Sombras de la muerte que avanzan por el mar buscando una esperanza, una nueva vida de felicidad que marchitan ilusiones cuando divisan la realidad. Antes muerte y explotación, ahora abandonados, muerte que les hace felices cuando invaden sus corazones.
Me duele el alma, el corazón cansado de gritar una y otra vez la triste estampa de unos seres ahogados en la desesperación y que sólo buscan lo que les hemos robado.
Niños que no conocen la aventura de la vida, de ser libres, de tener una sonrisa, de poseer una infancia como la de mis hijas, el descansar bajo la seguridad que da un hogar y de un plato de comida que llenar sus tímidos estómagos hambrientos.
Tengo lágrimas en los ojos… de impotencia, de amargura, de vergüenza por tener todas las comodidades, por haber nacido a un lado y no en el otro, por ser cómplice callado de estos terribles crímenes contra la humanidad que son enmascarados con políticas amargas, con medidas policiales, siendo tratados como verdaderos delincuentes y clamándolos “ilegales” a seres que como nosotros sólo buscan la paz de los suyos.
¿Cómo es posible que alguien vea en ellos una amenaza a sus vidas? ¿Qué más amenaza han tenido ya los que llegan aquí, que el dar su vida y todo lo que tienen por buscar el bienestar digno de un ser vivo? ¿A caso no lo haríamos nosotros? El problema radica en el lugar de origen, en esas tierras ricas que hemos explotado los del primer mundo y que como antaño, seguimos haciéndolo a costa de la pobreza, la corrupción y los actos egoístas criminales de muchas multinacionales. ¿Por qué? ¿Por qué tratamos al continente africano con esa deslealtad inmensa digna de grandes depredadores hambrientos de sangre? ¿Es que no comprendemos que es la Tierra de nuestros orígenes? Sinceramente, allí, hace miles de años, la evolución cometió un gran error, un error mortal al permitir que el homo sapiens o como se quiera llamar, se imponiese al resto de los seres vivos con su brutalidad asesina.
Estoy mirando al mar mientras plácidamente escribo estas letras con temblor en mis labios. Miro su horizonte, sus aguas tranquilas y azules, mientras que un atardecer poco a poco entra por la retina de tus ojos para asombrarte con su belleza. Pero… miro más profundamente ese mar y veo pateras de madera destartalada que nunca llegaran a su ansiado destino, niños asustados y hambrientos que van cerrando sus diminutos ojitos hinchados por la sal, madres desesperadas que piden a sus dioses si es que existen, que lleguen pronto o simplemente miran a un punto fijo soñando, sin ganas de vivir, derrumbadas, hundidas en el dolor… cuerpos que son echados al agua para desintegrarse en el mundo marino… Cuando veo esa luna en el mar, ya no la veo con alegría, con ilusión. La veo con recuerdos y muerte, con miedo, con amor, con lágrimas de dolor en el alma.
Tengo que parar. Se nublan mis ojos… o son mis gafas de ver llenas del polvo y desierto, de amargura y tristeza que no me dejan estar tranquilo.
Dios mío… ¿Cómo puedes permitir tanto dolor? ¿Cómo puedes estar impasible ante esas barcas llenas de ilusiones que se pierden en el mar y que acaban en una muerte desgarradora y cruel? ¿Cómo consientes estas injusticias en seres que nacen sin nada, que nada tiene y mueren por nada? Qué triste es la vida… ¿cómo es posible que un Dios bueno haga sufrir a tantos seres y consienta que otros que tienen mucho y son responsables de tantas injusticias, les colme de bienes a costa de la muerte?
Sigo mirando el mar. Se torna gris y se confunde con un cielo que desaparece por minutos. Ha salido la luna, la misma que muchos otros ojos en este mismo instante estarán mirando, pues nada más ven en ese mar que les rodea y arropa, y que bien puede ser su tumba antes que un nuevo amanecer alumbre con sus rayos la esperanza.
Lágrimas desgarran mi pecho, dolor y ese niño que mientras sus ojos se cierran para siempre bajo las sombras de la muerte, el grito desgarrador de una madre que ha perdido todo se escuchara en la inmensidad de un océano que no escucha y que sólo es testigo de tan tamaña crueldad.
NOTA:
Quise escribir para calmar mi sed y mi dolor por lo que siento. Pero no he podido, tengo el alma caída y enterrada bajo la sombrilla de una sociedad amarga y cruel. Soy participe de ello. Me siento responsable, inepto, amargo, triste, angustiado, culpable… quiero llorar, me salen lágrimas… ¿pero acaso tengo derecho a ello? ¿No es muy fácil entonar estas palabras para callar mi conciencia? Estoy siendo cómplice de actos criminales… soy un criminal. Pero…de todas formas… y a pesar de ello… necesito llorar, necesito que mis lágrimas inunden el corazón, que mi alma se desahogue en agua salada, la misma que mata a cientos de personas que buscan la libertad arrastrados por las acciones de los más poderosos de la Tierra, las multinacionales y el poder económico que controla el mundo. Me siento amargamente culpable ante este genocidio mundial… y sigo llorando… ¿qué más puedo hacer?
Has recorrido tierras,
países desconocidos,
mundos perdidos
bajo miradas quietas.
Buscas la ilusión,
un mundo en que vivir,
un bastón
que te ayude a sentir.
Das todos tus bienes,
embarcas con pasión,
muchos han caído ya
pero tú sigues con fervor.
Te adentras en la mar
con esperanza,
con viento, con sedal,
en espera del mañana.
¿Qué hay al otro lado
que tanto quieres,
que tanto sueñas
y que tan difícil es?
Sólo te espera la muerte.
¡Despierta!… muerte lenta,
salada, agonía
sin quererla.
Y si lo superas…
si aguantas y triunfas
y llegas vivo
a esa costa soñada
en el olvido…
…grilletes, detención,
hambre y lágrimas
y expulsión.
Nada… no te queda nada,
eres un ilegal
que ha venido de la mar
y sin ganas ya de llorar
te hundes, te vas.
El mundo se convierte
en una bola de cristal,
en la que tú, mota de polvo,
no tienes cabida
ni huella, ni vida,
ni tampoco derecho a gritar.