Para el reino culé, el nombre Ladislao Kubala suena a gloria, a héroe, a romance de otras dictaduras y a leyendas de toque y clase. Jugador mítico del club (hay una escultura de él afuera del Camp Nou), el antiguo campo del Barça, Les Corts, fue ampliado en 1956 a un aforo de 60.000 personas debido a la demanda de gente que quería ver a Lazly.
Por una década, la de los cincuenta, Kubala iluminó primero Les Corts, y luego el Camp Nou, con su gran visión de juego y con mucho pase. Pero antes de llegar a España a los 23 años, Kubala ya había jugado en el Ferencvaros húngaro, había pasado por el Bratislava —era de origen eslovaco y lo expresó con contundencia durante toda su vida— e inclusive había militado breve y no oficialmente en el Pro Patria de Busto Arizio.
A Kubala le tocó vivir una época difícil, la de entreguerras, en medio de la zona más afectada, la Europa centro-oriental. Nacido en Budapest, firmó con el mítico Ferencvaros a los 17 años. Corría la temporada de 1945, pero en Hungría, a diferencia de Italia, Alemania o Austria, aún se jugaba al fútbol. De hecho, contra todo pronóstico, la liga no llegó a detenerse en Hungría por motivos de la Segunda Guerra Mundial ni otras trivialidades varias que se disputaban las potencias mundiales de la época.
Kubala triunfó de inmediato en el terreno de juego (49 partidos, 27 goles en su primera temporada), pero ante la amenaza del servicio militar al año siguiente partió hacia Bratislava. Su éxito futbolístico con el Slovan de la capital eslovaca lo llevó a jugar con la selección nacional en seis ocasiones entre 1946 y 1947. Aventurero y desbocado, Kubala contrajo matrimonio con la hija de su entrenador en el Slovan, Ferdinand Daucik, quien más tarde sería una pieza fortuita pero fundamental en su llegada al Barcelona.
Antes de ello, sin embargo, Kubala pretendió volver a su Budapest natal, con su madre y su gente. Un año, el de 1948, jugó Lazly con el Vassas de Budapest, ya casado y sin riesgo de ser conscripto. Entonces participó también en un puñado de partidos para la nacional húngara, justo antes de que esta se convirtiera en aquella grandiosa maquinaria de hacer fútbol.
A diferencia de los integrantes de aquella selección, de Puskas y Kocsis, de Czibor, Bozsic y Hidegkuti, Kubala vio con clarividencia e insólito temple para un joven de 22 años que la pantomima democrática mantenida por el partido comunista en Hungría en aquella época no era más que una cortina de humo que mascaraba la construcción de la de hierro. En enero de 1949 a bordo de un camión del ejército soviético junto con algunos compañeros de equipo Kubala cruzó la frontera austriaca, se procuró un pasaporte falso y atravesó la zona de ocupación estadounidense hasta llegar a territorio italiano. Seis meses más tarde, en agosto de 1949, todo semblante de libertad desaparecería de Hungría con unas elecciones en las que el partido comunista solo permitió la inclusión de sus representantes e instauró con constitución para estrenar el terror que significó la República Popular de Hungría.
A ese terror logró escapar Kubala, mas en Italia se enfrentó al hambre y la indigencia. Reunido con su cuñado, Daucik —un gran técnico donde los haya habido— organizó el club de refugiados Hungaria, con el que participaría en partidos de exhibición en Italia y España. El Pro Patria pretendió firmarlo, pero la FIFA prohibía terminantemente a cualquier club profesional listarlo en partido alguno, tras su incumplimiento de contrato con el Vassas. La leyenda cuenta que también el Torino lo quiso. Al parecer, Kubala se salvó por un resfriado de figurar entre los 31 pasajeros de la Grande Torino que habrían de perecer en una de las tragedias más tristes y rotundas en la historia del fútbol moderno: el accidente aéreo de Superga.
Le sonreía, tal vez, por primera vez la fortuna a Kubala. Y le habría de seguir sonriendo en la gira del Hungaria por España. El primer partido fue contra el Real Madrid y Santiago Bernabéu lo tenía atado, pero Kubala exigió que junto con él se fichara al entrenador del su equipo, Daucik. Bernabéu se negó y Kubala no quiso fichar. Allí estaba el Barça, que sí aceptó las condiciones y se llevó a Lazly. Con él, el Barça formó en medio de la época más dura del franquismo un equipo tremendo, compitiendo junto con el Athletic Bilbao y el Atleti por la supremacía española.
Un jugador extraordinario, muy técnico, Lazly, a diferencia de Di Stéfano (con quien lo unió una gran amistad), no saltaba cuando los defensas le hacían entradas: se dejaba golpear los tobillos y los apabullaba como un pánzer. Más tarde, en los años 60, ambos jugarían juntos en el Español de Barcelona un par de años. Para entonces, Kubala ya era el único jugador en la historia en jugar para tres selecciones diferentes, pues la roja lo había incorporado a sus filas en 1953.
Kubala fue un tipo curioso, corajudo y generoso. Vivía en Pedralbes, pero se dice que le gustaba la vida nocturna, las mujeres, el relajo. Al mismo tiempo, se cuenta que ayudó a muchos paisanos suyos a salir de la Hungría comunista, recibiéndolos en España. No por casualidad triunfaría en el Barça junto a Zcibor y Sandor Kocsis. Al mismo tiempo, su incorporación a las filas azulgrana fue explotada por el gobierno franquista y, de hecho, llegó a protagonizar una película de propaganda anticomunista titulada Los ases buscan la paz«, en la cual Kubala hablaba del buen trato que había recibido en España en comparación a lo que era la dictadura comunista.
En fin, todo un mito del fútbol europeo y acaso el primer extranjero en revolucionar la liga en España.