‘Disclaimer’: el prólogo que no le gustaría leer a Daša Drndić, por Miguel Roán
En un encuentro literario la escritora Daša Drndić declaraba lo siguiente: “siempre fui una enfant terrible, siempre me he rebelado, pero en realidad es algo estupendo, divertido, estimula la adrenalina, estás en constante conflicto, me resulta interesante”. Se expresaba mientras tendía las manos entrelazadas sobre su regazo, como si acabara de ser descubierta cometiendo una inocente travesura. Un gesto tan coqueto como avieso. Con su gran sonrisa, se giró hacia el público, y este le respondió rendido ante la ocurrencia de la escritora. Se podía sentir que los presentes se regocijaban con aquel gesto distendido, tan balcánico, calculado y seductor.
Es muy probable que si Drndić leyera este prólogo me llamara la atención, manifestara su desagrado y me lo hiciera saber sin remilgos, porque sentenciaba que no quería que sus libros fueran prologados. Iba más allá: le parecía “ridículo” que un libro tuviera que incluir una introducción para que el público “lo entendiera”. Por eso, podemos disimular entre nosotros que este añadido a la lectura de Leica Format no es una explicación del libro, ni siquiera una bienvenida solemne a sus páginas, sino una digresión personal, en clave de dedicatoria, sobre mi interés por la literatura de Daša Drndić, un mero ejercicio expositivo de un admirador.
Esta aproximación sería mejor aceptada por la escritora, porque disfrutaba de los lectores casuales que llegaban a su obra de forma imprevista, pero Drndić se resistía a hacer concesiones a aquellos que adoptaban la forma de críticos y expertos, e intentaban ponerle etiquetas a su obra o, peor aún, a su persona. Y, de hecho, la novedad que suponía su literatura en las letras posyugoslavas no solo le brindó numerosas reseñas, sino también sesudos trabajos de investigación académica. Les recomiendo, por lo tanto, que atiendan a este texto como una trastada inofensiva a sus espaldas, una simple complicidad con los que deseen saber algo más acerca de la novela que tienen delante.
Daša Drndić murió en 2018, dejando un vacío sonoro en las letras y en la vida cultural posyugoslava. Representaba una figura inclasificable que transgredía los hegemonismos que habían caracterizado la transición postsocialista, y por eso era tan admirada por un sector, como también repudiada e ignorada por otro. Poco antes de morir de un cáncer de pulmón, organizó en la librería Ex-libris de Rijeka, donde vivió prácticamente las últimas tres décadas de su vida y donde se desarrolla el escenario central de esta novela, una presentación literaria de despedida para sus amigos y seguidores. Ninguna autoridad institucional de la cultura croata se personó, a pesar de la fama internacional de la escritora, y de que su lugar de nacimiento era Zagreb.
En un tiempo donde la fundación de una Croacia posyugoslava exigía compromiso de sus nacionales, Daša Drndić fue un personaje incómodo, desentonaba porque se negaba a formar parte de esos seguidismos nacionalistas tan típicos que anulan al individuo y castigan con la marginación la disidencia. Si me animara a encasillarla en algún grupo o tipología, y es probable que Drndić respondiera igualmente con otro resoplido, diría que se caracterizaba por ser una feminae posyugoslava, entendido como si la ruptura de esos dos periodos históricos, tan trascendentales históricamente, solo hubiera resbalado por la superficie de su condición intelectual, por mucho que hubiera supuesto un vuelco radical en su vida.
Se puede especular con que esta actitud firme ante el devenir de los tiempos había madurado mucho antes. Daša Drndić era una mujer reconocida en Yugoslavia, como creadora de dramas radiofónicos para la Radio Televisión de Belgrado; pero, también, había forjado un temperamento asentado en su trayectoria como mujer de la cultura, como intelectual, traductora y editora, con cierta notoriedad en los círculos literarios belgradenses y zagrebenses, las capitales culturales por excelencia de la antigua Yugoslavia. Como curiosidad, llegó incluso a recibir el premio Ondas en 1991, el año de la fatídica fragmentación, como productora del radio-drama del escritor Alexander Hemon Život i djelo Alfonsa Kaudersa.
