Home Mientras tanto Leguas por caminar, de Jorge Riechmann (1962)

Leguas por caminar, de Jorge Riechmann (1962)

 

La poesía es el sherpa por las fosas de las marianas del desaliento.

 

Se trata de los principios que rigen las relaciones entre las comunidades humanas: cómo desembarcamos en el otro, qué buscamos y por qué medios. La respuesta primaria, la evidente, nos nace de adentro: buscamos el interés propio y utilizamos cualquier medio para obtenerlo. Nos aseguran que las cosas funcionan así desde la noche de los tiempos y es vano tratar de cambiarlas. Algunos sostenemos lo contrario: que dentro del adentro hay una intemperie prodigiosa, posible, compeliéndonos al encuentro sin otro fin que la consecución de la vida alta, sin más herramienta que la justicia. Defendemos que los países de la tierra no colindan, están juntos. No es dable, repiten los Dueños, escribir las leyes del derecho internacional en los márgenes de un poemario: mienten. Llevamos eones echando pulsos: tenemos los dedos agarrotados, por eso nos cuesta escribir. Mientras predominen los puños y el cobre habrá heridas en la faz. Hay que proceder a la extinción de las hogueras con las manos desnudas: hermosa tarea a la altura de nuestra especie, ¿no es verdad? Podemos comenzar desenmascarando a los pirómanos.

 

El Secretario General de Naciones Unidas, Ban Ki Moon, ha nombrado al presidente de Ruanda, Paul Kagame, co-presidente del Grupo de Seguimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio junto a nuestro averiado y prescrito jefe de gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. Por más que el actual elenco de mandatarios occidentales recuerde al reparto de un show de tele-realidad, la elección de Zapatero para quehacer tan, sobre el papel, crucial sólo puede obedecer al mismo principio según el cual el Ministerio de Asuntos Sociales se suele otorgar a alguien simplón e irrelevante: para los grandes debates económicos se junta el G-20, para esto de los negritos llaman a nuestro sonriente chico que, entretanto, acaba de degollar la Ayuda Oficial al Desarrollo española.

 

Sin embargo lo realmente grave es el nombramiento de Kagame. Paul Kagame y su entorno han sido acusados de crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra por la justicia de varios países. En 1996 ordenó al ejército ruandés desmantelar los campos de refugiados que se hallaban en la frontera del Congo: docenas de miles de mujeres y hombres huyeron hacia el interior de la selva donde murieron de inanición o fueron ejecutados por los soldados de Kagame. Dos años después Ruanda invadía el Congo desencadenando la guerra más letal que ha conocido la humanidad desde Hiroshima. Naciones Unidas, la misma organización que ahora premia a Kagame, denunció en repetidos informes el expolio que las tropas ruandesas llevaron a cabo de las riquezas minerales de su gigantesco vecino: la codicia de Kagame y el deseo de un mayor lebensraum provocaron millones de muertos. Dieciséis años después del genocidio Paul Kagame dirige su país con mano de hierro a imagen del modelo chino: mientras la economía crece, esencialmente gracias a la inyección masiva de ayuda externa, el poder encarcela a los líderes opositores y silencia o asesina a periodistas. Ruanda es una dictadura, pero con un matiz: es una dictadura amiga de occidente, sobre todo de Estados Unidos e Inglaterra. Desde mediados de los noventa Kagame es el hombre de Estados Unidos en la región de los Grandes Lagos: el shérif destinado a mantener en orden una parte del mundo preñada de materias primas. Si mantener el orden implica pisotear los derechos humanos e incubar futuros conflictos, sea.

 

Mientras Ban Ki Moon, un Secretario General de Naciones Unidas diseñado para no llevar la contraria a su principal donante, Estados Unidos, como hicieron demasiado a menudo sus dos molestos predecesores, Butros Ghali y Kofi Annan, le ponía medallas a un criminal como Paul Kagame, una de sus organizaciones, la UNESCO, decidía conceder un premio científico bajo el nombre de Teodoro Obiang Ngema, presidente de Guinea Ecuatorial. Obiang había decidido donar tres millones de dólares para la concesión de su premio epónimo a investigadores relevantes. El problema es que Obiang es uno de los líderes más corruptos de África: pese a que su país produce 360.000 barriles de petróleo al día los ciudadanos ecuatoguineanos apenas reciben las migajas de tamaña riqueza. Ya te hablé de Obiang hace unas semanas: a partir de 1995 él y su familia abrieron en la Banca Riggs sesenta cuentas donde ingresaron hasta 700 millones de dólares. De la Banca Riggs hacía transferencias a compañías domiciliadas en paraísos fiscales sin que nadie hiciera preguntas. En 2004 un informe del Senado estadounidense acusaba a las compañías petroleras de haber ‘contribuido a las prácticas corruptas en Guinea Ecuatorial al haber realizado pagos o haber iniciado negocios con altos funcionarios o con miembros de sus familias sin que hubiera la mínima supervisión o publicidad de sus acciones.’ Exxon, Chevron, Marathon y Hess, todas ellas petroleras estadounidenses, pagaron más de cuatro millones de dólares en becas de estudios en el exterior a hijos y parientes de los jerarcas del régimen de Obiang: las cuatro empresas presentaron esta donación como fondos caritativos de apoyo a la educación de los jóvenes africanos.

