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Mientras tantoLas palabras no protegen

Las palabras no protegen


“los poemas no bastan (…/…) las palabras no protegen”

Rafael Cadenas

 

Saco del agua por los pelos versos de un poeta venezolano del que no sabía nada hasta que el Cervantes, que a veces hace justicia, lo trajo de vuelta al mundo, a pesar de que había escrito todo lo que necesitaba para justificar una vida en la tierra.

Sus poemas me sirven para salvar la noche ya oscurísima de este último domingo de diciembre mientras seguimos pensando que aquí, a cientos de kilómetros de Gaza de Sudán de Ucrania, estamos a salvo.

El autobús es como una gran cuna mecánica que avanza por la autopista hacia la noche de fin de año, entre nubes de invierno en un atardecer que tiene más de silente apocalipsis que de hogar dulce hogar al que volvemos los que tenemos la suerte de no estar a merced de los asesinos que están redibujando el mundo y haciendo que la limpieza étnica sea lo normal y que la muerte y el espanto y el hambre y la desesperación sean lo normal y la desgracia y la resignación sean lo normal.

Un crepúsculo de Antígona, un crepúsculo de Oppenheimer y del lento genocidio de Gaza después de los horrendos crímenes de Hamás del 7 de octubre que siguieron a los horrendos crímenes cometidos para darle una tierra prometida a las víctimas del Holocausto y que ahora, cargados de razón, se lo aplican a otros más víctimas que ellos del ángel fiero de la historia, que se rejuvenece cada año con nuevas dosis abismales de sangre negra como esta noche castellana y fría por la que el autobús, como una gran cuna mecánica, avanza conmigo dentro.

¿Es este el destino de los hombres?

La Unión Europea adopta medidas de extrema derecha para evitar que en las urnas gane la extrema derecha y adopte medidas como estas y vende su alma al diablo del miedo y evitar a toda costa que vengan a cobijarse bajo el paraguas de su democracia los desposeídos de la tierra que nuestro modo de vida contribuye a aumentar cada día, cada Navidad, cada fin de año, con el consumo precioso con el que nos embriagamos para asegurarnos de que no somos dueños de nuestro destino y de que no tenemos culpa de nada, de que la culpa es siempre de los otros.

“El sentido de toda muerte/ es la vida”, escribió el poeta iraní Ahmad Shamlu, y Clara Janés, que ayudó a verter sus versos al español, recuerda que palabras como esas sirvieron de manifiesto a los poetas de su generación.

¿Podrían servirme estos poemas de Shamlu para encender lo que quisiera decir esta noche, antes de que el año se vaya por el desagüe de la historia?

Hannah Arendt acuñó la expresión “banalidad del mal” cuando, como enviada especial del semanario The New Yorker, trató de describir el contenido y las razones esgrimidas en el juicio al jerarca nazi Adolf Eichmann en Jerusalén.

Cumplir órdenes inicuas, inmorales, crueles, que violan la dignidad inherente a todo ser humano, que vulneran la legalidad internacional, el derecho internacional humanitario, la inviolabilidad de la vida, no exime de la culpa, aunque el grado de responsabilidad no es el mismo entre quienes mandan y quienes obedecen, entre quienes esgrimen razones políticas, estratégicas, históricas, y quienes matan a sangre fría, ejecutan, desde una pantalla, desde un avión a cientos de kilómetros de altura, con una bayoneta, un lanzagranadas, un cóctel molotov, un machete, las manos desnudas, un kalashnikov, una uzi… Para que la burocracia de la muerte resulte eficaz hace falta que todos los engranajes funcionen bien engrasados, y que cada presidente, director, general, capitán, sargento, soldado raso, terrorista cumpla con su parte, mate, siembre, viole, corte, aplaste, reduzca a escombros, aplane la tierra y su alma con ella.

¿Como se iban a cenar con sus familias los que organizaban los campos del gulag y los campos de exterminio así se van a cenar y a festejar los que ahora mismo cumplen a rajatabla su misión en Gaza como los que mataron el 7 de octubre y los que mataron por la patria en el País Vasco y los que celebran la muerte del enemigo y convierten al otro en cucaracha que no merece vivir?

La noche
borra los caminos
ya es inevitable
nos lavamos las manos a conciencia
nos sentamos
vamos a celebrar
otra noche de fin de año
con los nuestros
mientras estamos a salvo
de un desahucio
de un misil
de un asesino
de un naufragio
de un muro
aquí
entre cristales de nieve
arbustos que parecen corzos
inmóviles
acechando nuestros pensamientos
lo que hemos ido haciendo con nuestras vidas
a lo largo del tiempo
pensando que tenía sentido
que lo tiene
que podemos celebrar
sin convertirnos
¿en qué?

Las palabras no protegen
pero yo las enciendo aquí
como una cerilla
entre el cuenco de las manos
para alumbrarnos
en la noche oscura del mundo
mientras nos hacemos preguntas
que no tienen respuesta,
mientras permitimos
que la muerte
siga reinando
y un dios silencioso
al que tantos rezan
al que tantos buscan
al que tantos adoran
al que tantos niegan
siga inerte
tras esa vela
que el viento de la noche
agita
como aquellas almas que cuando niños
teníamos
para ser buenos
para vivir aquí.

 

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