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Las palabras son nocivas

‘Organomecánico’ de José María García Guitiérrez

Peralejos de las Truchas, Alto Tajo, 2 de junio de 2023

«Si se quiere ser feliz, no se debe hurgar en la memoria». Esta cita del filósofo, escritor suprapesimista Emil Cioran -rumano, aunque apátrida, que vivió en París y que escribió prácticamente toda su obra en francés- es una de las muchas que subrayo en el tomo voluminoso de sus diarios titulado Cuadernos 1957-1972. Él no era feliz con casi nada, salvo con la densa nostalgia de su infancia en Los Cárpatos que sintió al cumplir la cincuentena. Y en efecto, como dice la frase, revivir el pasado, reciente o remoto, ocasiona siempre algún rencor. Para sentir, no digamos dicha, sino sana indiferencia ante la vida, hay que partir siempre de un acorazado presente, yendo no para atrás sino para adelante.

Si no se controla esto se produce, también en frase de Cioran, «esa angustia sorda que preludia la imbecilidad». El problema está en la palabra, globalizada en el pensamiento (se piensa, en todo momento, con palabras), y en no acertar en la distinción entre pensar y sentir. El gran problema está en que el hombre convierte mayormente la inofensiva sensación en ofensivo, o al menos receloso, pensamiento. «Lo que en mí siente está pensando», escribe Fernando Pessoa en un verso de su obra ortónima.

Cioran también expresa, con una claridad asombrosa, la dirección correcta: «Todos aquellos que van en el sentido [correcto] de la vida poseen una capacidad infinita de olvido; por eso aquellos que no pueden olvidar, los ansiosos, los elegiacos, caen a la fuerza del lado de la muerte.» El olvido es consolador, como la música. De ella hablaremos al final.

Las palabras, a veces, son nocivas. «Las palabras son nocivas para el sentido secreto de las cosas», escribe Hermann Hesse en su Siddhartha. Y ese sentido secreto de las cosas, deduzco, se constituye en una sensación, no un pensamiento. La sensación es un pulso; o se resiste o no se resiste, transcurriendo más bien un proceso físico más que psíquico, evitando lo que apresura el pensamiento, ecuaciones linguísticas. La palabra, en definitiva, es un arma de doble filo. La palabra puede conformar el mayor loor, lograr, a su través, el mayor progreso; mas también puede conducir a la mayor aniquilación: las sentencias de muerte son palabras. La civilización se ha ido construyendo a base de palabras. Sin embargo, esa hermosura básica de la palabra propende al pensamiento engañoso. En el otro extremo se halla la pura sensación, alimentada de inocencia. La sensación aporta, sobre todo, seguridad. Los animales sienten, no defraudan. El hombre piensa; por lo tanto, nunca es totalmente fiable.

¡El problemático significado…! Del que la música carece, estando hecha nada más que de sonidos bellos. Bellas son las palabras, pero también dudosas. Ambiguas lo son en ocasiones numerosísimas. Mientras que los sonidos de la música, sin que pueda dudarse nunca, ciertos son. La música consuela siempre, incluso en melancólicas secuencias, incluso en trágicas secuencias. Las palabras no tanto, sólo a veces consuelan, diríamos pocas veces.

Volvamos a Cioran, lectura de mis últimos días: «Si Bach puede suplir para mí el resto de la música, no veo al escritor que pueda reemplazar él solo a todos los demás -ni siquiera Shakespeare-. Nos cansamos de las palabras, aunque sean las de Macbeth o las de Lear; no nos cansamos jamás de los sonidos».

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