Cabe pensar que a Drndić le resultó más fácil encajar en el mundo yugoslavista por el ascendente de su padre. Ljubo Drndić fue soldado partisano, embajador dentro del titoismo y fundador con su hermano del periódico Glas Istre. Su madre, Timea, era neuropsiquiatra y murió de cáncer con solo cincuenta años. El interés de Daša Drndić por la Segunda Guerra Mundial refleja algo muy común en su generación, dado el trauma sufrido por la mayoría de la población, pero también una convicción manifiesta en las creencias y predicamentos antifascistas, como el mantra más integrado en el socialismo autogestionario, que, sin embargo, transparentaba sus contradicciones políticas, económicas y sociales de una forma más manifiesta conforme Yugoslavia se degradaba institucionalmente. No obstante, los años posteriores pusieron en evidencia que a grandes rasgos había tres prismas de aquella guerra fratricida. Una parte de la sociedad y de la intelectualidad yugoslava procesó la guerra desde el resentimiento, como una cuita histórica entre vecinos; otra parte, posiblemente mayoritaria, se convirtió en un magma silencioso y desarmado que buscó acomodo en las nuevas realidades nacionales según lo que mejor le convino a ellos y a su entorno, y otra parte lo procesó como una victoria contra el nazismo, superado con una apuesta, incluso antropológica, por la convivencia supranacional. Daša Drndić pertenecía a estos últimos.
No en vano la transición derivó en que muchos metamorfosearan, sin más objeciones, hacia posiciones incompatibles con la idea yugoslava de “hermandad y unidad” y se decantaran por el nacionalismo étnico: por miedo, supervivencia, interés, solidaridad, herencia familiar. Ella, en cambio, permaneció leal a ese legado desechado por el nuevo orden nacional, nunca a favor del autoritarismo yugoslavo, pero siempre en contra del nervio de las nuevas democracias étnicas que imponían a sus nacionales un pensamiento monocultural, que se podía asociar con una especie de fascismo articulado en torno al agravio nacional y la revancha histórica. Aquí radica una de las inquietudes principales de Drndić: el eterno retorno del fascismo, los ropajes con que se viste esta ideología tras pasar un periodo agazapado, esperando en suspensión unas circunstancias adecuadas para contagiar a una nueva generación de crédulos.
Su traslación de ese individualismo disconforme al terreno de las relaciones sociales podía verse a través de su temperamento, para algunos, especialmente para aquellos que no la conocieron, probablemente como desagradable o arisco, muy al contrario de las opiniones compartidas por los que la trataron más estrechamente. El escritor estadounidense de origen croata Josip Novakovich se la encontró durante la Feria del Libro de Pula en el año 2005. Según cuenta Novakovich en su texto An Electric Encephalogram of a Mind: On Daša Drndić’s “EEG”: “se sentó junto a mi hija de ocho años. Daša fumaba y mi hija tosía, y yo dije: ‘Daša, eres una gran humanista, pero aquí estás matando a mi hija con nicotina’, y ella respondió: ‘Oh, mojigatos estadounidenses, no impongas tus mezquinas normas donde quiera que vayas. En los Balcanes nos quedan algunas libertades. Vuelve a Estados Unidos y disfruta de tu fascismo puritano si quieres’”. En el relato de Josip están ausentes tanto el tono como el gesto de Daša, pero expresa a las claras una forma de pensar en sintonía con su trayectoria ideológica, incluso literaria, al margen de los automatismos y reacciones primarias de la escritora.
