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Mientras tantoLazareto Europa

Lazareto Europa


 

 

Era necesario

que el mar

viniera a vernos

en forma de catástrofe

espejo de medusas

nuestro mar.

 

1. Fuimos a San Simón por primera vez en nuestra vida. Allí habían estado encerrados después de la guerra el señor Ricardo y Sinda, la mujer que nos cuidaba cuando no estaban nuetros padres. Siempre se hablaba de ello en voz baja, con temor a que la policía de Franco estuviera a la escucha. Pero lo que sí entendí de niño es que el señor Ricardo había escondido en su casa a unos republicanos. Siempre había pensando que tanto ella como Gumersinda eran buena gente. Aquello no hizo sino reforzar esa idea. Antiguo refugio de monjes desde el siglo XIII, en que fue cantada por los trovadores medievales galaico-portugueses, en la parte más íntima y recogida de la ría de Vigo, fue arrasada por Francis Drake, lazareto donde se ponía en cuarentena a los navíos que venían de las Indias, y finalmente prisión durante la Guerra Civil Española y la posguerra, donde el dolor y la falta de compasión y el arbitrio y la crueldad se hicieron intensos y perdurables.

 

2. Nos gusta pensar que somos buenos. Que nosotros no nos portaríamos del mismo modo si la guerra volviera a nuestras calles, a nuestras vidas. Recuerdo el final de una conferencia de mi amiga Maite Larrauri sobre Gramsci. Se me acercó un muchacho de poco más de veinte años. Me dijo que gente como yo era la que impedía que las cosas cambiaran, que había que matarnos.

 

¿Y tú lo harías?

Por supuesto.

¿Sabrías a quién matar y a quién no?

Por supuesto. Hay que matar y matar hasta limpiar el mundo de indeseables que impiden que se haga realidad la revolución.

 

Lo dijo mirándome a los ojos, sin que le temblara la voz, sin el menor atisbo de miedo. Seguro de lo que decía.

 

3. Recuerdo a uno de los amigos que más quise mientras estuve haciendo que estudiaba en la Universidad, en Santiago de Compostela, poco antes de la muerte de Franco, y después. Recuerdo la borrachera política de aquellos años, y cómo celebró un panfleto en el que me permitía argumentar que en los primeros momentos de la revolución sería inevitable matar a los que se opusieran a la nueva realidad. Pronto empecé a renegar de toda ideología que justifica la muerte de otros por un bien mayor. Hace poco he vuelto a verle, a él y a su compañera de entonces. Para él no cabe la menor duda de que detrás de las dificultades que experimentan regímenes como el sirio, el venezolano, el nicaragüense, el cubano está el neoliberalismo insaciable, el capitalismo desalmado, que busca imponerse por todos los medios. Y hasta me reprocharon que Reporteros Sin Fronteras fuera cómplice de buena parte de ese discurso, cuando criticábamos las atrocidades del régimen de Damasco.

 

4. Cuando entrevisté a Susan Sontag en el Sarajevo sitiado le pregunté por la izquierda (era a comienzos de los años noventa), y la izquierda, con figuras como mi apreciado Eduardo Haro Tecglen, decía en general que lo que ocurría en Bosnia era que el imperialismo capitalista quería aniquilar al comunista Slobodan Milosevic, un resistente contra esa ola implacable. Que todos eran igualmente culpables. Susan Sontag intentó convencer a sus amigos más renombrados para que acudieran a la capital bosnia a compartir el sufrimiento de la población, para que con su testimonio ayudaran a poner término a aquel horror que se vivía en el corazón de Europa y ante nuestros ojos. Sólo acudió Juan Goytisolo. Le admiraba y le leía desde hacía muchos años. Desde entonces nos hicimos amigos, y empecé a quererle. A la pregunta acerca de la izquerda, Susan Sontag respondió:

 

La izquierda es un chiste.

 

5. Esa misma izquierda (tengo aún muchos amigos en sus filas, aunque estén confusos, desarbolados, indignados) es la que comprendía las razones de los nacionalistas vascos y de los nacionalistas catalanes, y durante muchos años justificó las atrocidades de ETA. Todavía hoy no acaban de entender actitudes como la de Aurelio Arteta, tan criticado cuando, amenazado por ETA en la Universidad del País Vasco, denunciaba el nacionalismo como una ideología reaccionaria, y la imposición del euskera tras la llegada de la democracia como una actitud profundamente antidemocrática. Lo mismo ha hecho con los abusos del nacionalismo catalán. Y los reproches no han cesado. Todavía hoy esa izquierda donde tengo todavía muchos amigos se refiere a los que se oponen al nacionalismo como protofascitas o fascistas a secas, y enseguida enarbolan el contranacionalismo español, tan deplorable (dicen en algunos casos, equidistantes, razonables, amigos amables del diálogo como solución a todos los males) como el otro.

 

6. Lo he escrito en otras ocasiones. Después de haber dedicado años a cubrir historias en África me resulta especialmente vergonzoso que en España, en concreto en el País Vasco y en Cataluña, se hayan fabricado artificialmente problemas políticos absurdos, se hayan dilapidado cientos de millones de euros en propagar una ideología profundamente reaccionaria, un nacionalismo ruin, un culto a la identidad, a lo distinto, a lo propio, en contraposisión al otro, fruto de una idelización de la propia condición, del hecho de ser catalán, o de ser vasco. Como si eso fuera algo. Como si eso significara algo. Me parece una obscenidad todo el dinero que se ha derrochado construyendo una nación fruto de la ideología, fruto de la diferencia, fruto del derecho a ser otro, distinto, mejor. Y a esgrimirlo además como un discurso emancipador frente a un poder central que se caricaturiza hasta el esperpento.

