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Mientras tantoLas listas de libros

Las listas de libros


Los cinco libros que escogería Marcelo Carbajal. Foto del autor.

 

Trepen a los techos, ya llega la aurora

Spinetta

El pánico, si es que así se le puede llamar, vino porque él, Marcelo Carbajal, no supo en ese instante cuáles eran sus cinco libros favoritos. Y no se puede mentir. Los libros, para él, que lee con regularidad, son objetos de culto. No puede pretender, y hacérsela de Fresán y hablar que escondía detrás de otros libros el Transparent Things para que nadie más leyera a su amado Nabokov. Nah. Y además, qué sabía Marcelo de Nabokov. Buena pregunta, piensa Marcelo. Tal vez lo que más recordaba de él era una crónica que escribió Von Rezzori, hace muchísimos años, perdido en alguna feria del centro de Estados Unidos, buscando a Lolita. Y la película de Kubrick. Y bueno, no mucho más, como ya ven. Así que el pánico: ¿Cuáles son?

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En alguna parte de su obra, Thomas de Quincey habla de tener que llevarse un solo libro en un viaje en barco y hace trampa: Las obras completas de Shakespeare. Marcelo piensa: decir Las tragedias de Shakespeare sería una trampa más leve. Ahí tendrían que estar Otelo, Hamlet, Rey Lear, Julio César y MacBeth. Tendría que olvidarse de El mercader de Venecia, los Sonetos, Romeo y Julieta, La tempestad, Henry IV, Henry V. Pero bueno: las tragedias. ¡Cómo vivir sin poder leerlas! ¿no?

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Va a sonar pretencioso, sabe Marcelo. Pero ¿cómo poner a otros libros en lugar de La Iliada y La Odisea? (Los poemas homéricos sería el título correcto). El problema, si tuviera de verdad que escoger para ponerlos en una maleta sería: ¿en inglés o en castellano? En castellano tiene dos tomos aún bien conservados de La Odisea en papel biblia y letra pequeña, con tapa de cuero, en la traducción de Segalá y Estalella.

Sin embargo, La Odisea la tiene en inglés, en la gran traducción de Lawrence. Si tuviera que escoger uno solo, se llevaría el de Lawrence. Y si hay un poco de espacio para más griegos, también ese libro con la tapa de cartón mordida por el conejo que tenían cuando vivían en el Bronx: Tragedias de Sófocles, la selección de Moses Hadas. Marcelo se da cuenta, con algún asombro, que no extrañaría tanto las traducciones al español.

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Le encantaría poder decir, como Muñoz Molina, que lee Don Quijote todos los veranos. Y no. Lo ha leído solo una vez, metido en los trenes subterráneos y elevados entre Manhattan y el Bronx.

Una vez fue identificado como estudiante de Doctorado por estar leyendo la edición de la RAE en el tren 1 «¿Quién más puede estar leyendo Don Quijote?» dijo Lorena Bracho, a quien Marcelo vio algunas veces en el cuarto piso del Graduate Center.

Una sola vez leyó al Ingenioso Hidalgo. Bueno, antes, por pedazos, en unos tometes horribles publicados por la revista Gente, en el Perú. Si se lleva la edición conmemorativa, de contrabando, se mete un ensayo –no menor– de Vargas Llosa.

Porque si lo obligan tendría que dejarlo todo de él, piensa Marcelo. Incluída La guerra del fin de mundo, El pez en el agua y La verdad de las mentiras.

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Terrible ¿eh? Que un peruano deje todo Vargas Llosa si lo fuerzan a escoger entre cinco libros. Más áun si recordamos que Marcelo se la pasó leyendo El pez en el agua mientras viajaba tirando dedo, en las bibliotecas de Porto, Lisboa, San Sebastián y Londres. Y que ese fue el primer libro que pidió en la New York Public Library, en esa magnífica sala de lectura al lado de Bryant Park.

Trágico también, si pensamos que Vargas Llosa es casi su único recuerdo de las tardes de lectura en la biblioteca de su universidad, la de Lima, empujándose a sí mismo para leer todo lo que encontrara de ese frustrado candidato a presidente. Ahí leyó: Lituma en los Andes, La tía Julia y el Escribidor, Historia de Mayta, ¿Quién mató a Palomino Molero?, El hablador, Los cuadernos de Don Rigoberto.

