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AcordeónLatinoamérica, desafío a la crisis

Latinoamérica, desafío a la crisis

Las experiencias de las recesiones sufridas en el pasado en Latinoamérica pueden representar oportunidades de futuro ante la actual crisis financiera global                     

Tronco de arbol en proceso de resinación en Santarem, Brasil

Proceso de resinación en Santarem, Brasil/ Corbis     

 

El mundo desarrollado ha vivido una crisis financiera de gran magnitud tras la caída de Lehman Brothers a finales de 2008 y, a pesar de que recientemente la situación ha tendido a estabilizarse, las consecuencias en términos de nivel de actividad y desempleo son significativas y serán difíciles de revertir.

       El ciudadano medio de los países desarrollados ha vivido la crisis con perplejidad y no es para menos: la brutal recesión disparada por el colapso financiero interrumpió una larga época en que las fluctuaciones macroeconómicas habían sido particularmente suaves. Tan suaves habían sido los ciclos que los economistas académicos se apresuraron a bautizar este período como el de la gran moderación. Además, como esto coincidió con la etapa en que se afirmó internacionalmente la llamada Segunda Globalización, tampoco hubo mucha resistencia analítica a extraer la conclusión de que, además de los beneficios en el plano comercial, financiero y tecnológico, la globalización venía con un bonus: suavizar los ciclos y convertir las crisis en cosas del pasado. En este contexto intelectual, quedó poco espacio para el pesimismo de cuño keynesiano, eternamente preocupado por la capacidad de la economía de mercado para autorregularse.

       Los economistas y ciudadanos de América Latina hemos vivido la crisis de manera totalmente diferente. La razón es simple: en la región la globalización no trajo consigo un período de gran moderación sino más bien todo lo contrario. Durante la Segunda Globalización –que comenzó en los años 80 y se afianzó definitivamente en los noventa– la región enfrentó repentinos y frecuentes cambios en las condiciones financieras externas que tendieron a aumentar, más que a disminuir, la volatilidad macroeconómica. Además, varios países cursaron crisis severas. Un breve repaso será suficiente para ilustrar este punto. Leer más

       A finales de la década de 1970, la llegada de Paul Volcker a la presidencia de la Reserva Federal (FED) produjo un cambio en la política monetaria estadounidense. Las subidas de los tipos de interés tensaron por más de una década las condiciones de acceso al financiamiento externo para las economías de la región y América Latina no sólo sufrió la crisis de la deuda en 1982-83, sino que experimentó un largo período de falta de crecimiento. Los años ochenta se convirtieron en la llamada década perdida.

       Después de una cierta calma, posterior al Plan Brady, a principios de los años noventa, primero México (1994-95), luego Brasil (1998) y posteriormente Argentina (2002) enfrentaron reversiones masivas en los flujos de capital y se vieron en la necesidad de ajustar las cuentas externas y el nivel de actividad. Los ajustes requeridos no fueron menores. Argentina, por ejemplo, vivió una de las tres mayores crisis de su historia a principios del siglo XXI, y México y Brasil nunca volvieron a crecer de manera sostenida y a tasas razonablemente altas como, en cambio, sí lo habían hecho bajo el régimen de Bretton Woods, que precedió a la Segunda Globalización.

       Podría pensarse que América Latina es especialmente propensa a las crisis. Pero la Segunda Globalización no fue financieramente más benigna en otras regiones del mundo emergente, como lo atestiguan el colapso asiático de 1997-98 en Corea del Sur y otros países de la región, la crisis rusa de 1998, y la recurrencia de desequilibrios en Turquía. Y sólo nombramos los casos más sonados.

       No sorprende, por lo tanto, que la atmósfera intelectual del mundo emergente haya estado muy lejos de la visión de la gran moderación. Si bien la influencia de los académicos adscritos a la gran moderación fue enorme, el macroeconomista latinoamericano típico –y, para el caso, de cualquier país emergente– jamás dejó de colocar muy a mano en su biblioteca los libros que hablan sobre crisis financieras y desequilibrios macroeconómicos. Y menos aún dejaron de predicar las virtudes de la buena macroeconomía y la necesidad de evitar las burbujas alimentadas por el exceso de optimismo financiero. Optimismo que, habitualmente, durante la Segunda Globalización tomó la forma de excesiva entrada de capitales a la economía y sobre-endeudamiento público y privado.

