Desarrollo es la promesa del paraíso, el eterno crecimiento, el pleno empleo, el hombre que se hace a si mismo, la caña de pescar en lugar del pescado y toda una sarta de mentiras que han ido medrando en la conciencia colectiva gracias a las escuelas, a las universidades, a las Naciones Unidas dichosas y a la madre que nos parió (con perdón de la madre asesina: Mujer Función Hombre).
Desarrollo es un rollo que nos hemos tragado entero para el que nos hemos inventado apellidos que suavizan el dolor que engendra: sostenible, humano, ético, perdurable… También buscamos algunos prefijos que hagan menos amarga la píldora recetada: eco-, etno-, multi-… Somos los humanos maestros en manejar el lenguaje para adulterar el sentido original de las palabras.
«Vengo de una palabra
y voy a otra
errática palabra y soy esas palabras
que mutuamente se desunen y soy
en tramo en que se juntan
como los bordes negros del relámpago
y soy también esas beligerancias de la vida
que proponen a veces una simulación de la verdad»
(J.M.Caballero Bonald)
La palabra impone un «desarrollo» que la gente nunca pidió, aunque le enseñemos a aceptar que es «el único camino». Por eso la cooperación al desarrollo o la ayuda humanitaria (las migajas para los que son «incapaces» de subirse al carro desarrollista) son cómplices de un sistema de exclusiones y excluyentes.
El (Desa) rollo genera desasosiego, desarraigo, desniveles, desdicha… el (desa) rollo es un rollo que yo, al menos, no me trago. ¡Oh cielos! Volví a perder la materia de economía: lo mío no es esta ciencia del absurdo.