A primeras horas de la tarde del 7 de marzo de este año, Bata tembló. Había explotado un depósito de armas, bombas y municiones, almacenados en los anexos del cuartel militar de Nkohantoma de la ciudad de la parte cotinental de Guinea Ecuatorial.
El espectáculo era dantesco. Parecía una escena de una película. Pero era una dramática realidad que se podía palpar en Bata.
El Gobierno, a través del ministro de Asuntos exteriores, reunió a los embajadores y representantes de misiones diplomáticas para pedir ayuda. Casi inmediatamente acudieron los gobiernos e instituciones de muchos países y organismos internacionales a proporcionar auxlio de diverso tipo a Guinea Ecuatorial. Como suele pasar, dicha ayuda se canaliza generalmente a través de las autoridades del país.
La desgracia de la ayuda al desarrollo y de cualquier ayuda que se quiera proporcionar a los países subdesarrollados (de África) es que ésta se canaliza a través de gobiernos que generalmente son corruptos y que han creado las crisis que se quieren paliar con dichas ayudas. De lo que resulta casi siempre que dichas ayudas caen, muy a menudo, en saco roto (o mejor dicho, en los bolsillos de los que gobiernan) y no benefician a las poblaciones en la medida que lo debían hacer. Cosa que se agrava más en un país como Guinea Ecuatorial, sin una estructura de sociedad civil que podría mejor dirigir la ayuda a los necesitados. Y esto es lo que ha pasado con las ayudas que organizaciones de diverso tipo y pelaje han ofrecido a Guinea Ecuatorial, para intentar paliar una crisis (la de las explosiones) que se superpuso a otra crisis (la sanitaria).
En un discurso que el vicepresidente Teodoro Obiang Nguema pronunció en la primera reunión de la llamada “ceremonia para ayudar a los damnificados” menospreció dicha ayuda, diciendo que cuando llegaron algunos técnicos los guineanos ya habían hecho casi todo el trabajo. Lo dijo en fang, la lengua vernácula mayoritaria de Guinea Ecuatorial (no se sabe muy bien si con la intención de que los extranjeros no se enterasen).
La mayor parte de dicha ayuda sólo se vio en la televisión, presentándola, en la línea de hacer propaganda de todo (incluso de un hecho tan dramático como éste), como resultado de las buenas relaciones que el gobierno de Obiang mantiene con los países que la ofrecían. Digo que la mayor parte de la ayuda sólo se vio en la tele, cuando llegaban los cargueros. Y también cuando, en las noticias, mostraban a artificieros recogiendo los proyectiles que no explotaron y que se encontraban diseminados por muchos sitios de la ciudad de Bata. Del material y equipos sanitarios no se ha percibido que los centros hospitalarios de Guinea Ecuatorial hayan mejorado ni en la disponibilidad de medios (incluidos los medicamentos), ni en los niveles de atención a los pacientes.
Antes y después de las explosiones, la situación deplorable de los hospitales y centros sanitarios de Guinea Ecuatorial hizo que mucha gente importante del régimen haya estado trasladándose a otros países (Camerún, España, Marruecos, Francia, Túnez, etcétera) para cuidarse. Éste es el plan: como a las personas del régimen les sobra dinero, en lugar de mejorar los centros sanitarios de Guinea han establecido que se trasladen al extranjero para recibir tratamiento de las enfermedades que padecen; y que los que no participan de la abundancia (la gran mayoría de la población) se las arreglen como puedan o se mueran. Pero con la Covid-19 las cosas cambiaron y ya no resultaba tan fácil trasladarse al extranjero ni para curarse ni para someterse a revisiones médicas periódicas. Muchos fallecieron (Segismundo Nsue Alene, consejero presidencial, por citar a alguien muy conocido, y otros muchos). Otros pudieron ser trasladados a hospitales fuera de Guinea ante el agravamiento de su estado de salud, a causa del coronavirus o de otras dolencias: algunos pudieron contarlo, y otros muchos fallecerían en dichos hospitales extranjeros: Marcelino Nguema Onguene (defensor del Pueblo), Severin Ondo Nguema (diputado y presidente de la Cámara de Comercio de la Región Continental), Bathó Obam Nsue (senador), Celestino Bonifacio Bacale (antiguo ministro)…, y recientemente la madre de la primera dama, Cándida Ocomo Mba. A otros muchos, también siendo importantes, no les dio tiempo y fallecieron antes de que los pudieran derivar a un centro sanitario extranjero, como Santiago Nsobeya; Baltasar Nzeng Mesian, secretario general del Ministerio de Justicia, Culto e Instituciones Penitenciarias (cuando ya estaba llegando a Malabo la avioneta que le iba a trasladar a duala, en Camerún)…
Y si muchos de las personalidades importantes del régimen han fallecido por la mala situación de los centros sanitarios ecuatoguineanos, ¿qué decir de la gente corriente? Muchos de éstos que han sido afectados gravemente por cualquier dolencia, incluida la Covid-19, han fallecido irremediablemente por falta de las herramientas necesarias para una correcta atención que les hubiera podido salvar la vida.