       El discurso tuvo efectos. Si se compara la situación macroeconómica de América Latina de la primera década de este siglo (antes de la crisis internacional) con la de los años noventa las diferencias son sorprendentes. La excesiva confianza en las virtudes del acceso al mercado internacional de capitales fue reemplazada por una actitud mucho más conservadora y esto se reflejó en varios aspectos. En primer lugar, en materia de política fiscal, la región redujo de manera sustancial la deuda pública en relación al ingreso nacional. Incluso, algunos Estados muy ordenados, como Chile, acumularon fondos públicos alimentados por superávit fiscal para estabilizar la economía. En segundo lugar, una gran cantidad de países generaron superávit en sus balanzas por cuenta corriente y acumularon reservas internacionales para protegerse ante posibles cambios súbitos en los flujos de capital. En tercer lugar, hubo una caída en las tasas de inflación y mejoras en la calidad de la política monetaria.

       El giro fue tan radical que la región dejó al Fondo Monetario Internacional (FMI) con capacidad ociosa. Países como Argentina, Brasil y México, que habían demandado sus servicios de manera frecuente, dejaron de hacerlo y devolvieron los préstamos adquiridos en situación de emergencia. Fue en este contexto cuando se produjo la crisis de 2008.

 

Plantación de café en Armenia, Colombia

Plantación de café en Armenia, Colombia/ Corbis     

 

América Latina recibió su parte de la crisis

América Latina fue castigada de manera significativa por la crisis financiera del mundo desarrollado. El efecto más importante fue la interrupción de un período de fuerte crecimiento. Durante el sexenio 2003-08 la región creció a una tasa anual de 4,8%, superando los registros de las últimas cuatro décadas. Asimismo, la trayectoria fue bastante uniforme. En 2007, por primera vez desde finales de los años sesenta, la totalidad de los países de la zona crecía durante más de tres años consecutivos.

       La crisis internacional se propagó en la región a través de todos los canales que conectan a ésta con la economía mundial: los flujos financieros, el comercio, la inversión extranjera directa y las remesas de trabajadores en el exterior que, en todos los casos, mostraron reversiones muy agudas. La caída en la liquidez externa y el empeoramiento de las expectativas sobre el futuro de la economía mundial hicieron que varias economías entraran en recesión. La tasa de crecimiento devino negativa para la región en su conjunto.

       Lo sucedido en 2008 recuerda el ajuste negativo ocurrido como consecuencia de otros shocks financieros externos del pasado. Especialmente en lo relativo al fuerte descenso de las importaciones. Las cifras de cuatro grandes economías serán suficientes para dar una idea. Dos países que en meses previos a la crisis registraban superávit comercial, Argentina y Brasil, lograron mantenerlo a pesar del desplome de las exportaciones por la vía de un brutal ajuste en las importaciones, que se redujeron en un 55% entre julio de 2008 y febrero de 2009. A diferencia de Argentina y Brasil, Chile y México registraban déficit comercial en el momento de iniciarse la crisis. Con posterioridad, durante los primeros cinco meses de 2009 Chile logró generar superávit, México sólo se acercó al equilibrio. Más allá de esto, la evolución de las importaciones fue tan decepcionante como en el caso de Argentina y Brasil: en Chile descendieron en un 49% entre julio de 2008 y febrero de 2009 y en México lo hicieron en un 43%. No obstante, cabe acotar que, en todo este grupo, el movimiento de las importaciones ha sido más suave en los períodos recientes, como muestran los datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)

       ¿Por qué se ajustaron tanto las importaciones? Porque ante la incertidumbre internacional y la salida de capitales, la forma que tiene un país de conservar su liquidez es la de reducir su gasto en importaciones. Pero, por supuesto, esto tiene un coste: en América Latina las importaciones sirven para crecer porque buena parte de ellas son compras de maquinarias y equipos que alimentan la inversión productiva y proporcionan los insumos necesarios para producir. Por ello, importaciones bajas son sinónimo de crecimiento bajo. Éste es el ajuste negativo. Un ajuste positivo, pro-crecimiento, implica preservar la liquidez, pero no por la vía de disminuir las importaciones sino por la de aumentar las exportaciones.

       Cuanto menores sean las secuelas financieras que deje la crisis en la región, menor será el problema de liquidez y, por lo tanto, menor será la necesidad de ajustar la economía negativamente. En los años ochenta se perdió una década justamente porque las secuelas financieras de la crisis de la deuda fueron tan persistentes y severas que los países se vieron en la obligación de reducir las importaciones a un mínimo, para así mantener su liquidez externa y cumplir con sus compromisos de deuda.

 

El mundo post-crisis desde América Latina

De la mano de una mayor estabilidad internacional, la situación de América Latina ha mejorado y se espera que la región vuelva a crecer en 2010 entre un 2% y un 3%. Un dato muy positivo es que se nota cierto mayor apetito por invertir en la región. En vista de esta evolución, si bien los efectos de la crisis han sido sustanciales no parece que vayan a generar en la zona consecuencias similares a las más duras del pasado. Hoy por hoy, nadie está pensando en una década perdida en América Latina, excepto, por supuesto, si se diera un empeoramiento significativo en la situación internacional. Si de aquí en adelante el ajuste es positivo, al subir las exportaciones no sólo entrarán más dólares; también se creará más trabajo y se incentivarán la acumulación de capital y el progreso tecnológico en el sector exportador.

