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Mientras tantoLeer para releer. Por qué acudir a esos libros que, más allá...

Leer para releer. Por qué acudir a esos libros que, más allá de constituir un montón de papel impreso, han pasado a formar parte de nuestro ser


 

Cada vez tiendo más a la relectura, reencontrarme con pasajes que fueron un tesoro en alguna época de mi vida. Volver a aquello que me hizo feliz, aquello que no me defraudó, aquellas lecturas que me entusiasmaron. Regresar y disfrutar de nuevo. Qué lujazo. Volver a ese viaje que disfruté por puro placer.  Llamadme nostálgica, pero vivir es ver volver, que diría Azorín.

No os digo nada si investigo, me documento y leo, por puro divertimento, la misma obra en otro idioma. Sed sinceros, ¿tantos libros os han influido y os marcaron como para no tener un ramillete más mimado? Sólo unos pocos son los elegidos y a esos vengo a ver, que diría la copla.

Confieso, si me lo paso de miedo con Cachitos de fondo y podría acudir de invitada en un Hormigas blancas sobre Concha Velasco o Terenci Moix, cómo no voy a disfrutar con un buen libro que me hará volver a esos buenos tiempos para la lírica. Y todo a pesar de las nuevas tecnologías. Mi teléfono móvil me conoce mejor que yo. Mientras me cambio de ropa al llegar a casa elige, por ejemplo, Lessons in love, de Level 42. La minicadena ochentera permanece callada y es Spotify quien, aleatoriamente, me suelta a bocajarro acordes de tiempos pasados ¿mejores? Y qué le voy a hacer, si me van los ’80 y llevo chaquetas con una talla mayor y con sus hombreras bien pronunciadas…

En los bolsillos de mis chaquetas suelo llevar una edición de Asesinato en el Orient Express, de Agatha Christie o me dejo abrazar por unas líneas de Jane Eyre, de Charlotte Brontë, porque guardan la frescura de lo intemporal. ¿Quién da más? Adoro esa experiencia que te reconcilia con la grandeza de los clásicos tan actuales. No sé, tal vez me encuentre en esa época que decía Baroja, «cuando uno se va haciendo viejo, gusta más releer que leer». Y eso que no me falta el amigo de turno que me replica «pudiendo descubrir aventuras nuevas, ¿por qué repetir?», aunque creo que él se estaba refiriendo a otra cosa…  Al igual que deseo volver a Roma porque siempre descubro lugares nuevos, pienso como Vivian Gornick cuando hablamos entre amantes, «ay, si nos hubiéramos conocido en otro momento». Porque, ¿cambiamos nosotros o cambia ese recuerdo? ¿Recordamos más el ambiente y quiénes nos acompañaban cuando leíamos esa novela? Como dice Bioy Casares, «el recuerdo que deja un libro es, a veces, más importante que el libro en sí».

Mientras tarareo Paloma, de Andrés Calamaro, «voy a vivir para repetir, otra vez este momento», cuatro apasionados por la literatura y la lectura, –más bien letraheridos como definía Jaime Gil de Biedma en aquella misiva a Carlos Barral, «te escribo desde la oficina, mientras en torno cantan el vals de los ventiladores. Realmente, no es este clima para letraheridos: mi cabeza pierde filo y mi caligrafía lleva camino de convertirse en algo infantil» o el crítico Ángel Basanta, refiriéndose a Francisco Umbral: «Pronto fue un letraherido, enfermo de literatura, poseído por la pasión de escribir como enfermedad y locura sin otro remedio que la escritura misma»–, nos dan sus razones para volver a aquellos textos que les salvan y les curan las heridas de la vida.

Felipe Benítez Reyes, que nos deslumbra y seduce con maestría desde la poesía, la novela, el ensayo y el artículo de prensa, dice que «la música de un verso es un viaje por la memoria», y coincido plenamente. Es autor de Un mentido color, Las identidades, Escaparate de venenos, La misma luna, El azar y viceversa, Un mundo peligroso, La conspiración de los conspiranoicos, Los abracadabras, entre otros. Es premio Nacional de Poesía, premio de la Crítica, premio Ateneo de Sevilla de novela, premio Nadal 2007, premio Fundación Loewe de poesía, premio Julio Camba de periodismo, por citar sólo algunos, y acaba de alzarse con el XIII premio de poesía Hermanos Machado por La ocasión y el homenaje.  