Drndić, recurrentemente, insistía en recordar que no fue la única en tener ese talante confrontativo y rebelde frente a la nueva ola nacionalista y pagar el peaje por ello, sino que si uno sobrevuela los años de la transformación encontrará a toda una serie de mujeres de la política o de la cultura, como Latinka Perović, Vesna Pešić, Nataša Kandić, Slavenka Drakulić, Dubravka Ugrešić, Vedrana Rudan, Jelena Lovrić, Rada Iveković, Vesna Kesić, Svetlana Slapšak o Borka Pavićević que mantuvieron posiciones de rechazo e insumisión intelectual frente a los regímenes respectivos de Slobodan Milošević en Belgrado y de Franjo Tuđman en Zagreb, a costa de ser tildadas de “traidoras”, “brujas” o “enemigas del pueblo”. Ciudadanas valientes y celosas de proteger su integridad moral. En Daša Drndić se pueden percibir, tanto en su expresión política como literaria, unas fuertes convicciones feministas, que, además, se reafirman en su tesis doctoral dedicada a la dramaturga y guionista estadounidense Lillian Hellman. En su seno, estas mujeres respondían a una raza yugoslavista de buena formación y bagaje cosmopolita, legatarias de un cierto refinamiento urbano, con sus desdenes también elitistas, pero que habían tomado el testigo de una alta cultura de raíces austro-húngaras o centroeuropeas.
La historia de Drndić se suma, como otro triste caso más, a toda una serie de cazas y purgas políticas, más o menos expresas, como la de la actriz Mira Furlan, de origen croata y marido serbio, que se vio obligada a marcharse a Nueva York en 1991, pese a ser una actriz de renombre en el cine y en el teatro yugoslavos, y que llevaba sin prejuicios su condición de artista a caballo entre Zagreb y Belgrado: “Fue completamente como empezar de nuevo, como si alguien hubiera tomado una goma gigante y hubiera borrado mi vida”. Drndić optó igualmente por marcharse de Belgrado, después de cuatro décadas viviendo allí: “me pusieron en una lista negra, perdí mi nombre y me convertí en croata y a mi hija le complicaron la vida, pero cuando llegué a la estación de trenes de Zagreb y vi que ponía ‘serbios, fuera’, el nacionalismo volvió a golpearme entre los ojos”. Créanme si les digo que Daša Drndić renunció a los enormes réditos que podía haber obtenido si se hubiese promocionado ante el público en Zagreb como ‘una croata discriminada en Belgrado’, pero no lo hizo. Esto da cuenta de su altura, especialmente cuando el victimismo abundaba y abunda en las sociedades locales. La escritora se mudó a Rijeka prácticamente sin otro colchón que la presencia de su padre, también marginado por su reputación partisana.
No resulta extraño, desde esta perspectiva, que, tras llevar unos pocos años en Rijeka, estando en contra del intervencionismo militar del Gobierno croata de Franjo Tuđman en Bosnia y Herzegovina, se exiliara con su hija como refugiadas a Canadá, donde dio clases en la Universidad de Toronto entre 1995 y 1997. Seguramente, se sintiera protegida, pero también inspirada, en un ambiente mucho menos claustrofóbico que la posguerra exyugoslava. En realidad, durante su periplo belgradense, ya había estado en los años setenta en los Estados Unidos, en la Southern Illinois University y en la Case Western Reserve University, con una beca Fulbright. De hecho, esta etapa canadiense impulsa una segunda etapa creativa de varias novelas, que además se incardinan perfectamente con su interés en el tema del exilio y en la emigración como un fenómeno histórico de naturaleza transnacional y transfronteriza. De forma sucinta: Daša escribía fuera de la nación en un contexto donde la nación lo era todo.
