Home Acordeón ¿Qué hacer? Las otras. Monólogo contra la legalización de la prostitución

Las otras. Monólogo contra la legalización de la prostitución

A Rachel Moran que ha vivido la prostitución, la ha estudiado, pensado, relatado y vencido

 

(A oscuras, lentamente la escena se ilumina, aparece una actriz ante un atril)

 

Nadie, sobre esta tierra, tiene el poder de quitarle la dignidad a un ser humano, sea lo que sea que haya hecho, sea cual fuere la culpa horrenda que haya cometido, porque la dignidad ya se encuentra en la expectativa del bien que compartimos todos nosotros, buenos y malos. Eso es lo que al menos dice Simone Weil, y yo estoy de acuerdo. Así, cuando algunas amigas me dicen que una prostituta tiene su propia dignidad, estoy de acuerdo con ellas. Sin embargo, existen trabajos que no son dignos: mamar pollas por dinero no es un trabajo digno. Y si Italia es una República fundada sobre el trabajo[1], yo personalmente no quisiera que se fundara también sobre esto.

 

(pausa)

 

“La prostitución es un trabajo como otro cualquiera”, dicen muchas. Pero ninguna se lo cree de verdad. Ninguna querría una madre, una hermana o una hija prostitutas. De frente a la maravilla de una niña recién nacida sólo un hada verdaderamente mala podría prometerle esta cosa tan horrenda, tan sucia.

 

(pausa)

 

“Yo no lo haría jamás… pero si otra lo quiere hacer…”. Esta es la frase que, en general, pretende hacerme entender que la prostitución puede ser una elección libre… Pero ¿quién es esa “otra”? “Otra”, me dicen. Siempre es otra la que se abre de piernas ante un perfecto desconocido. “Otra”. Pero yo soy feminista y desde el momento en que me reconocí como feminista me he sentido todas las mujeres, sus historias son las mías o podían serlo, no existían “otras” para mí… Es un momento hermoso el que te hace sentirte “humanidad femenina” dentro de tu pequeño corazón individual. Para mí, ese fue el inicio de la libertad. Cuando sucedió, me dije, recordarás ese momento porque es un momento de perfecta felicidad.

 

(pausa)

 

He presentado el libro de Rachel Moran Paid for. My journey through prostitution,aconsejo a todo el mundo que lo lea para entender lo que es la prostitución. Ella, irlandesa, una ex prostituta que ha conseguido dejar de serlo, guapa y seria, no sonríe casi nunca, rígida, dura. Si no fuera así, no podría estar aquí, me dije. He intentado observarla con discreción, contagiada por su mirada fugitiva. ¿Qué es lo que nos hace estar molestas? Lo que nos hace estar molestas es el mundo, el mundo tal y como es, creo.

 

(pausa)

 

Cuando las prostitutas toman la palabra, hablan siempre, y sólo de derechos. El derecho a tener una casa con un contrato de alquiler regular, el derecho a desarrollar el propio trabajo a la luz del día, el derecho a tener una pensión, el derecho a pagar los impuestos. Pero el sueño secreto, inconfesado, es sobre todo ser como las demás, y si este sueño es el sueño más grande, eso quiere decir que no te sientes como las demás, porque la sanción social permanecerá implacable a pesar de todos los derechos que se puedan conseguir, e “hijo de puta” seguirá siendo uno de los insultos más grandes…

La herida está en el alma, no existe derecho que lo pueda remediar (en voz baja, como si fuera un secreto). En este dolor secreto, hermana mía prostituta, me siento cercana, mucho más parecida a ti de lo que te puedas imaginar.

 

(pausa)

 

Rachel Moran, en cambio, no habla de derechos, cuenta algunas cosas diferentes de las normales, cuenta el miedo. Cuenta que cuando se encuentra al cliente por la calle lo mira para entender en pocos segundos si te puedes fiar o no, si detrás de esa cara de ángel se oculta quizá uno que puede hacerte daño. Pero eso no llegas a saberlo nunca, ciertamente te sientes agradecida, si logras encontrar un pequeño detalle que te da seguridad… Pero eso les sucede a las jóvenes, a las que han comenzado hace poco. Después pasa el tiempo y ya ni miras, y el miedo permanece como un tormento, muy secreto.

 

(pausa)

 

Y los olores… los olores de los cuerpos no lavados, de los penes no lavados, de la saliva, del aliento y del esperma. Miedo y malos olores te acompañan cada día, por esa razón las prostitutas están siempre lavándose, casi obsesivamente. Lavarse se convierte en un vicio y el agua es el bautismo de cada día.

