Consideraciones previas:
Creo fervientemente que los hombres pueden ser débiles y las mujeres fuertes.
Sabemos que Jean Vigo perdió de niño a su padre de una forma trágica y, además, murió muy joven, demasiado joven.
Soy una mujer hawksiana, no lo puedo evitar. Recuerdo la actitud del director de La fiera de mi niña cuando salió de la proyección de Solo ante el peligro: Un Sheriff es un profesional que no puede ir mendigando ayuda entre los ciudadanos de una ciudad. Revisen sus western: El Dorado, Río Bravo, Río Rojo…
Juliette (Dita Parlo), la protagonista de L`Atalante, me recuerda a Emma (Madame Bovary), a Karin, la exiliada lituana que escapa de un campo de concentración casándose con un italiano en Stromboli. Las tres son prisioneras de una vida cotidiana monótona, aburrida, sin motivación y eligen a un hombre para huir de su realidad y conquistar su libertad, pero caen en una prisión más peligrosa y extraña que la anterior. Las tres son pasionales, soñadoras, hermosas, ingenuas, sin recursos profesionales, incluso neuróticas. Tal vez no en las mismas dosis, pero en combinaciones bastantes parecidas. Por eso los autores llegan a tres finales diferentes: el regreso al hogar, la muerte y una huida sin conclusión.
Juliette deja el campo para casarse con Jean (Jean Dasté) y se embarca en un bote a través del Sena. La embarcación, llamada L`Atalante, es el hogar de Jean y de su tío Jules (Michel Simon), segundo de a bordo. El barco está descuidado, sucio y no ofrece muchas distracciones para una mujer joven, ávida de aventuras y llena de expectativas falsas sobre el amor. Muy perturbador la visualización del efecto que causa una mujer, en un entorno cerrado, en hombres que no tienen resuelta su vida sexual. Es también conmovedor ver la ternura y vulnerabilidad de estos hombres.
Vamos a iluminar a estos caballeros de estas brillantes, incluso, geniales obras de arte y en especial al protagonista masculino de L`Atalante.
Mientras que en muchas películas se nos ha ofrecido la visión de un hombre de una sola pieza, sin fisuras, con una capacidad infinita de afrontar la realidad cercana a Dios (la masculinización de Dios ha hecho mucho daño a los hombres), Jean Vigo nos vomita este hombre con su masculinidad fracturada.
Jean se casa con una bella mujer, la saca de su entorno y la sitúa en una sucia barcaza, lo único que tiene. Una mujer joven que sueña con noches de amor, fiestas, vestidos, ciudades y puertos llenos de vida.
La vida que añora Juliette está más cerca del extraño, tierno y viejo Jules, con una vida llena de sexo, peligro, aventuras y añorados recuerdos.
Ella huye una noche a París en busca de esa vida que no encuentra en el barco. Jean, en un ataque de celos, la deja en tierra para lloriquear, echarla de menos, abandonarse al sufrimiento de la pérdida durante un buen trayecto de la película, hasta que Jules, conmovido por su añoranza, decide ir a la ciudad a buscar a Juliette. La encuentra y la lleva de regreso al barco, donde los amantes se vuelven a reencontrar para ser de nuevo felices.
Sí, a veces oigo voces, y, en la sala del cine donde vi la película, oí claramente lo voz de Haws preguntándome: ¿Qué coño le pasa a ese tío? ¿Por qué necesita que otro hombre vaya a buscar a su mujer? Eso no tiene el más mínimo futuro. Ese hombre jamás podrá satisfacer a esa mujer. Bueno, a ninguna mujer.
Por supuesto, Haws tenía razón. No es necesario ser Dios, pero un hombre que no sabe pelear por lo que quiere no puede satisfacer ni la pasión, ni los sueños de una mujer, y menos si esos sueños están contaminados con cantos de sirenas.