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Mientras tantoLas lenguas y los lenguados

Las lenguas y los lenguados


Desde hace unas semanas mi grupo de amigos es afortunadamente políglota. Esto me obliga a pasar, en la conversación, del castellano al inglés rápidamente y, aunque mi acento no es el mejor, se me entiende. El 80% de las veces. Creo.

Lo interesante es cómo la estructura gramatical de cada idioma te obliga a pensar de manera distinta y en la forma hablada dependes de cuántas conjunciones y palabras recuerdas. El castellano, lo decía Josep Pla, tiende a la subordinación sin final y a una retórica tan hueca como insufrible. En el fondo es el lenguaje de curas trabucaires y agitadores con tres panfletos aprendidos: proyecta al infinito con un finito número de ideas.

De ahí viene ese arquetipo de dictador bananero y sus discursos sin final, que emulan al tribuno Emilio Castelar pero se acercan más bien a la almohada. El escritor franco hispano Jorge Semprún recordaba que Fidel Castro, su retórica abochornante, era impensable en el francés de frases cortas y lemas punzantes. Quizá por eso el penoso libro que le dedicó / plagió Ignacio Ramonet superó las 1000 páginas; habría que pensar cuántas de ellas superaban las dos ideas. Los dictadores nórdicos fueron más discretos se ha de decir: el que busque frases largas, sin final, en un Adolf Hitler que marcaba con profusión los silencios en el auditorio se llevará un gran chasco.

«Si quieres conocer a fulanito, dale un carguito»

Los cambios de idiomas, al final, resultan positivos y enriquecen la manera de pensar. Acaban constriñendo ese pensamiento río, logorreico -propio del castellano-, a frases cortas muy tajantes, en ocasiones muy divertidas para el oyente extranjero. En cuestiones de ligoteo, de hecho, nos da impresión de hombres “directos a la presa” (perdonen las feministas) porque se reduce el argot y “esevasiletowapo” a adjetivos que parecen propios del degenerado medio en 4chan.

Curiosa perspectiva: condensar el afluente de palabras en tajantes frases cortas. Todo un descubrimiento. El que le permitió triunfar a José Martínez Ruiz. Acortó, incluso, su nombre en un apodo: “Azorín”.

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