“El cuerpo es una máquina / dentro un cubo blanco”
Severo Sarduy
*
En su primera presentación institucional en solitario en los Estados Unidos, en 2016, Cally Spooner creó para el New Museum una instalación llamada “On false tears and outsourcing”: una serie de adiciones arquitectónicas al espacio de la galería y la presencia de un grupo de bailarinas que responden a una serie de instrucciones coreográficas conflictivas. A saber: que los cuerpos traten de permanecer íntimamente unidos al tiempo que permanecen fieramente separados. La idea es la de explorar el modo en que el poder se presenta a sí mismo cuando entra en contacto con el cuerpo humano. Así pues: el conflicto entre la voluntad y la ley.
*
Me sorprende ver cómo hay gente que entiende la educación como una ecuación matemática que se ha de despejar. En tanto que un número. Pero no un número en relación a otros números, sino un puro número que ha de plegarse a la voluntad tiránica de su mente (la del poder del padre/madre), imponiéndose pues sobre el cuerpo del niño/a que evoluciona (quiere evolucionar) asilvestradamente
*
¿Me extravié en la fiebre?
¿Detrás de las sonrisas?
¿Entre los alfileres?
En la duda?
¿En el rezo?
¿En medio de la herrumbre?
¿Asomado a la angustia,
al engaño,
a lo verde?…
No estaba junto al llanto,
junto a lo despiadado,
por encima del asco,
adherido a la ausencia,
mezclado a la ceniza,
al horror,
al delirio.
No estaba con mi sombra,
no estaba con mis gestos,
más allá de las normas,
más allá del misterio,
en el fondo del sueño,
del eco,
del olvido.
No estaba.
¡Estoy seguro!
No estaba.
Oliverio Girondo
*
Desde hace dos, tres, cuatro días, quién sabe, ¿cinco?, que vengo trajinando un constipado que me trae derrengado en las mañanas y moqueroso por las noches. Al mediodía me deja en paz (más o menos), así que pudiera decirse que mis obligaciones (laborales, parentales; las amicales ya más difícil) quedan razonablemente cubiertas.
[Del sexo mejor ni hablemos]
Y no soy de quejarme mucho de estas menudencias, porque tampoco soy hombre de sufrir mucha enfermedad. Así que para mí esto es como unas mini-vacaciones en mi robusto mundo de salud (y tampoco se debe esto a ningún logro mío; cuestión de genética -y azar- me parece).
La cuestión es que lo que sí me pasa es verme asombrado por la lágrima que cae, junto al moco que brinca de la nariz y parece mi rostro una fiesta de mucosidades agrestes. Todo asilvestrado, con la algarabía feliz de lo imprevisto (de lo incontrolable, más bien). Y me digo: Pepe, estás llorando. Llorando como una magdalena. Pero no. Llorando como una magdalena sí.
Pero me digo: ah, claro, es que todas las lágrimas son falsas.
Y me pienso Baudelaire, llegando al otoño de las ideas. Y ya no sé si este corazón profundo como un abismo (y negro como el zinc) necesita un alma poderosa en el crimen o un kleenex para frenar este moqueo incontrolado y fútil.