«Releo mucho. Cada vez más. El placer de la lectura acaba teniendo un componente retrospectivo: volver a una experiencia pasada, con la curiosidad de qué va a depararte su revivificación. Cuando uno es un escritor joven, procura satisfacer la avidez por la novedad, en buena medida porque todo es nuevo. Ese impulso de estar al día se atenúa, al menos en mi caso, con la edad».

¿A qué género suele volver más?

«Releo mucha poesía, que es el género que más se presta a eso. En especial, a autores como Borges, Pessoa o Eliot, pongamos por caso. También la poesía española del XVII, y los cancioneros tradicionales, que me resultan muy estimulantes por su precisión y levedad. En novela, una de mis relecturas recurrentes es poco original: el Quijote. Cuando releemos, estamos viéndonos a nosotros mismos a través del tiempo. Comparando impresiones, emociones, intereses. Los libros tienen la capacidad de mutar con respecto al tramo de la vida en que una persona lo lee. Leído en determinado momento, un libro puede resultarte insignificante. Leído en otro momento, puede resultarte decisivo con respecto a lo que quiera que sea.

Tanto el lector como el libro acaban siendo, en fin, entes cambiantes».

Víctor Colden es uno de los escritores más aclamados de la actualidad. La editorial Libros Canto y Cuento publicó en 2019 su novela Inventario del paraíso y en 2020 la colección de prosas literarias Gazeta de la melancolía. Su tercer libro, un relato autobiográfico titulado Veinticinco de hace veinticinco, apareció en 2021 en Newcastle Ediciones. A finales de 2022, Pre-Textos ha publicado su novela Tu sonrisa sin temblar.

«¿Regresar a los sitios en los que hemos sido felices? Es tentador, sí… Algunos, quizá pusilánimes en exceso, sólo nos atrevemos a hacerlo cuando creemos estar seguros de que seremos felices otra vez. ¿Qué podría pasar mal cuando volvemos a las Coplas de Jorge Manrique, al Lazarillo de Tormes o a La vida es sueño? Hace tres años releí con miedo El gran Meaulnes, de Alain-Fournier, y confirmé que es uno de los libros de mi vida. Sé que algún día volveré a leer En busca del tiempo perdido y que no me defraudará; al contrario, me dará más, o distinto, que cuando lo leí en mi juventud. He leído el Quijote cuatro veces y ya siento que me va tocando de nuevo, que el magro caballero y su escudero más o menos fiel me llaman desde el camino, donde me espera una forma particular de felicidad. «Leer para releer», escribió José Bergamín en La corteza de la letra, «para ligarnos y religarnos, religiosamente, a los otros, al mundo: a la vida, a la verdad. Para no estar solos».

Será por eso por lo que, desde mi adolescencia, he leído varias veces mi libro favorito de Carmen Martín Gaite: su precioso ensayo El cuento de nunca acabar: apuntes sobre la narración, el amor y la mentira. ¡Cuánto he aprendido en él sobre la vida y la literatura! Y cuánto he disfrutado con la prosa rica y elegante de la escritora salmantina. Por lo mismo, para aprender y disfrutar, vuelvo siempre a Stevenson, a Galdós, a Cunqueiro, a Azorín. Y busco repetidamente las voces de algunos poetas que forman parte ya del coro de mi vida, que me dan la mejor compañía: Antonio y Manuel Machado, Cernuda, Gil-Albert, García Baena, Felipe Benítez Reyes, José Mateos… o el italiano Vincenzo Cardarelli. Releo, de todas formas, mucho menos de lo que querría. ¡No me atrevo! Y son tantos los libros que aún no he leído, y es tan corto el tiempo… No me engaño: releeré más, seguramente, pero no tanto como a veces fantaseo. No lo haré ni siquiera por lo que afirmaba Barthes, creo que en El placer del texto: que lo bueno de la relectura de un libro es que no se salta uno siempre los mismos pasajes».

Alberto Cantúa es guitarrista de Viva Suecia. Lee, principalmente, novelas, y entre ellas no tiene un género especial: «Es algo que ha ido cambiando con los años. Como curiosidad, no soy muy fan de las novelas relacionadas con la música». En los libros que escoge busca, «como todos, sorprenderme. Esa sensación de primera vez, de conectar… Sé que es difícil, pero a veces pasa. Como me pasó con El dolor de los demás, de Miguel Ángel Hernández o La Edad media, de Leonardo Cano. En cuanto a autores, «ha ido por épocas». 