¿A dónde ha ido a parar, pues, el material donado? No parece posible saber nada de la ayuda que no se ha entregado directamente a la población afectada.
Y la ayuda que ha sido directa ha ofrecido una radiografía muy fiel de la deplorable situación sanitaria, dejando a la vista de todos las vergüenzas de Guinea Ecuatorial. Me voy a referir al hospital de campaña donado por el emirato de Qatar y al hospital de campaña montado y atendido por un equipo profesionales de la sanidad militar de la República de Congo.
El hospital de campaña donado por el emirato de Qatar se montó en la explanada del estadio de Ncohantoma, en Bata. Con mil camas y otro equipamiento, sólo se donó el hospital, dejando su gestión en mano de los propios ecuatoguineanos. De lo que resulta que la falta de organización, y quizás de personal, ha hecho que dicho hospital haya sido infrautilizado: sólo sirve ahora como un punto de vacunación contra la Covid-19. De su equipamiento, sólo se ven ahora las camas. Y esto sucede mientras los centros sanitarios de Bata están muy congestionados, sin camas libres y con los depósitos de cadáveres llenos. Y eso por no hablar de muchos egresados de la Escuela de Sanidad en paro.
Pero el no va más, y lo que ha dejado la imagen de Guinea Ecuatorial en el lugar que le corresponde (primero en lo malo y último en lo bueno), lo resume lo que ha sucedido en torno al hospital de campaña que la sanidad Militar de Congo ha montado en el recinto de la academia militar de Ekuku. La noticia se presentaba así en la página web oficial del Gobierno de Guinea Ecuatorial:
“La República del Congo ha hecho entrega oficial este miércoles (31 de marzo) de un hospital de campaña al Gobierno de Guinea Ecuatorial. Forma parte de su ayuda al pueblo y al ejecutivo nacional, después de que una serie de explosiones causaran considerables pérdidas de vidas humanas y daños materiales el pasado 7 marzo en Bata. La ceremonia se ha desarrollado en la Base Ekuku de Bata, en presencia de varias autoridades ecuatoguineanas, encabezadas por el Vicepresidente de la República, S. E. Teodoro Nguema Obiang Mangue.
La ciudad de Bata cuenta desde este miércoles con un segundo hospital de campaña instalado en la zona de Ekuku con una capacidad de veinte camas.
Este hospital militar, una donación del Gobierno congoleño cuenta con 17 bloques, 7 especialidades, laboratorio, farmacia, radiología, y viene a secundar los esfuerzos del Ejecutivo ecuatoguineano en su afán de reforzar los servicios sanitarios del país.
El acto de entrega de estas instalaciones hospitalarias al Gobierno de Malabo ha estado presidido por el Vicepresidente ecuatoguineano, quien ha trasladado los agradecimientos al mandatario congoleño por este gesto humanitario, que reafirma una vez más la sincera y estrecha cooperación existente entre los dos países.
De acuerdo con el informe técnico presentado por el coronel Jean Bruno Ikapi, director del hospital, toda la atención médica será gratuita, incluida la medicación. Esta donación, según el político ecuatoguineano, es símbolo del buen estado de las relaciones de amistad y cooperación que propulsan los jefes de Estado, S. E. Obiang Nguema de Guinea Ecuatorial y S. E. Denis Sassou Nguesso de Congo Brazzaville”.
Los hospitales de campaña vienen a añadirse a una red de centros de atención sanitaria compuesta de:
—Centros privados: con clínicas, centros médicos, consultorios. De éstos hay muchos gestionados por chinos y coreanos. Muchos médicos nativos también tienen sus consultorios, algunos de estos anexos a farmacias.
