En el mismo instante en que ese habitante de la cárcel de Gaza levantaba la mirada al cielo para evitar la ira de los (in) justos, Mohamed Abid estaba recitando sus poemas de libertad y arraigo. Justo cuando las mentiras campaban a sus anchas en el congreso del partido que es empresa, la voz poética justiciera y honesta de Antonio Rigo ponía los puntos sobre las íes. Quizá en el instante impreciso en que un inspector de la OSCE recogía con pinzas pruebas de lo que no se va a demostrar Ana Pérez Cañamares se cagaba en el capitalismo que, con forma de gordo seboso, se colaba en su cama con la lengua pastosa y el alma llena de moho.
Son las cosas de los tiempos paralelos, de las vidas que contiene esta vida. Por un lado, la barbarie, el paradigma guerrero y brutal que está marcando nuestro tiempo. Por el otro, Voces del extremo, el encuentro poético en el que las voces de algo más 80 poetas recordó al viento que todavía hay seres humanos dignos, que no empeñan sus versos al poder, que no comprometen su palabra con el sucio devenir de los indolentes.
Era la décimosexta vez que el también poeta Antonio Orihuela lograba reunir en Moguer, su pueblo natal y la tumba viva para los versos de Juan Ramón Jiménez, a una constelación poética difícil de definir. Escritoras y escritores que ya son referentes (Isabel Pérez Montalbán, Inma Luna, Conrado Santamaría, David Castillo o Ferran Aisa, entre otros), poetas del extremo del extremo (como Antonio Rigo, Felipe Zapico, Elena Román o Daniel Macías), jóvenes diversos y con ganas de reventar en verso (Miguel Martínez López, David Bobis, Viel Vila o Isabel Martín) o cantaores de la palabra sin pelos en la lengua (El Niño de Elche o José Caraoscura) acudieron a esta cita autogestionada de las Voces del Extremo del sur, del sur conceptual, del sur político, del sur poético, que no necesita de subvenciones ni de palmaditas en la espalda para existir, que no requiere de cenáculos culturales ni de elegantes plateas para regar su semilla rebelde.
El encuentro se desarrolla en cuatro escenarios. La Fundación Juan Ramón Jiménez, en la casa museo del autor de Moguer, la Casa natal del poeta, las calles del pueblo que un día fue epicentro de una conquista imperial y que hoy es conquistado por una telaraña de poetas indomables, y la Peña del Cante Jondo de Moguer, tan acostumbrada a que las palabras estallen en sus muros agujereados ya por la larga noche de los crápulas.
Voces del Extremo no concluye en resoluciones o en compendios. Sólo acontece. Poeta tras poeta comparte sin más reglas que las que él o ella se imponga, sin intervencionismos ni rígidos rituales. Aquí la ceremonia parece ser la de la amistad del tiempo o la de aquella que se cocina en el hirviente empedrado de este pueblo de sal y química. Algunas palabras quedan fijadas en los libros editados por Amargord (con Chema de la Quintana al frente y de frente) o por Baile del Sol o por Tierra de Nadie… Otras van a terminar grabadas en un disco que verá la luz en marzo de 2015 con la voz del refrescante y agujoso El Niño de Elche y los versos de muchos de los que han pasado por estos encuentros.
Anoche me deseaba Orihuela “buena digestión poética” porque este atracón tiene que ser masticado con paciencia y sin prudencia. La poesía imbricada con la vida versus la poesía de salón, la palabra que nace de la experiencia y vuelve a ella frente a la palabra distante del esteta, la belleza del duro cotidiano ante la estéril vanidad de las palabras impostadas, el verso de la revolución ante el silencio gritón de los best seller. El lema de este Voces del Extremo era “Poesía y Control”, pero en las calles de Moguer se ha demostrado que mientras existan voces al sur de la perversa fábrica hegemónica de la cultura habrá espacio para la esperanza.