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Mientras tantoLas olas y el viento

Las olas y el viento


 

Mar del Plata dejó de ser ese balneario aristocratizante y prohibitivo para las clases populares argentinas a instancias de la acción política (y demagógica) de Juan Domingo Perón, que aprendió muchos de esos trucos en su carácter de espía en Chile primero y en Italia después. Sin embargo, tal vez pueda convenirse que existen las demagogias y las demagogias, algunas mejores que otras, sobre todo si la oposición política municipal socialista democrática de suyo prefería compartir el desmadre veraniego con los ricos y famosos en lugar de atender el empuje de un proletariado industrial al cual el peronismo le puso leyes, subsidios, beneficios, órdenes, feriados, domingos ingleses, aguinaldos y prohibición de disidencias.

 

En consecuencia, fue menos la viveza de unos que la estupidez de otros, con las excepciones, siempre de rigor.

 

Pasaron muchos años, muchos marplatenses sintonizaron los sesenta y luego los setenta, y en ese entonces una cría de fascistas agrupados bajo la sigla CNU (Concentración Nacional Universitaria), con base logística e ideológica también en La Plata, se cargó, en 1971, a la estudiante de arquitectura Silvia Filler. Los choques de la CNU, a partir de ese momento, no sólo se produjeron con la llamada izquierda peronista sino también con el más radicalizado socialismo que a partir de 1973 gobernaba la ciudad pero no debería desconocerse que los muchachos de la derecha siempre controlaron los sindicatos portuarios, que entonces eran fuertes y estaban bajo el puño de hierro de Diego Ibañez, amigo de Massera y de Menem, y que de tanto en tanto le tiraban una soga a la CNU: información, armas, basura. Y en 1983, después de la última dictadura, un candidato a intendente (peronista) que no ganó por milagro. El señor Demarchi, en la actualidad preso, es un hombre de fortuna, de cálida amistad con el asesinado capo de la CNU marplatense, Ernesto Piantoni. Ese asesinato, en una sola noche, provocó una venganza sin par: cinco por uno.

 

Pasaron muchos años más. En 1988 se muere el cómico Alberto Olmedo y a los pocos días el ex campeón del mundo Carlos Monzón asesina a su mujer a los bifes. Fue el fin de las alegres temporadas marplatenses, que langidecen verano tras verano, aunque la ciudad es refugio de cantidad de jubilados (jubiladas más precisamente, viudas de militares a casadas con militares presos), los socialistas desaparecieron junto con los radicales y los peronistas vegetan en el municipalismo. Pero siempre quedan nidos de ratas, no sólo de policías.

 

Ahora existe un Foro Patriótico Nacional (Fonapa), fascistas de cartón piedra que se las han tomado con los migrantes bolivianos y con los ateos que vocean sus apostasías frente a la catedral del balneario. Carlos Pampillón se llama el descerebrado al cual Pol Pot ni le hubiera preguntado el nombre. Ese señor no es más que un síntoma de lo que sucede en esta ciudad de casi un millón de habitantes.

 

Falta de información y complicidad policial.

 

Creételo. 

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