Este recorrido vital a contracorriente de la marea nacionalista ha hecho que la literatura de Daša Drndić fuera vista desde la lente de una presunta vocación autobiográfica, precisamente porque temas como el exilio, el totalitarismo, la pertenencia o las biografías anónimas se repiten en su literatura, salpicadas con referencias personales que invitan al lector a entender sus novelas como una forma de desquite personal o, por qué no decirlo, de revancha contra los nacionalismos serbio y croata que tanto trastocaron su progresión personal y profesional. No obstante, sin negar que los aspectos autobiográficos en la obra de Drndić sean fácilmente inferibles, la cuestión es más compleja de lo que pudiera parecer, y aquí tengo que recalcar que este es uno de sus principales valores literarios y donde estriba mi fascinación personal por los elementos discursivos de su obra.
Su literatura no es autobiográfica, sino más bien autorreflexiva. Su aparato intelectual se disocia de ella misma. Se la pueden imaginar, si quieren, como el académico que analiza un objeto de estudio con mirada severa y logra metodológicamente abstraerse de sus propias preconcepciones. Drndić se convirtió así en la transmisora de ideales más elevados o sublimes, con la literatura y la historiografía como recurso de acción político-creativa. A partir de aquí, las presunciones que uno pueda hacer sobre las conexiones con temas privados no interpelan a Daša Drndić, porque su precepto al respecto es que la ficción está condicionada por el pasado, y el mismo presente está marcado por un pasado que vuelve a nosotros de manera inexorable. Daša ejerce su compromiso con la memoria individual y colectiva, pero lo hace incluso cuando se refiere a ella misma.
La precisión de Drndić es tanto documental como estilística, como una suerte de proposición artística, como el artesano que pule imperfecciones indeseadas, el pintor que apuntilla el lienzo con una ligera deposición de pigmento o el actor de teatro que interpreta un guion ante el espejo de manera reiterada. La actitud minuciosa adquiere una dimensión más clara en sus largas listas de nombres de personas asesinadas por el nazismo o de vidas indefensas sometidas a cualquier tipo de injusticia social. Se trata de una cuestión ética y moral: “En cierto modo, estoy obsesionada con los nombres de las víctimas porque resultó que los nombres de los perpetradores son mucho más fáciles de recordar que los nombres de las víctimas”. Su obsesión por que cada uno de esos sujetos tengan un nombre que resuene en la conciencia histórica es absoluta y encomiable: “son quizás el último hilo de telaraña que los separa del caos general del mundo, del caldero de puré rancio y empapado en el que estamos inmersos”. Detrás de cada nombre hay una historia, y la literatura cumple una función trascendental cuando actúa de mensajera de los traumas personales. Pero el arte también es el detalle, y ahí es donde se refleja maravillosamente la capacidad de la escritora de observar, sentir, escuchar u oír. De hecho, Daša Drndić se quejaba amargamente, en sucesivas entrevistas, de poner empeño en construir frases de una manera muy específica, porque es la forma en la que se aporta esencia al relato, para que luego viniesen deformadas por la negligencia de un lingüista o de un traductor: “he tenido malas experiencias… me he dado cuenta de que tienden a suavizar mis palabras”. Quería que se respetara la música literaria que sentía en su alma, su voz propia, que a veces se pronuncia con citas en idiomas extranjeros. Es por esto que debe estar bien formulada. Me consta que esta edición tiene un trabajo dedicado y pormenorizado de traducción y edición, incluso con numerosas notas, porque más allá del estilo, se encuentra el aura rigurosa de Drndić entre cada una de sus líneas.
El mérito de la obra que tienen delante, Leica Format, sube sus enteros, porque, si bien no nos ayuda a desgranar las entrañas personales de Daša Drndić, sí desnudará su esqueleto ideológico, creativo y estilístico. Es su novela más completa o totalizadora en este sentido, en la medida en que sirve como muestrario de sus motivaciones principales: el destino de la Europa del siglo XX, que en realidad para ella es el destino de nuestro siglo XXI. El éxito literario de Trieste, también publicado por la editorial Automática, y titulado originalmente como Sonnenschein (2007), una obra posterior a Leica Format (2003), es posiblemente a nivel narrativo su contribución más atractiva y reconocida comercialmente, donde destacan tres temas fundamentales: el fascismo, los campos de concentración y las guerras. No obstante, Leica Format es un paso más allá, un poliedro más completo y multidimensional. La novela fue concebida como una apuesta innovadora a nivel estilístico, reconocido como tal por la crítica local e internacional. El planteamiento polifónico y cíclico de la novela, como un retal de voces diversas, distanciadas en la geografía y en el tiempo, no procura otra cosa que ponernos ante el espejo de la complejidad de la existencia humana, incluso cuando tenemos que referirnos a los recuerdos, que son siempre una evocación esencialmente personal, pero también críptica e indescifrable.