 

(pausa)

 

Si te conviertes en una escort, o sea si subes de categoría, el miedo se hace más grande todavía. Si eres una escort no vale sólo enseñar la carne, hay que vestirse bien, traje de chaqueta, tacones de doce centímetros, bolso Hermes, saber usar correctamente cuchillo y tenedor. Raquel cuenta que es tremendo el momento en el que se cierra la puerta de la habitación del hotel. Estás sola y él ante ti y tú, si eres una buena profesional, estás sonriendo. Ese es el momento en el que el señor elegante y amable puede transformarse en un monstruo.

 

(pausa)

 

No todos los hombres se conforman con follar, algunos tienen que pegar, hacerte daño, dar patadas, escupir en la cara, romper algún hueso, infligir dolor o quizá te matan. O, al contrario, te pagan para pegar, humillar, para mearle encima. En este o aquel teatro no hay redención, es una pérdida neta de dignidad para todos, porque nos encontramos demasiado lejos de su fuente, demasiados lejanos de las caricias de la madre.

 

(pausa)

 

Pequeños consejos:

 

—Perfuma los pezones para evitar que te los mastiquen o te los muerdan, aunque no siempre funciona.

—Si estás en una habitación, empuja un zapato debajo de la cama, inclínate y finge que la buscas, mira debajo de la cama por si hubiera algo con lo que pudiera hacerte daño.

—Canturrea una canción dentro de ti para hacer como si nada, para hacer como si fueras otra, pero no con demasiada intensidad, no sea que acabes por creértelo.

—Finge un orgasmo para acelerar los tiempos.

—No pienses, no llores, tu peor enemigo son las lágrimas.

 

(pausa)

 

Los italianos tienen el primer puesto del turismo sexual. Los que emprenden un viaje para follar son también padres de familia, señores respetables, profesionales. Parten en grupo, para celebrar algo, quizás un cumpleaños. A menudo follar a una pequeña virgen es un premio de la empresa.

 

Las niñas prostitutas tailandesas son muy requeridas. A las pequeñas vírgenes tailandesas el mercado las ofrece con más o menos 12 años. Lo que constituye un valor es la pequeñez de su sexo. Una vez desvirgadas valen menos, por lo que las cosen una, dos, tres veces o más, mientras aguanten sus pequeños cuerpos, hasta que se mueren.

 

(pausa, en voz alta)

 

Quien tenga fe que rece para que los hombres se liberen, quien no la tenga que se prepare para hacer la revolución…

 

No es fácil ser feminista. Sí, está la alegría de nacer dos veces, pero esa alegría inmensa no da ligereza. Llevo dentro de mí la guerra aunque no la deje ver, y la rabia, y una pena terrible…. cada día, cada día.

 

Pienso que para las pequeñas vírgenes tailandesas existirá seguramente el paraíso, aun cuando Dios no existe.

 

(pausa larga)

 

Oh… pero es posible tomarse las cosas de otra manera.

 

“Si los hombres son tan estúpidos…”, me decía una amiga mía que vivía de eso y se reía, me contaba historias, muchas historias. Ella conocía a los hombres como nadie, los conocía por el revés. ¿Que los hombres son fuertes, que son los amos?… Ella conocía sus debilidades, sus miedos, sus desconciertos, sus miserias y sabía cómo tratarlos, sabía cómo volverlos locos. Era una dominante. Y me daba un consejo, a mí que le contaba mis penas de amor de mujer emancipada, un consejo que ponía un punto final a todas mis pretensiones sentimentales. “Métele un dedo en el culo y déjate hacer lo menos posible”, esa era su receta. Nos divertíamos un montón juntas, viajes, vinos maravillosos, aún conservo en mi armario un jersey de cachemira de 8 hilos que me regaló y un reloj precioso. Le sobraba el dinero y se lo tenía que gastar, lo gastaba compulsivamente, con rabia y con tenacidad. Ese dinero tenía que gastarse, pulverizarse, era su manera de sentirse potente, era su desafío ante el mundo. Y su dolor lo mantenía bien encerrado en un rincón del corazón, sabía que ese era el único lujo que no podía permitirse.

 

(pausa)

 

De vez en cuando las prostitutas venían a encuentros feministas para pedir que se luchara conjuntamente, porque, decían, su trabajo era un trabajo honrado. Aquellos encuentros siempre acababan mal. La mayoría de nosotras decía que no, que el cuerpo no se vende, que en cada cuerpo también hay alma, que un hombre no puede comprar el cuerpo de una mujer, y ellas, cuando la discusión se iba calentando, empezaban a decir… “por lo menos a nosotras nos pagan, en cambio vosotras os dejáis hacer gratis y los tenéis en casa, les plancháis las camisas y en cambio nosotras… gracias y hasta la vista”. Y entonces empezaba el circo, cuando ya se había perdido cualquier pretensión teórica y sólo había gritos “sois peores vosotras”, “no, sois peores vosotras”. Y lo más fantástico es que teníamos razón todas, absolutamente todas, porque el impasse en el que siempre caíamos quería decir claramente una cosa, que era preciso volver a fundar nuestra relación con los hombres, inventarla de nuevo.