—Centros de salud, llevados en su mayor parte por la cooperación española (religiosas de la Federación Española Religiosos de la Sanidad): María Gay, Rafols, Aldea Infantiles, Centro de salud de Ukmba.
—Público: Hospital regional doctor Damián Roku Epitíe Monanga, que a la vez sirve de hospital universitario.
—El Hospital Guinea Salud, de la Seguridad Social, llamado generalmente Nuevo Inseso (Instituto Nacional de la Seguridad Social). El INSESO también tiene un ambulatorio.
—Está el Centro Médico La Paz: un centro construido y equipado con dinero de los Presupuestos Generales del Estado, pero con gestión privada. De estas mismas características está el Centro Médico La Paz de Sipopo y los hospitales Virgen de Guadalupe, uno en Malabo y otro en Mongomo (distrito del presidente).
Al no estar organizado el sistema sanitario, es el propio paciente y su entorno los que establecen el itinerario que puede seguir para intentar conseguir el remedio de sus males.
Así, y como he señalado, los que tienen muchos recursos y tiene dolencias que precisan de una atención especializada, buscan remedio fuera del país. También acuden, en el caso de los residentes en Bata, al Centro Médico La Paz o al Hospital Guinea Salud de Nuevo Inseso. A este último también pueden ir los asegurados con el carné de asegurado en regla. Tanto en La Paz como en Nuevo Inseso se necesita abonar una fianza para ingresar, que supera, generalmente los 200.000 Francos CFA (unos 300 euros) y un día hospitalización está por encima de los 100.000 Francos CFA, sin contar los medicamentos.
Como se ve, son condiciones prohibitivas para la grandísima mayoría de la población. De suerte que cuando uno está enfermo y se trata de las patologías comunes (paludismo, tifoideas, disentería), va preferentemente a los centros de salud de los religiosos. Pero éstos tienen un horario: así, si uno cae enfermo en un momento que no puede acudir a estos centros y dispone de algo de dinero irá a los consultorios privados, de nativos o de chinos. Pero éstos generalmente no tienen salas para que los pacientes puedan quedar ingresados, sino algunas camas para el tratamiento o para quedar en observación durante unas horas.
Y cuando no se tienen recursos para ir a los chinos o uno cae enfermo en horas no hábiles para acudir a los centros de salud de los religiosos, o cree que tiene una enfermedad que requeriría un ingreso urgente, acude al Hospital Regional. Aquí, aunque el coste de la consulta pueda ser modesto, una organización muy deficiente hace que si a uno le ingresan el seguimiento de su tratamiento no lo hace un solo facultativo o equipo, sino que varios facultativos o equipos pasan por la sala y sin ninguna coordinación. Ocurre no pocas veces que cada vez que pasa un facultativo o equipo le cambian la medicación al paciente, sin mirar el tratamiento anterior. Por no hablar de que a menudo la medicación que recetan no está disponible en el hospital, o si la hay la guardan algunos trabajadores del hospital de forma particular y clandestina. En general, dichos medicamentos se tienen que comprar. Y esto puede pasar, incluso más de una vez al día. Además, en el hospital regional, el propio paciente tiene que comprar las jeringuillas, las gasas, los guantes, etcétera, que necesitan los facultativos para atenderlo. Y si, después de estos recorridos (incluso antes de agotarlos), uno no encuentra cura para su mal, recurre a los curanderos o a los pastores sanadores… Algo que también ocurre con demasiada frecuencia.
Nos encontramos, pues, ante una población abandonada a su suerte en materia sanitaria. Con deficiente o casi nula atención sanitaria y en muchos casos con diagnósticos errados de sus males. Ha pasado no pocas veces que a uno le diagnostican una enfermedad en Guinea, pero cuando tiene la oportunidad de viajar a otro país, como España o Camerún, y pide una segunda consulta, le suelen decir que el diagnóstico que le proporcionaron en Guinea estaba errado. Por no hablar de tratamientos que han agravado la situación del paciente, como si fuera una suerte de envenenamiento. En cualquiera de los casos, el paciente ecuatoguineano siempre tiene que desembolsar importantes cantidades de dinero para cuidarse de cualquier mal. Nos encontramos, en definitiva, con una población “enferma”, que va de médico en médico, de médico en curandero, de curandero en médico, de curandero en curandero.
