La imaginación al poder y los galardones para el talento. Albricias sean dadas porque la última cosecha de los premios Max haya sido copiosamente generosa para La función por hacer, una muestra de riquísimo teatro pobre, creativo y de contagioso vigor escénico, nervio desbordante en la interpretación y ritmo de seda furiosa en la dirección. Resulta reconfortante que una modestísima –en lo material– propuesta escénica, que empezó su andadura en el vestíbulo del madrileño Teatro Lara y cuyo éxito se cimentó en el infalible viático del boca a oreja, reciba una lluvia de distinciones. La aproximación inteligente y concentrada de Miguel del Arco, con la colaboración de Aitor Tejada, al universo metatetatral del Pirandello de Seis personajes en busca de autor es magnífica, un trabajo memorable cuya vivificante onda expansiva se ha prolongado en la formidable y rotundamente personal versión de Veraneantes de Máximo Gorki que puede verse actualmente en el Teatro de la Abadía.
Yo, y no sé si ustedes también, contemplo con cierta envidia las descripciones que nos llegan del efervescente panorama teatral de Buenos Aires, algunos de cuyos más sólidos representantes –Rafael Spregelburd, Daniel Veronese, Claudio Tolcachir, Javier Daulte– nos visitan con cierta frecuencia y nos dejan con la boca abierta por la pasmosa, intensa y profunda naturalidad de sus montajes y el no menos pasmoso y todo lo demás trabajo de sus actores. Como he escrito en alguna ocasión, el corazón de la capital argentina tiene forma de teatro. Almacenes en desuso, fábricas abandonadas, pisos (caso de Tolcachir y su compañía Timbre 4), garajes, espacios mínimos sirven de escenario al renovado milagro del teatro que allí late al mismo ritmo que la vida. Probablemente, el tan manoseado como certero concepto de espacio vacío acuñado por Peter Brook no se manifieste en ningún otro lugar con tanto rigor, desenvoltura y fantasía como en Buenos Aires, cuyos teatreros hacen de la necesidad virtud en el pan nuestro de cada día.
Lo más aproximado a aquella atmósfera de urgencia, insurgencia y solvencia escénica que se da por estos pagos sean –hablo del ámbito madrileño y de lo que alcanza la modestia de mis conocimientos– propuestas como la de La función por hacer y una iniciativa descarada y novedosa bautizada como Microteatro por dinero, que tiene lugar en el número 9 de la calle de Loreto y Chicote, y que aún no he visitado pero tengo señalada en rojo en mi agenda. Ya les contaré si la apabullante programación del Festival de Otoño en Primavera me lo permite. A mi amigo Marcos Ordóñez, de cuyo criterio hay que fiarse infaliblemente, le ha encantado.
Aunque no siempre resulte fácil acceder a ellos, en el panorama teatral de Madrid se abren espacios para la creación escénica española más allá del universo alternativo. Tanto el Centro Dramático Nacional como el Teatro Español han creado ámbitos para montajes de mediano y pequeño formato en los que es habitual la presencia de obras de autores españoles. Hay que felicitarles por ello, pero creo que nuestra tribu teatral debería llegar más lejos y buscar nuevos lugares con el ánimo irreductible de la grey buonaerense. No esperar a que la lotería oficial o los azares de la fortuna se ocupen de ello.
Esa es otra función por hacer, tanto o más importante que la denunciada por Miguel del Arco cuando recogió uno de los premios Max a su trabajo: “La situación es catastrófica por culpa de los Ayuntamientos que no pagan, somos mileuristas a pesar del éxito que tenemos con todo lo que hacemos, no hay una compañía ni un solo director al que no se le deba dinero” (El País, 10 de mayo de 2011). El dedo en la llaga de una de las consecuencias de la crisis económica que nos atenaza. La gente del teatro vive obviamente de los estipendios que recibe por su trabajo; parte de ellos los reinvierte en nuevas producciones. Si no se cobra lo que la Administración pública debe –ayuntamientos y otras instituciones oficiales representan una parte muy importante de la contratación de espectáculos–, se agrieta el presente y se imposibilita el futuro. Y para más inri, los productores deben abonar al departamento (im)pertinente de esa Administración pública que no les paga el importe del IVA correspondiente a las cantidades no cobradas. Diabólica ecuación kafkiana.
Adenda: Autores e ideas no faltan. Hace meses formé parte del jurado de un premio teatral entre cuyos finalistas se encontraba El deseo de ser infierno, un texto deslumbrante que defendí hasta la extenuación. Ganó otra obra muy interesante, desde luego. Pero esta pieza imaginativa, de escritura exigente, extraordinaria tensión dramática y poética singular tenía algo especial. Veo ahora que la va a publicar en breve el Centro de Documentación Teatral como ganadora del premio Calderón de la Barca 2010. Y me congratulo y me siento secretamente satisfecho por ello. Me entero de que su autora es María Burgos (Madrid, 1982), que firma como Zo Brinviyer y ha estudiado Dramaturgia en la Real Escuela Superior de Arte Dramático, completando sus estudios con muy interesantes maestros: Michel Azama, Mauricio Kartún, Marco Antonio de la Parra, Guillermo Heras y Carlos Marqueríe, entre otros. Ahora estudia Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad Complutense de Madrid. Además, se ha formado en danza contemporánea y boxeo: el movimiento como belleza y como contundencia. Una autora de armas tomar que, al parecer, tiene intención de dirigir su propio texto, en cuya trama se mezcla el ambiente sórdido de un reformatorio de principios del siglo pasado, la compañía circense de Buffalo Bill y las presencias de Calamity Jane y Billy el Niño, este de forma espectral. Un gran envite que busca escenario. A ver si alguien se anima a hacerle un hueco.