Hay viajes que sirven para acabar una historia, lugares a los que ir donde puedes intentar cerrar el círculo, donde verás y preguntarás, donde entenderás mejor lo que creías que te faltaba. Este texto es sobre ese tipo de viajes: a Belfast, la capital del Irlanda del Norte, desde España y pasando por Inglaterra, para ver lo que queda en aquellas calles del otro país europeo que sufrió con más dureza el terrorismo independentista.
Pero antes de cada viaje viene la historia y los motivos de salir en la búsqueda con el objetivo de continuar contando.
ETA en España
En España, durante las últimas décadas del siglo XX y los primeros años del siglo XXI hubo mucho miedo al terrorismo de ETA, banda armada que quería la independencia del País Vasco. Entre 1975 y 2011 mataron a 829 personas.
Recuerdo muchas mañanas de mi infancia y adolescencia, antes de ir a la escuela, escuchando la radio con mi familia, mientras desayunábamos informaban del enésimo atentado en alguna parte de España, eran policías, políticos, periodistas asesinados. Siempre recuerdo aquel miedo que desapareció tras el anuncio del cese definitivo de la actividad armada el 20 de octubre del año 2011. Llegó la paz.
Muchos españoles nos sentíamos condenados a tener que sufrir esto, una especie de guerra que amenazaba de forma continua al país. Todos aprendimos expresiones como bomba lapa, disparo a bocajarro o tiro en la nuca, zulo, piso franco o enterrado en cal viva. Había secuestros, el país estaba en vilo durante días, había treguas que duraban poco, amenazas de muerte a aquellos que se expresaban en contra, comunicados en la televisión de hombres con la cara tapada por pasamontañas. En los telediarios aparecían noticias de última hora que casi siempre repetían la misma historia: muerte, violencia, la lucha independentista de una parte al norte del país.
Así, años y años.
Pero también sabíamos, sobre todo nosotros, los españoles, que en otro país sucedía algo similar a lo que ocurría en casa: era más al norte, en las islas, donde hablaban inglés: otra banda terrorista cometía atentados desde hace décadas con el objetivo de independizar una parte del territorio.
Además, ambos grupos tenían tres letras escritas en mayúsculas, ETA e IRA.
El IRA en el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte
Irlanda del Norte es una de las cuatro naciones que conforman el Reino Unido, además de Inglaterra, Escocia y Gales. Se encuentra al norte de la República de Irlanda, país independiente y con el que comparte el territorio. Hay una frontera: cambia la moneda al pasar de un lado al otro, del euro a la libra, el sistema numérico de la velocidad en carretera, el sistema sanitario y educativo, las compañías de teléfono cobran más dinero por llamar al extranjero.
Aquí, más al sur, sabíamos que algunos norirlandeses querían separarse del Reino Unido y formar parte de la República de Irlanda, además estos norirlandeses eran católicos y republicanos, mientras que los unionistas, es decir, aquellos que querían seguir siendo parte del Reino Unido, era protestantes y monárquicos. El IRA cometía atentados con el objetivo de hacer que Irlanda del Norte fuese parte de Irlanda, que toda la isla fuese una nación, una patria, pero también había grupos paramilitares que asesinaban católicos para seguir siendo parte del Reino Unido (esto último lo descubrí de viaje).
Los españoles conocíamos otra historia similar fuera de nuestras fronteras, de nuestros límites. Comparábamos.
Por todo ello siempre quise viajar a Belfast, Béal Feirste, nombre gaélico que significa tierra arenosa en la desembocadura del río (de viaje sabría que era el Lagan). Un nombre que siempre estaba en mi cabeza.
Antes del viaje
Cuando empecé a preparar el viaje a Belfast vivía en el Reino Unido, en Inglaterra, donde leí mucho sobre el conflicto, libros y periódicos. Muchos aspectos me recordaban a lo vivido por los españoles durante mucho tiempo: el miedo, las diferencias potenciadas entre ambas partes, el uso de diferentes lenguas, las reclamaciones territoriales, la utilización de los presos como reivindicación. Era el verano del 2016, y también desde hacía años, más que en el caso español, se había instaurado la paz tras un acuerdo, exactamente desde 1998, pero desde 1968 hubo más de 3.500 muertos.