Así que cuando se comunicó que se había instalado el hospital de campaña dona por la sanidad militar de la República de Congo, el 31 de marzo, y que iban a tratar gratuitamente a la gente, a todo el mundo sin distinción, y que disponían de laboratorio, quirófanos y cubrirían varias especialidades, y darían medicamentos a los pacientes, la gente acudió en masa para ver si las dolencias que arrastraban podían tener curación.
Los facultativos congoleños que atendían en el hospital de campaña establecieron protocolos para que la gente accediera a las consultas y demás atenciones, el número de pacientes que podían atender cada día, etcétera. Parecía evidente que los congoleños debían dejar en manos de los militares guineanos la organización del acceso de los pacientes al recinto.
A los pocos días se vieron desbordados por la gran afluencia de pacientes, lo que dejó una vez más en evidencia la gran cantidad de personas residentes en Bata (y en toda Guinea) que arrastran diversas patologías y que no han podido tener una satisfactoria atención sanitaria, situación agravada por la pandemia de la Covid-19. Cada día acudían más pacientes de los que podían recibir atendención: de todas las edades, lisiados, con problemas de salud de todo tipo. Se estableció el sistema de dar números según el orden de llegada. Pero como acudía muchísima más gente de la que podían atender al día, y se dejaba de dar números después de alcanzar el cupo diario, los que querían coger un número para ser atendidos empezaron por madrugar: salir de sus casas para poder llegar al cuartel de Ekuku lo más temprano posible, a las cinco de la madrugada, a las cuatro de la madrugada… Algunos optaron por quedarse a dormir al raso en las afueras del recinto, para poder estar en el lugar de la cola que les posibilitara coger el número que les permitía acceder a las atenciones.
Hay dos circunstancias a destacar: La primera es que la Academia de Ekuku, donde se instaló el hospital de campaña, está en las afueras de Bata, a unos 10 kilómetros del centro de la ciudad y al menos a 3 kilómetros de los barrios más cercanos a dicha academia. Muchos de los que acudían ni tan siquiera tenían dinero para pagar el desplazamiento, y tenían que ir andando. La segunda circunstancia es que, en Guinea Ecuatorial, en cualquier sitio donde se debe atender a la gente por orden de llegada, los propios interesados no están dispuestos a respetar dicho orden. Así se observa que, en cualquier sitio donde se tiene que hacer turnos, las gentes no preguntan por el último, así lo embarrullan todo y no son pocos los que pretenden saltarse su turno.
Estas dos circunstancias, sumado el hecho de que los militares de Guinea viven de la extorsión y que empezaron a colar a sus conocidos y a dar los números a cambio de dinero, derivó en un desorden monumental en el hospital de campaña. Para vergüenza de los guineanos. Así y todo, los congoleños estuvieron atendiendo a los pacientes que lograban acceder a las consultas, e incluso practicaron varias intervenciones quirúrgicas. Transcurridos los 30 días para los que habían venido se celebró un acto de despedida. Pero seguía habiendo mucha gente agolpada en los alrededores, rogando ser atendidos. No se sabe si porque se lo pidieron las autoridades guineanas, o porque el propio equipo médico militar de Congo se apiadó de los pacientes guineanos, ampliaron su estancia 15 días más. Y no sólo subió la “tarifa” que los militares guineanos cobraban para conseguir número, sino que prohombres del régimen con coches con cristales ahumados entraban en el recinto, y haciendo abuso de sus influencias, hacían pasar para consultas a familiares y allegados, sin respetar el turno.
A las dos semanas de la entrada en funcionamiento del hospital, informaron por la televisión de que un grupo del equipo del hospital de campaña de Congo estaba visitando el hospital regional de Bata. Se supone que en la visita acabaron impresionados del abandono que en materia sanitaria se encuentra la población de Guinea Ecuatorial.
La República de Congo, una dictadura como la de Guinea Ecuatorial, con un presidente que también ha alterado la Constitución para mantenerse en el poder, y cuya familia también está siendo investigada por bienes adquiridos de forma ilegítima, con una renta per cápita cuatro veces inferior a la de Guinea Ecuatorial, ha sacado a la luz de todas las vergüenzas de Guinea Ecuatorial. Ha demostrado que en países de nuestro entorno y con las mismas características sociopolíticas y más pobres que Guinea Ecuatorial se puede ofrecer asistencia sanitaria digna a la población.