Regresa a lecturas pasadas, «no todo lo que me gustaría, pero como en el cine, la música o el arte en general, siempre hay obras que revisiono por diferentes motivos a lo largo de mi vida. Quizás porque me devuelven a un momento específico en el tiempo, o porque me siento en casa cuando las retomo. En la literatura, en concreto, uno de los libros a los que acudo y que tengo señalado con mis pasajes favoritos es Por quién doblan las campanas. Tiene una belleza tan grande y universal, que te reconcilia con la humanidad leerlo.

Otro que me encanta es El señor de los anillos. Es la historia de aventuras más grande jamás contada… Me lleva a mis primeros años como lector, a la felicidad con la que me bajaba, cada tarde después de comer, al final del paseo de mi playa a leer hasta que algún amigo aparecía (que me perdone mi adorado Miguel Ángel Hernández, pero las siestas siempre me han parecido una pérdida de tiempo).

Cuando una novela me retuerce por dentro, busco en mi memoria algún referente anterior que me produjera ese sentimiento tan extremo y leo algunos párrafos para comparar. Hace poco me pasó con La ciudad de los vivos… hacia el final, había momentos tan duros y crueles que me recordó a American Psycho y busqué un capítulo que recordaba muy perturbador. Volví también a algún libro de Stephen King hace poco, y la sensación de entrar en esa atmósfera tan peculiar de nuevo fue maravillosa.

Finalmente, tengo pendiente retomar alguna novela de los grandes autores rusos, que me marcaron en la adolescencia… Con todo esto, también corres el peligro de volver a alguna novela que haya envejecido mal… pero esto, como decía al principio, pasa con todas las artes».

Manuel Moyano es autor de La coartada del diablo –premio Tristana de novela fantástica-; El abismo verde, El experimento Worlberg y El imperio de Yegorov –finalista del premio Herralde-, entre otros. Precisamente, El imperio de Yegorov acaba de salir en edición Compactos de Anagrama. Su libro más reciente es La frontera interior. Viaje por Sierra Morena, ganador del premio Eurostars de narrativa de viajes, que va por su segunda edición. Y ya está en capilla porque pronto llegará a las librerías su nuevo libro.

Sobre si es de aquellos que revisita libros explica que, «una persona que ha descubierto el placer de la lectura puede llegar a leer varios miles de libros a lo largo de su vida. Naturalmente, la mayoría no vuelve a abrirlos jamás, y en muchos casos incluso se desprende de ellos (yo he donado cientos). Generalmente porque no son buenos; aunque también hay libros que, siendo buenos, no revisitamos. Para cada lector existe un puñado de libros digamos selectos a los que le gusta regresar de vez en cuando.

Entre los libros que he leído en dos o más ocasiones se encuentran: Viejas historias de Castilla la Vieja, de Miguel Delibes. El caso de Charles Dexter Ward, de Howard Phillips Lovecraft. La senda del perdedor, de Charles Bukowski. Secuestrado, de Robert Louis Stevenson. Viaje a la Alcarria, de Camilo José Cela. Numerosos relatos, poemas y ensayos de Jorge Luis Borges. Hacia rutas salvajes, de Jon Krakauer. Las máscaras del héroe, de Juan Manuel de Prada. Crónicas, de Bob Dylan. La ruta de Don Quijote, de Azorín. Hay más, pero estos son los que me han venido a la cabeza sin pasearme por mi biblioteca».

¿Y por qué volver a esa historia, a esos paisajes, a esa forma de narrar?

«Creo que cuando llevamos a cabo la relectura es porque hay algo en la prosa, y en la personalidad de quien la escribe (quizá prosa y personalidad sean indisolubles), que nos hace sentir un placer especial. Y probablemente sea porque como lector has alcanzado una especie de comunión espiritual con el autor, porque lo sientes como tu amigo. Hay películas que nos gusta ver una y otra vez aunque conozcamos el argumento, y canciones que podemos escuchar durante toda la vida. Igual ocurre con ciertos libros. Son libros que, más allá de constituir un montón de papel impreso, han pasado a formar parte de nuestro ser.

Por otro lado, creo que con la edad se tiende a revisitar libros y películas que a uno lo hicieron feliz en la juventud; entre otras cosas, porque los códigos y los gustos van cambiando, y uno cada vez se siente más lejos de lo último que sale al mercado. Es ley de vida».

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