       ¿Hay lugar, entonces, para intentar un ajuste positivo post-crisis que no se asiente en la represión de las importaciones? Hay dos hechos que juegan a favor. Primero, la situación macroeconómica es mucho mejor en lo que llevamos de siglo que en períodos anteriores. Segundo, una ventaja de la región a la hora de enfrentar los desafíos de la crisis es que ya ha pasado por otros episodios de estrés financiero y macroeconómico y es posible extraer lecciones importantes del pasado. En función de esas enseñanzas, un programa de ajuste positivo debería poner énfasis en los dos puntos que se comentan a continuación:

 

Minas de oro Inti Raymi, Bolivia

Minas de oro Inti Raymi, Bolivia/ Corbis     

 

       1- La política económica debería privilegiar el aumento de las exportaciones.

Se necesitan negociaciones internacionales agresivas para ganar acceso a nuevos mercados. Además, habría que crear paquetes de políticas pro-competitivas orientadas a eliminar obstáculos estructurales tales como una baja inversión en innovación o la falta de infraestructuras para exportar y sustituir importaciones. Hay que tener en cuenta, no obstante, las lecciones que dejaron los errores y aciertos de los años noventa. Por un lado, las reformas deben perseguir un sector público con un mínimo de eficiencia y, por otro, las iniciativas a favor del mercado deben complementarse con insumos aportados por el sector público, bien en forma de bienes públicos o, como ya se ha propuesto anteriormente, con una inversión razonable en el sistema nacional de innovación, al igual que en educación.

       Pero tampoco hay que olvidar que la situación de cada país dentro de América Latina no es la misma. Las economías de América Central y México tienen un nivel de exportaciones que depende, en gran medida, del crecimiento norteamericano. Los ingresos de exportación de América del Sur, y en particular Chile y Argentina, están más ligados a la evolución de la demanda de recursos naturales. En relación con esto, como muestra el estudio de la CEPAL sobre la inserción internacional de América Latina, la actividad de Asia, y especialmente de China, es crítica. Por ejemplo, si la recuperación de la economía internacional fuera liderada por el gigante asiático, como se espera, ello abriría más posibilidades para evitar un ajuste negativo en los países del cono sur.

 

       2.- Se deberían utilizar con criterio las fuentes de financiamiento externo disponibles.

La región cuenta hoy con una macroeconomía más ordenada y, por ende, es mejor sujeto de crédito. Además, debido a la situación de alto desempleo e incertidumbre en el mundo desarrollado, probablemente los tipos de interés internacionales se mantendrán bajos por un período relativamente prolongado. Que el precio del dinero se mantenga así servirá de gran ayuda para la recuperación del apetito por riesgo latinoamericano. En realidad, mirando hacia el futuro, el problema del colapso en el comercio internacional parece una amenaza mucho más importante para América Latina que los peligros originados en el flanco financiero.

       Un hecho que puede ayudar a evitar la reducción de importaciones y a fomentar el acceso a crédito es que, a diferencia de las crisis de los años ochenta y noventa, que fueron en primer lugar un problema de los países emergentes, hoy el problema es global. Esto quiere decir que a los países desarrollados les interesa mantener la demanda de exportaciones de los países emergentes. Por lo tanto, es de esperar que las instituciones financieras internacionales (IFI) se muestren más abiertas a la hora de proveer financiamiento a los países emergentes. Este punto puede marcar una gran diferencia en relación a los períodos de recuperación de otras crisis, cuando la condicionalidad de los organismos no mostró un celo excesivo en evitar que el ajuste macroeconómico tomara un sesgo negativo.

       En este sentido, es importante que tres países de la región estén representados en el G20. Allí podrán hacer escuchar su voz a fin de lograr una nueva arquitectura financiera internacional que sea más acorde con los intereses fundamentales de América Latina: crecer y reducir los niveles de pobreza y exclusión social.

       En suma, América Latina podría estar en buenas condiciones para aprovechar las oportunidades que le brinde el mundo post-crisis. En buena medida, ello se debe a que su situación macroeconómica hoy es mucho más manejable que en el pasado. Haber estado entre las regiones que sufrieron primero los rigores de la Segunda Globalización puede hoy constituir una ventaja comparativa. Eso sí, sigamos teniendo los libros sobre crisis y desequilibrios a mano en la biblioteca. Si se llenan de polvo porque sólo consultamos el estante que tiene los tomos sobre crecimiento y distribución del ingreso… mejor, querrá decir que estamos teniendo éxito.

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