Fotografiar un cuadro de más de dos metros de alto se torna tarea tan complicada, como retratar a tamaño natural a un modelo de 1,90. Todo depende de la altura a que se encuentre la cámara, y de si el plano de la lente es completamente paralelo al de la tabla. Cuando aumentan los formatos, y si además éstos son estrechos, las distorsiones ópticas se multiplican.
Si el fotógrafo o pintor es el mismo que el modelo retratado, los peligros de veracidad de la perspectiva se agravan. ¿A qué altura de su cuerpo debía colocar el objetivo de la cámara, para que éste saliera menos deformado?, ¿a la de los ojos?, ¿a la del ombligo?, o ¿a la de sus tobillos? Intentos vanos. Cada una de ellas sólo servía para reproducir una porción vertical del cuerpo.
El autorretrato había salido un punto macrocefálico, pero la culpa no fue del pintor, sino de que sus ojos (o la cámara) se encontraran casi a dos metros de alto, de tal forma que el resto del cuerpo disminuía ligeramente, por efecto de la perspectiva picada, que es como en cine se llama a este alto ángulo de encuadre.
La prueba la obtuvo, cuando una vez que dio ¿por terminado? el cuadro, lo tendió en el suelo, para poder fotografiarlo desde su altura de doble metro. Sin embargo la distorsión se producía en horizontal con mayor intensidad, que cuando la tabla estaba erguida.