Sin olvidar que pocas veces se rió más con un libro que con Pantaleón y las visitadoras (¡Esas cartas!).

La ciudad y los perros es el primer libro que Marcelo recuerda haberse comprado con su dinero, en una edición barata de supermercado, contra las advertencias de su padre. A Marcelo aún le queda la sensación de asombro y de plenitud que experimentó al terminar de leer esa novela.

Al dejar a Vargas Llosa, Marcelo también desecharía las tardes echado bajo el enramado de Anqui, leyendo La guerra del fin del mundo, mirando de tiempo en tiempo la soledad del viento pasando entre los cerros, la bodega de quincha, el camino caliente al otro lado del  cauce seco del río.

Dejaría también todas las novelas de Bryce. Y El zorro de arriba y el zorro de abajo de Arguedas, que lo hizo alucinar incluso durante la relectura de los diarios, mientras cursaba el Doctorado.

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La tentación del fracaso.

Qué ironía. De los grandes escritores peruanos afrancesados del siglo XX (Mario, Alfredo, Julio Ramón), Ribeyro fue el que menos gozó en vida de premios y aplausos (aunque también los tuvo). Ese es un libro que Marcelo conoció tarde–se lo trajo a buen precio la señora de un puesto en la calle Quilca, en Lima– pero que Marcelo relee siempre, como quien busca pistas para escribir.

Es como el ¡Tierra, tierra! de Marai o El mundo de ayer de Zweig. (Podría también escoger la Antología personal, con «La juventud en la otra ribera», «Solo para fumadores» o «Silvio en el Rosedal». Pero siempre extrañaría los diarios. Ahí está el Ribeyro sufriendo con las pesadas cadenas del escritor que pretende convertirse en inmortal.

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Memoires d’ Hadrien, en francés. Podría vivir también con la traducción de Cortázar, pero cómo no intentar –muchas veces– escuchar la voz de la vieja genia Yourcenar.

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Y esos son los cinco: Tragedias de Shakespeare, Los poemas homéricos (o The Odyssey), Don Quijote, La tentación del fracaso y Memorias de Adriano. Un diario, una ficción histórica. Aventuras e historias épicas. Prosa y verso. Grecia y Roma. Inglaterra, Francia, España y Perú. Como que falta Borges. (Pero no falta Borges, piensa Marcelo. Borges escogería algunos de estos libros).

Si pudiera escoger un sexto libro, pondría Ficciones.

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A Marcelo se le ocurren otras listas.

Los cinco libros de aventuras: Lord Jim, El conde de Montecristo, La guerra del fin del mundo, La vida exagerada de Martín Romaña, Waiting for the Barbarians (de Coetzee).

Los cinco libros de no ficción en español: Plano americano, Ventanas de Manhattan, El pez en el agua, Los viernes, ¿Hay vida en la Tierra?.

Cinco de ficción peruanos: País de Jauja, Los ríos profundos, El zorro de arriba y el zorro de abajo, Cuentos completos (de Loayza), La iluminación de Katzuo Nakamatsu.

Ficción europeos: The Portrait of the Artist as a Young Man, To the Lighthouse, La conciencia de Zeno, La muerte en Venecia, The Importance of Being Earnest.

Ficción de Estados Unidos: The Stories of John Cheever, Absalom, Absalom!, The Catcher in the Rye, Catch 22, Train Dreams

Narrativa corta latinoamericana: Duelo, Salvatierra, Estrella distante, Un episodio en la vida del pintor viajero, Las aventuras de la China Iron. No ficción latinoamericana: Un hombre flaco, El barro y el silencio, Maniobras de evasión, Biblioteca bizarra, 36 estrellas.

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El tiempo que se dedica a hablar de libros se puede dedicar a leerlos. Tal vez esa debería ser una de sus máximas, piensa Marcelo. Se da cuenta que ya son casi las 11 de la mañana y tiene muchas cosas que leer. Corta. Se pone a escuchar el Unplugged de Spinetta.

 

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