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Mientras tantoLdeLetras (3): Cicatrices que continúan doliendo

LdeLetras (3): Cicatrices que continúan doliendo


Florescencia, la tercera novela de Kopano Mtalwa, parece haber sido escrita, en vez de con tinta, con una mezcla particular de fluidos orgánicos. Porque la escritora sudafricana edifica este libro desde heridas que todavía supuran, desde las cicatrices de una sociedad que, lejos de estar completamente curadas, lastran la Sudáfrica postapartheid. La misma que trata de volver a caminar con unos huesos frágiles, todavía convalecientes del delirio de un sistema colonial que terminó hace mucho menos de lo que realmente pensamos.

Lejos de embelesarse con el que ha sido llamado el «milagro sudafricano», Matlwa, que es reconocida como una de las voces críticas más legitimadas de la denominada Born free Generation (aunque ella naciera a mediados de los ochenta, en los últimos y sangrientos coletazos del apartheid), pone encima de la mesa los problemas sin resolver que todavía siguen vivos en su país: la xenofobia, el machismo, la desigualdad, la pobreza o la violencia. Con una mirada inteligente, pero sobre todo atrevida, la autora no rehúsa mirar de frente cada uno de ellos sin que, no obstante, se olvide de arrojar algo de luz y esperanza.

Masechaba, la protagonista de Florescencia, también es médico y activista y en el discurrir de ambas condiciones también sufre los problemas derivados de su condición de mujer. Pero además, en ella cristalizan de modo explosivo aquellos relacionados con la familia, la salud mental, la asistencia médica, la religión, o la historia de su país. De este modo, mediante un lenguaje que viaja entre lo naif y lo virulento vamos conociendo la carga que transporta este personaje a través de los pasillos y las salas de un hospital que hacen de perfecto decorado para una dura y dolorosa historia, recorrida por un hilo conductor: el sentimiento de culpa que atraviesa de principio a fin a Masechaba y que pone en jaque todas sus convicciones. Entre otras, la práctica de una medicina que, desde su mismo juramento hipocrático va perdiendo los cimientos de sus principios fundacionales como son la autonomía, la beneficencia, la no maleficencia, y la equidad. Así, la protagonista relata no solo sus miedos, sus preocupaciones, o sus contradicciones, sino que también revela los errores de una praxis médica que expone las carencias morales y materiales de un sistema sanitario deficitario e injusto. Todo ello en un tono áspero y contundente que no hace concesiones:

«Si eres médico aprendes a soportarlo todo. Como introducir los dedos en una vagina llena de pus sin arrugar la nariz. Como mirar a una madre a los ojos y mentirle sobre el bebé que se le muere dentro. Como limpiarte sin vomitar el líquido amniótico infectado que te cubre la cara. Aprendes a trabajar con personas difíciles, con locos, con muertos. Aprendes a mantenerte en pie y no desfallecer. A ignorar las críticas y almorzar entre disecciones de cadáveres.»

Este párrafo es un buen ejemplo de lo que representa Florescencia, una novela corta pero intensa, bien condensada por la autora que utiliza cómodamente la primera persona y el modo diario para hacer avanzar la historia. En ella la protagonista dialoga consigo misma, pero también con su entorno: con Tshiamo, su hermano muerto, con Nyasha, su mejor amiga o con el mismo Dios. Porque la religión, pero sobre todo la fe (y la duda que la acompaña), son una constante en la atmósfera del libro, en el que se usan de manera muy oportuna pasajes bíblicos e interpelaciones directas al Cielo, en un diálogo sordo en el que Masechaba busca un refugio que parece no poder encontrar.

Hace tres años, Kopano Matlwa fue entrevistada por el periodista Xavier Aldekoa en el ciclo de debates celebrado en el CCCB titulado La cicatriz colonial. https://www.cccb.org/es/multimedia/videos/kopano-matlwa/235136

La propia Kopano Matlwa reconoce que escribe a impulsos, en periodos de escritura obsesiva en los que va soltando lo que lleva dentro como si fuera un vómito. Ese modo de escribir se palpa en este libro que evoluciona a empujones y que, en ciertos momentos, sin que le reste valor, da la sensación de pedir un flujo más coherente y una construcción más sólida. Y sin que el texto tenga una gran profundidad descriptiva, Matlwa sabe usar muy certeramente la potencia de las imágenes y los detalles para crear el entorno en el que habita la protagonista y hacer que el lector no tenga otro remedio que mirar con los ojos abiertos lo que se le presenta delante:

«¿Cómo esperan que no pierda la cabeza? Te desgarran una y otra vez, te penetran una y otra vez. Te transmiten enfermedades, verrugas, lombrices, granos, dolor, sangre y podredumbre que te sale del cuerpo. ¡De mi cuerpo!»

Como dice Gustau Nerín, «la literatura sudafricana es, hoy, básicamente una literatura de dolor». Y esta obra, que es precisamente eso, puede ser emparentada con otros libros en los que Sudáfrica se representa en un clima opresivo de violencia que recorre sus páginas. Alan Paton, Nadime Gordimer o JM Coetzee han sabido transmitir la desesperación de una sociedad construida desde el sufrimiento y la opresión. Además, libros como Desgracia de Coetzee han puesto el foco en la forma específica que toma la violencia en la mujer a través del abuso psicológico, el aislamiento, la violencia física y las agresiones sexuales. En Florescencia, su protagonista también es víctima de la crueldad de sistema machista que le hace pagar su activismo en contra de las agresiones xenófobas que se desatan con ira hacia los kwere-kwere, tal y como se denomina despectivamente a los extranjeros en Sudáfrica.

Alpha Decay ya publicó su primera novela, Nuez de coco (Coconut) y su segunda novela Agua pasada (Split Milk), la que supuso su consagración literaria y por la que recibió el importante premio Wole Soyinka de literatura africana. Del excelente trabajo de traducción solo habría que poner en duda la elección del propio título, del que es difícil extraer el sentido de su título original en inglés, Period Pain: por un lado la alusión a los dolores y sangrados menstruales que marcan a Masechaba y que hacen que necesite incluso una ablación endometrial; por otro, el sentido de un periodo vital de intensos padecimientos. La opción de Florescencia quizá pretenda poner el foco en el punto más redentor del libro, pero, desde mi punto de vista, no hace justicia del todo a la esencia traumática y dolorosa que impregna sus páginas.

Abriendo los libros de Matlwa podemos asomarnos a la realidad de una Sudáfrica que, por lo que parece, ya no puede seguir viviendo de aquel «milagro» que supuso la llegada de la democracia y la caída del apartheid. En Florescencia, podremos vislumbrar esas heridas que todavía no han cicatrizado en la figura de Masechaba, cuyo destino se intuye paralelo al de la propia Sudáfrica, de tal manera que parece existir una comunión íntima entre su historia personal y la del propio país:

«Qué espesa tiene que ser nuestra sangre. ¡Contiene tantas cosas! Las historias recorren nuestras venas y suben a nuestro corazón infinidad de veces al día. Historias de hombres que entran en ciudades, de hombres en hombres, de hombres en mujeres, de mujeres en hombres, de niños en mujeres, de hombres en niños. Desconocidos que viven en las arterias de otros y comparten intimidades, comparten dolor, comparten ira, comparten odio, comparten resentimiento, comparten vacío».

 

Nota: Este artículo fue publicado on-line por primera vez en la extinta Revista de Letras el 5 de maryo de 2021, con el título de Heridas que no cicatrizan.

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