 

7. A pesar de haber sido despedido hace meses de ABC sigo leyendo el periódico todos los días. Gracias a eso el pasado domingo pude disfrutar de un artículo de Álvaro Vargas Llosa titulado Inmigrantes reales y ficticios. Era muy interesante porque, además, era fruto del alma liberal que a veces anima el periódico donde durante 19 años fui libre para trabajar apasionadamente. Esa alma liberal capaz de acoger un artículo que contradice algunas de las portadas más penosas publicadas por el periódico en los últimos tiempos, portadas que agradarían a tipos como el ministro del Interior italiano, ese tal Salvini. Portadas que hablan una y otra vez de invasión, de efecto llamada, de amenaza, y que además de partir de datos incompletos o burdamente retorcidos y así de sacar conclusiones erradas ataca dos principios que se supone forman parte del corazón del diario monárquico de la mañana: la compasión cristiana, el liberalismo. El liberalismo que sin vergüenza proclaman cabeceras como el semanrio británico The Economist, partidario del libre movimiento de personas como uno de los fundamentos de la riqueza de las naciones. Además, para un pueblo de emigrantes como el español la memoria debería ser una tradición mejor cultivada. Y eso vale para todo el país, para todas las nacionalidades y regiones. ¿Para cuándo un retorno a los hechos ponderados, a la historia crítica, a la filosofía, la geografía, la literatura, la retórica, el latín, el griego, y la conversión del profesor y de la enseñanza y el esfuerzo en el eje de un cambio en nuestras mentalidades obsesionadas con el yo, el placer cueste lo que cueste, el derecho a esto que existe y ha existido y existirá siempre para mi particular y merecido disfrute?

 

Este es más que un amplio extracto del escrito de Álvaro Vargas Llosa:

 

«en el debate sobre la inmigración que tiene enconado a medio mundo, basarse en hechos reales. Esto, que suena elemental, es dificilísimo cuando en ciertas discusiones políticas intervienen los instintos disfrazados de argumentos. Porque esos instintos, y principalmente el del miedo, influyen poderosamente en la percepción que se tiene de los hechos. Por eso digo que urge acercar ambas cosas –la percepción y la realidad– cuando hablamos de inmigración».

 

«Un estudio de Alberto Alesina, Armando Miano y Stefanie Stantcheva publicado por el National Bureau of Economic Research auscultó las percepciones de 22.500 personas representativas de distintos segmentos sociales y políticos en Estados Unidos y Europa. Las conclusiones son fascinantes».

 

«Los estadounidenses piensan que la inmigración legal abarca el 36 por ciento de la población, pero la cifra real no supera el 10 por ciento. Pasa algo similar con los indocumentados, que sólo suman 3,5 por ciento pero que el público piensa que son muchísimos más. Los franceses creen que los inmigrantes legales suman 30 por ciento, pero la cifra real es 12 por ciento. La diferencia entre percepción y realidad en Alemania es dos a uno. En Italia, donde la inmigración jugó un papel determinante para que la Liga y el Movimiento 5 Estrellas obtuvieran los resultados electorales que a la postre les permitieron formar gobierno en coalición, se cree que la inmigración legal abarca más de la cuarta parte de la población, cuando en verdad no es más que la décima parte. Por otro lado, en gran parte de los países europeos los indocumentados no llegan al 0,5 por ciento de la población, una proporción liliputiense».

 

«Se tiene la idea de que, a partir de la crisis de 2015 y la polémica decisión de Angela Merkel de abrir las puertas a más de un millón de refugiados, se ha producido, año tras año, la invasión de Atila el Huno. La resaca provocada por aquella decisión ha sido enorme: Merkel estuvo muy cerca de perder el puesto (y quizá el occipucio) cuando el partido socialcristiano, el hermano menor de su familia ideológica, se rebeló contra ella. Pero lo que nos cuenta la International Organization for Migration es otra cosa. En lo que va de este año, han ingresado en Europa 75.000 inmigrantes, menos de 9.500 por mes, nueve veces menos que hace tres años. El año pasado el número fue cinco veces menor que en 2015».

 

 

8. La tarde baja lenta en Castilla a mediados de agosto. A la sombra. En realidad no sé qué fue lo que motivó este artículo. En principio nada en concreto, un cúmulo de impresiones. Sé que carezco de sólidos recursos argumentales para defender mis ideas. Me vinieron a la cabeza los primeros versos de un poema que pugnaba por salir. Y me acordé de las fotografías que tomé en la isla de San Simón. Entonces el texto emprendió una deriva inesperada y acaso algo destemplada que me llevó a los recuerdos de los años de estudiante universitario, mis amigos izquierdistas, Sarajevo, y enseguida Euskadi, Cataluña, la inmoralidad del nacionalismo político que se estila en España y que se agrava cada día, con esa división que se ha instalado en Cataluña para quedarse por culpa de esos aprendices de brujo que hablan como iluminados y que han sido seguidos hasta aquí por personas que aprecio, con entendimiento, rigor, capacidad de comprender y compadecerse del sufrimiento ajeno. El desgarro se ahonda, y casi todo es fruto de un malentendido que se va acentuando con el tiempo, alimentando una historia falsa de victimismo, y con un relato de la realidad trufado de medias verdades y de completas mentiras, día tras día, año tras año, cimentando un muro que crece hasta comernos el tiempo y la razón. Así se destruye una convivencia, así se deshace un país.

 

Era necesario

que noche tras noche

el mar rompiera

contra la costa de nuestra conciencia

para que viéramos los harapos

empapados

figuras de una pasión

que nunca hemos entendido bien.

Esas son nuestras sombras.

Lo que fuimos hace tiempo.

Lo que tal vez acabemos siendo.

Si no salvamos este lazareto

estamos perdidos.

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