 

Como consecuencia de estos escándalos la Banca Riggs desapareció; las compañías petroleras, más hábiles e imprescindibles, prosperaron: de acuerdo con un estudio del Fondo Monetario Internacional, las petroleras en Guinea Ecuatorial recibieron ‘de largo los acuerdos más generosos en cuanto a impuestos y partición de beneficios de la región.‘ El FMI añade que pese a gozar de tal bicoca gracias a una sabia política de regalos y sobornos las compañías de petróleo y gas dejaron de pagar 88 millones de dólares al gobierno ecuatoguineano entre 1996 y 2001. A Obiang estos detalles no le desvelan: el oro negro fluye hacia el norte y su fortuna aumenta. El Presidente de Guinea Ecuatorial es considerado un amigo de Estados Unidos: en 2001 Obiang fue el invitado de honor en Washington del Corporate Council on Africa, donde se le llamó, ‘el primer presidente democráticamente elegido de Guinea Ecuatorial’; en 2002 George Bush lo recibió. En los medios de comunicación anglosajones rara vez aparecen críticas a Teodoro Obiang: es uno de los nuestros. La presión de las organizaciones humanitarias ha logrado que por el momento se aplace el Premio Obiang de la UNESCO.

 

Nuestros ojos y nuestros cerebros son conducidos como reatas de bueyes hacia el aprisco convenido. El poeta y cantor Leonard Cohen lo expresó en una de las frases más lúcidas que he escuchado: ‘Diréis que me he vuelto más amargo, pero de esto podéis estar seguros: los ricos tienen sus canales de televisión en los dormitorios de los pobres’. Quienes se manifiestan detrás de una bandera se manifiestan detrás de sus dueños: se convierten en porteadores de ancestrales e interesadas mentiras, de oscuros dividendos. Animales de carga. Pensar en tu nación te exime de pensar en tus conciudadanos. El interés de tu patria justifica el sacrificio de la verdad.

 

El último ejemplar de Foreign Policy lleva en portada el titular: El Comité para Destruir el Mundo. Debajo aparecen los rostros amenazantes de Robert Mugabe, presidente de Zimbabue, Than Shwe, jefe de la Junta Militar birmana, Omar al-Bashir, presidente de Sudán, Kim Jong-Il, líder de Corea del Norte y François Bozizé, presidente de la República Centroafricana. (Entre paréntesis: resulta desconcertante para cualquiera que conozca la República Centroafricana que alguien de este país pueda ser considerado parte de un Comité para Destruir el Mundo.) Estos cinco dirigentes tienen dos cosas en común: la primera es que todos ellos son autócratas que mantienen a sus países oprimidos con distintos grados de violencia; la segunda es que todos ellos son considerados enemigos de los Estados Unidos. Si te lees el artículo central de la revista la perspectiva cambia: se trata de un estudio realizado por la organización Fund for Peace acerca de los estados fallidos en el planeta. De los siete países cuyos líderes son más inhábiles para gobernar de forma efectiva aumentando así el riesgo de conflicto interno y externo, sólo dos aparecen en portada: Sudán (3) y Zimbabue (4); Omar al-Bashir y Mugabe. Los otros cinco en los puestos de honor son Somalia (1), Chad (2), la República Democrática del Congo (5), Afganistán (6) e Irak (7). Los dirigentes de estas cinco naciones tienen dos cosas en común: la primera es que todos ellos gobiernan sobre cleptocracias con distintos grados de violencia; la segunda es que todos ellos son considerados amigos de los Estados Unidos. Para Foreign Policy, una revista tenida por la voz de la política exterior estadounidense, estos últimos no forman parte del Comité para Destruir el Mundo. De Chad y de la República Democrática del Congo las empresas norteamericanas extraen petróleo y materias primas. Estados Unidos invadió Afganistán e Irak y financió la invasión etiope de Somalia en su cruzada contra el terrorismo y por el petróleo.

 

Lo más gracioso es que el presidente de Alemania, Horst Köhler, se vio obligado a dimitir hace poco más de un mes por sugerir que los intereses comerciales justifican una intervención militar.

 

Ante tanta hipocresía es fácil desangelarse y abandonar el salón de baile en manos de los púgiles. Yo prefiero leer a poetas como Jorge Riechmann y seguir dando voces,

 

 

LEGUAS POR CAMINAR

 

Hay quien, cuando descubre que cada curso tiene su recurso, cada

indicación su contraindicación, cada solución su disolución y cada

sendero su atolladero, llora lágrimas de aceite de oliva virgen

y jura a gritos que nunca más se dejará engañar. Con el aceite

lo pone todo perdido, es obvio.

 

También hay quien, en semejante atolladero, se echa las piedras

a la espalda y sabe que en esa jornada, con ese peso, podrá caminar

seis leguas más. No más de seis leguas, pero tampoco menos.

 

 

Es buen consejo: hagamos lo que hagamos, estemos donde estemos, en cualquier profesión o lugar, reclamar la justicia avanzando contra los muros, hasta donde nos den las fuerzas y la garganta, hasta ahí, sólo hasta ahí, pero ni un paso menos.

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