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Mientras tantoLas puertas de la percepción

Las puertas de la percepción


Las olas. Foto de Diego Dourojeanni

For every thing that lives is Holy

William Blake, The Marriage of Heaven and Hell

 

 

–Estás china.

–Obvio pes huevón. El cielo tamare qué paja. Oe mira ese cerro, parece un Inca narigón.

Y la hamaca se bamboleaba sobre la tierra roja de Silaca.

Cuervo armaba otro tronchito y Natalia estaba en la hamaca mirando, una y otra vez, todo de nuevo.

–Qué paja oe.

Los pelícanos volaban como una tropa de helicópteros, formados a cierta distancia del mar. Las olas reventaban pero esa tarde estaban calmas.

Y se bendijo a sí misma por haber tomado la decisión de ir.

–¿Qué vas a hacer para la Semana Santa? dijo ella, los dos sentados en una mesa de El Averno.

Y Cuervo, con el polo siempre medio cochino (¿por qué por qué?) y la barba crecida que a su hermana le disgustaba tanto pero a ella cómo le gustaba, dijo a donde quieras mi amor.

–Este pata de la universidad me ha contado de un sitio en Arequipa. Unas casitas de piedra al lado del mar ¿Y si vamos?

Recordó a la señora gorda buena del restaurante que les dijo que se habían bajado del Ormeño demasiado pronto («si mi pata dijo bájate en la antena y ahí está la antena», pensó Natalia). La señora les dio tres panes por una quina y les dijo por dónde caminar. Y Cuervo la abrazaba mientras iban un dos tres un dos tres, caminando al costado de la Panamericana y por la trocha entre las piedras y por el sendero hacia la playa. Natalia pensó en el sonido tan paja que hacían sus botas al pisar los guijarros del camino.

Estaban muy lejos de Lima y solos en Silaca. Y el momento les hizo recordar ese otro viaje que hicieron a Marcahuasi y la misma sensación de que alguien estaba por algún lado, escondido, rodando una película.

A ella le hubiera gustado que Herzog estuviera detrás de una piedra con su cámara.

Si bien la noche anterior quien tendría que haber estado filmando era el de Betty Blue (Jean-Jacques Beineix) sobre todo cuando ella levantó el poto fuera del slíping, su propia manera de conectarse con el universo y después de subir subir subir se sentó sobre él y empezaron a cachar felices porque estamos solos huevón y se siente la energía del mundo decía el Cuervo.

La energía del mundo. Como en Marcahuasi, cachando abrazados dentro de una carpa y llenos de frío.

También pensaba en eso Natalia tirada en la hamaca mientras Cuervo movía los dedos y roleaba otro troncho. Y las rocas de la montaña más alta le parecieron otra vez el perfil de un Inca y el Cuervo hizo un chiste (malo).

Nos protege la montaña del espíritu de Cachacutec.

Natalia pensó en lo malo que era el chiste. Lo pensó, recuerda que lo pensó porque era como una alteración, un disturbio en la perfección del universo.

Es más si la presionan a Natalia ella puede afirmar que eso era lo peor de lo peor que Cuervo podía haber dicho en ese momento. Justo cuando ella parecía entender algo de toda esa huevada, como si se hubieran empezado a abrir frente a sus ojos las puertas de la percepción.

Claro que también pensó en esas palabras del Cuervo y en su estupidez congénita tres meses después, en su cuarto, decepcionada,  repitiéndose «lo sabía, lo sabía, lo sabía, lo sabía.» Bien que lo sabía. Él se iba a paniquear. No iba a ser el Cuervo dócil y bacán. Si no más bien el imbécil del Cuervo.

Pero por qué mi amor.

Fue concebido bajo ese cielo, frente a ese mar, huevón. Tengo que tenerlo.

 

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