insistencia en esa mirada del cineasta, llena de nostalgia, propia del que parece estar despidiéndose de la vida. Un discurso que, además, permite hablar de una de las constantes más habituales de Bertolucci, las conflictivas relaciones entre hijos y progenitores, o entre hermanos, con la latente presencia del incesto o la traición. A través de los dos hermanastros Lorenzo, de catorce años, y Olivia, de veinticinco, vuelve de nuevo a esos personajes que arrastran el peso traumático, que sufren una inadaptación social y una incomodidad consigo mismos que les lleva a refugiarse de los demás, del mundo entero, como es el caso de los dos protagonistas. Lorenzo se esconde en el sótano del edificio de su casa mientras su madre se cree que está esquiando con sus compañeros de clase; solitario, colérico, antisocial, Lorenzo se aísla hasta que dentro de su maniático orden, su reservada intimidad, irrumpe la caótica, extrovertida, toxicómana Olivia, su hermanastra. Ambos compartirán la soledad, las frustraciones, sus desasosegantes existencias.

 

Y hasta ahí, todo encaja, y permite formular un discurso elaborado pero que juega la baza de una argumentación emocional en la que el crítico responsable no asume esa debilidad, no se confiesa víctima, tal vez, de algo de condescendencia involuntaria. El crítico pretende que su juicio sea objetivo sin poner de manifiesto una total falta de pudor hacia esa especie de conmiseración. Sin embargo, todo acaba convirtiéndose en algo risible cuando puede leerse que Tú y yo nos permite descubrir a un Bertolucci más vigoroso, algo que ya estaba presente en la anterior Soñadores (The dreamers, 2003), y cuya cámara se muestra más dinámica, a pesar de estar en una silla de ruedas, como si fuera él quien la desplazara, como si el director de cine no se pasara gran parte del rodaje sentado –y disculpen la franqueza; absténganse de buscar ironía en mi comentario-.

 

 

La segunda de las cuestiones tiene que ver con las continuas referencias a la filmografía de Bertolucci que parece que hay que hacer a la hora de opinar de su último film, tal vez, en parte, para darle a Tú y yo  ese mérito de película-síntesis o testamentaria, pero ya saben, llena de vitalidad dramática y energía narrativa. Y está claro que si uno conoce la filmografía de Bertolucci, la que antecede a ese periplo internacional que le llevó a dirigir, con la salvedad de El cielo protector (The sheltering sky, 1989), sus peores obras, puede empezar a establecer vínculos temáticos y dramáticos. Puede comenzar por los más obvios como El último tango en París (The last tango in Paris, 1972) o Asediada (Besieged, 1999), otros dos hui clos en los que se establece un binomio protagonista, y continuar con La estrategia de la araña (La strategia del ragno, 1970) o La luna (Idem, 1979), obras en las que se plantean conflictos entre padres e hijos. Sin embargo, si el espectador no posee ese hilo de Ariadna corre el riesgo de perderse por ese entramado laberíntico que cabría valorar hasta qué punto enriquece o no la visión de la película. ¿Hasta que punto es pertinente saber o no saber? ¿No condiciona de sobremanera el exceso de referencias hasta imponernos una determinada forma de ver la película, que además debemos cuestionar como la más adecuada?

 

 

Entonces, al ver la última película de Bertolucci, y si atendemos a la forma como ha sido analizada y valorada por los expertos, parece como si estuvemos frente a una obra en la que hay que valorar que el director italiano se encuentra maltrecho y avejentado, lo que provoca que el componente optimista de su discurso se magnifique. Y que ese supuesto retorno a temas y estructuras dramática anteriores tienen una intención revisionista que cabe vincular con el tono nostálgico de la película. Por otro lado, hay que tener presente la obra del cineasta italiano para poder establecer un diálogo entre Tú y yo y sus precedentes de manera que nuestra experiencia como espectadores sea completa y definitiva. Y a mí, entonces, me parece que aquello que se convierte en una especie de homenaje, con ciertos tonos elegíacos, se convierte en una traición hacia el cineasta nacido en Parma.

 

Poco me importa, aunque lo lamento profundamente, que Bertolucci se halle condenado a una silla de ruedas a la hora de dirigir una película. Y poco pretendía tener en cuenta su filmografía, a la hora de ver su última película cuando después de una reciente revisión –en forma de segunda oportunidad- todavía recuerdo la fallida, a ratos indignante, experiencia que supone Soñadores, película que ya anunciaba una especie de vuelta a los orígenes por parte de su director pero cuya impostura me resultaba casi detestable. Al ver Tú y yo la reconciliación con el cine de Bertolucci se produce, aunque tan solo por partes porque en ella me siguen molestando, aunque no indignando como las imágenes referenciales, usurpadas, de Soñadores, tanto las situaciones que me obligan a establecer ese diálogo con sus anteriores películas, como ese simbolismo excesivamente obvio que pretende hablarnos de los personajes –ese armadillo encerrado es su propio bucle de idas y venidas; esas hormigas finalmente liberadas aunque recogidas por una escoba…-. Porque entonces me parece que Bertolucci sí se convierte en un entomólogo y con su distanciamiento provoca que me aleje de los personajes y de todo ese interior convulso, lleno de carencias, de naufragios sentimentales, de conflictos emocionales y sexuales, de incestos.

 

Me gusta recuperar ese espacio claustrofóbico donde se encierran sus personajes y establecer esa dualidad entre el exterior –un mundo en crisis del que nos llega un lejano eco- y el mundo interior –ese refugio en el que Lorenzo y Olivia tratan de encontrar, paradójicamente, una salida a sus propios mundos, aunque esa salida se nos antoje sino imposible, como mínimo ardua y conflictiva. Me gusta, entonces, que frente a esa aparente solución, de cara a ellos Bertolucci no se muestre en ningún momento paternalista, ni tampoco imponga un discurso edificante, sino que este se construya con la equilibrada dosis de amargura y esperanza, ofreciéndoles a sus protagonistas la posibilidad de un futuro, seguramente no muy diferente a su presente. Y eso me conmueve por lo que tiene de gesto digno y bello. Me gusta ese anhelo que recorre toda la película hasta su penúltimo fotograma, hasta que Bertolucci decide hacer un homenaje a Los cuatorcientos golpes (Les quatre-cents coups, 1959) de François Truffaut, con mucho sentido eso sí, y emparentar a su protagonista con Antoine Doinel, pero que me recuerda a esa actitud infame que tuvo Bertolucci con maestros como Bresson en Soñadores. Me conmueve ver a los dos protagonistas compartir sus heridas mientras bailan abrazados, sin ninguna connotación sexual, de manera absolutamente fraternal a ritmo de Ragazzo solo, ragazza sola –David Bowie versionando en italiano su canción Space Oddity.- Me gusta porque Tú y yo me lleva a recordar las bellas palabras de Luis García Montero: “La verdadera nostalgia, la más honda, no tiene que ver con el pasado, sino con el futuro. Yo siento con frecuencia la nostalgia del futuro, quiero decir; nostalgia de aquellos días de fiesta, cuando todo merodeaba por delante y el futuro aún estaba en su sitio”.

 

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