 

(pausa)

 

Cuando un buen padre de familia acompañaba a su hijo quinceañero por primera vez al burdel se decía que lo había convertido en un hombre. Pero no era tan sólo un asunto de técnicas amatorias. Ese padre le enseñaba de esa manera el orden del mundo, que un cuerpo de mujer se puede comprar, que existen mujeres buenas y mujeres malas, que las malas estaban para el placer y las buenas para formar una familia y cuidarla. Enseñaba que el placer masculino tiene autorización, es preciso y necesario. Enseñaba que las mujeres buenas no tenían nunca ganas de follar, que esas ganas las tenían sólo las malas.

 

(pausa)

 

Y en esto, ¡cuidado! No hay ni derecha ni izquierda, ni fascistas ni comunistas, ni centro ni periferia. Se sabe que la derecha ha celebrado los burdeles como contrapunto del altar de la patria, pero tampoco la izquierda se ha quedado atrás. La más reciente propuesta de ley para la regulación de la prostitución es del Partido Democrático. Una mujer que eligiera esa profesión tendría que ir a la Cámara de Comercio, solicitar la inscripción en el registro de las trabajadoras del sector, y después un coloquio con psicólogos y un examen de aptitudes… de naturaleza poco clara. Una vez en posesión de la inscripción regular, o sea fichada, tendrá que emitir factura de cada prestación y pagar los impuestos correspondientes… el sueño se hace realidad: ¡Finalmente ciudadana! Tampoco nuestro más gran sindicato se queda atrás, y después de no haberse preocupado durante años del trabajo de las mujeres, considerado siempre como secundario, ahora organiza encuentros con prostitutas para estudiar fórmulas posibles, socialmente aceptables… y ni siquiera teme tenérselas que ver con quienes organizan la trata.

 

(pausa)

 

Así en un futuro, que por desgracia no está muy lejos, podremos decir a nuestras hijas: “Queridas hijas, hay muchos trabajos que podéis hacer, podéis ser arquitectas, peluqueras, embajadoras, cocineras, profesoras, putas…”.

 

¿Es este el mundo que queremos?

 

(pausa)

 

7 de agosto del 2018. Un centro comercial del sexo, a pocos kilómetros de nuestras fronteras, ofrece por 70 euros un día entero y todas sus mujeres. Ahora bien, las prestaciones especiales cuestan algo más. ¿Quieres penetrar la vagina con el puño? ¿Quieres eyacular en la cara de la chica? ¿Quieres cagar sobre su cuerpo? ¿Quieres que se trague tu esperma? ¿Quieres que te chupen el agujero del culo? Todo es posible. Pero la oferta más tentadora se llama Gang Bang, a los clientes les encanta: la chica se llama Tina, tiene 19 años y está embarazada de seis meses. No es muy cara, sólo 35 euros más.

 

(pausa)

 

Un flash back despiadado. Íbamos por una carretera secundaria en coche. “¿Abuela, quiénes son?”, tenía 5 años mi nieta. Ante nosotras, tres chicas negras prácticamente desnudas, con el culo al aire, todavía no mujeres, adolescentes. “¿A quién pedir perdón?”, pensé, porque era una vergüenza demasiado grande.

 

Mi pena fue tan grande que todavía hoy dura, insoportable por aquella respuesta que no supe darle.

 

(pausa larga)

 

Después de haber expuesto ante un público numerosísimo su ley sobre el cierre de los burdeles, a Lina Merlin[2] se le acercó un jorobado y le preguntó: “Y ahora, ¿qué hará un pobre jorobado?”. Y ella, benévola, le contestó: “Querido señor, que haga como hacen las pobres jorobadas”.

 

Costó 10 años que aquella ley fuera aprobada por el Parlamento, 10 años de burlas, demostraciones científicas paranormales, de insultos, amenazas, sarcasmos, profecías tremendas, pero ella, ella fue como una roca y consiguió una ley que parecía imposible. Y logró de esa manera que nuestro país fuera mejor. 1958, gracias, mil gracias, Lina.

 

(pausa breve)

 

Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado. Zapatito roto, cuénteme usted otro.

 

(La luz va bajando lentamente, y entra a volumen alto la canción Valzer della toppa,cantada por Laura Betti).

 

Fin.

 

 

 

 

Este texto apareció publicado en Sottosopra en septiembre 2018.

 

 

 

 

Traducción: Maite Larrauri

 

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