Descubrí que parte del origen del conflicto estaba en la independencia de Irlanda respecto del Reino Unido en 1922, tras una guerra entre ambos: la parte del norte de la isla, la región del Ulster, no quiso formar parte del nuevo Estado y decidió seguir siendo parte del país al que pertenecía, una de las razones más importantes es que en aquella parte de la isla hubo desde el siglo XVII mucha más presencia de colonizadores ingleses y escoceses protestantes, mientras que en el resto de la isla dominaron los antiguos ingleses católicos y los nativos irlandeses. El tiempo los fue distanciando, cada uno con sus identidades, identificándose los unos contra los otros.
El viaje
Cuando llegué a Belfast desde Londres no llovía, aterricé cerca del mar y en autobús nos acercaron a una ciudad gris y bulliciosa hasta que se iba el sol que rondaba las 300.000 personas. Caminando por las calles vi una urbe sencilla, con su catedral, sus centros comerciales, sus restaurantes, sus museos, su río Lagan que lleva hasta el puerto y donde se intuye el mar algo más lejos. Una ciudad que no daba a entender nada de su pasado, a primera vista, sin entrar en contacto la gente, con la historia.
Por eso en el hostal pregunté a un norirlandés por los barrios divididos de la ciudad: sacó un mapa y me mostró el Peace Wall, hito de la época. Me dijo que tendría que salir a la periferia, en el centro no se veía nada. Lloviendo llegué hasta el lugar, situado a las afueras, al oeste del centro de la ciudad.
En mis viajes por Europa nunca había visto algo semejante, no me esperaba algo así en Belfast: un muro enorme a lo largo de una calle larga dividía dos zonas, en lo alto había una valla, y a ambas partes dos check points abiertos. Era un muro inactivo, lleno de pintadas recordando los momentos de violencia, deseando que no se volviera a repetir. También había murales donde se relacionaba aquello con el conflicto vasco, el catalán o el palestino.
Era lo que quedaba de los Años de Plomo, entonces cerraban los check points de noche o en momentos muy tensos, por ejemplo tras atentados o durante días de celebración patriótica a uno u otro lado. Ahora las puertas siempre permanecen siempre abiertas. Todo recordaba al Muro de Berlín, al Telón de Acero entre Italia y Eslovenia, entre Gorizia y Nova Goricia, a la valla entre Melilla y Marruecos, la división entre Israel y Palestina, México de Estados Unidos. Sabía que en el País Vasco no hubo nada semejante, sólo que las personas eran conscientes, en los pueblos o ciudades pequeñas, de los que eran de un bando u otro, quiénes estaban a favor o en contra del terrorismo.
El Peace Wall, situado en la calle Cupar Way, divide todavía hoy dos barrios muy diferentes, a un lado el Shankill Quarter, barrio protestante cuyos habitantes querían, o quieren, seguir siendo parte del Reino Unido y que Isabel II sea su reina; al otro, el Gaeltacht Quarter, donde las personas quieren, o querían, ser parte de otro país, reunirse con la Irlanda del sur. El primer barrio está lleno de banderas británicas, retratos de la reina Isabel II, murales de hombres armados que habían hecho frente al terrorismo del IRA convirtiéndose en paramilitares igual de violentos (descubrí bandas armadas como la UDA, la UVF [Fuerza Voluntaria del Ulster, en inglés], el Red Hand Commando o la Real UFF [Real Ulster Freedom Fighters], tiendas donde venden pines de grupos terroristas unionistas, altares a los caídos en los más de treinta años de enfrentamientos, placas en recuerdo de matanzas. El otro barrio, igual. Hoy también hay un centro, abierto no hace mucho, el An Chultúrlann, de cultura gaélica, donde tomando un té con leche puedes escuchar hablar gaélico y verlo escrito en libros.
Durante los días que estuve en Belfast visité otros barrios divididos, volviendo a ver muros altos y largos que seguían partiendo la ciudad a las afueras. Un lugar destacaba por encima de todos: el barrio católico de Short Strand, al otro lado del río Lagan, estaba rodeado por el principal barrio protestante del este de la ciudad, había límites: Albertridge Road al sur, Short Strand al oeste, Newtownards Road al norte y Bryson Street al norte. Las altas vallas eran el recuerdo de lo que había ocurrido, y de lo que algunos decían que podría volver a ocurrir.
Una calma tensa que sí me recordaba a lo que se vivía en el País Vasco, pero una tensión que iba desapareciendo, dejando el pasado atrás. En los periódicos sobre todo se hablaba de los presos que todavía estaban en las cárceles por sus acciones pasadas.
Había viajado y vuelto para contarlo.