Drndić reconoce que su instrumento principal de acercamiento a la literatura es la empatía, que encuentra su tránsito al relato a través de los nombres propios, los hechos aparentemente inconexos y unas circunstancias muy concretas que están al servicio de la subjetividad, para trazar un relato que solo adquiere cohesión en la mente imaginativa de cada lector. Drndić negocia de forma obsesiva con ‘el otro’, porque encuentra que, con la oficialidad, la generalidad y el trazo grueso, con el que observamos y analizamos generalmente los mundos ajenos, en realidad estamos haciendo trizas la memoria en toda su extensión. Su obra invita a responder con concreción a la amenaza del olvido. No se trata de adornar la ficción con contingencias, ni de que la ficción exprese esa realidad que la aparente realidad con la que convivimos no nos muestra, sino de ser realistas hasta el paroxismo, aunque sea una realidad pasada y superada por la contemporaneidad. Daša Drndić declaraba: “Cuando siento que un escritor está inventando todo, no le creo”.
El género híbrido en Leica Format le permite acudir a los pasajes biográficos, descriptivos, líricos, historiográficos, emocionales, documentales o a una simple anécdota, porque precisamente es ese recurso coral el que mejor refleja la mirada humana: caprichosa, selectiva, distorsionada, manipulada, irracional, voluble, superficial, certera y exhaustiva. Todo ese esquematismo nos muestra a las claras que el ser humano no puede ser encasillado, porque ni siquiera su propia historia es lineal, y la coherencia reside en que tampoco lo es esta novela. En este punto, es donde Drndić combate como un dogma de fe cualquier atisbo de purificación que limite las conexiones, préstamos, mestizajes, herencias, intercambios, encuentros que jalonan la humanidad y que, de vez en cuando, pretenden ser desinfectados por la maquinaria nacionalista, la guerra, los totalitarismos o la estandarización de los idiomas. En su segunda etapa como escritora, después de la fragmentación yugoslava, Drndić recurrió en casi todas sus obras a las lenguas extranjeras para titular sus libros, con el objetivo de que los editores no cambiaran los títulos: Canzone di Guerra (1998), Totenwande (2000), Doppelgänger (2002), Leica format (2003), Sonnenschein (2007), April u Berlinu (2009), Belladonna (2012) y EEG (2016). Igualmente, reivindicó la alta literatura en sus textos a través de nombres insignes al margen de sus nacionalidades, como György Konrád, Miroslav Krleža, Ryszard Kapuściński, Edgar Allan Poe, Italo Calvino o Jorge Luis Borges, porque precisamente en la expresión artística de las letras universales encontraba una válvula de escape a las ofuscaciones que sumen en la oscuridad la creatividad y la libertad de pensamiento. Todo en ella es cosmopolitismo, sin las grandilocuencias que acompañan al término, sino literatura basada en una insistente e insobornable intimidad.
Como les comentaba al inicio, mi impulso a escribir este texto puede suponer una profanación de la obra de Drndić, pero está dedicado al tipo de proyecciones que su literatura genera en mi propia manera de entender el arte y a los seres humanos. El nombre de Daša Drndić se suma a otras figuras reconocidas de la literatura balcánica, como Danilo Kiš, Predrag Matvejević, Angel Wagenstein, Dubravka Ugrešić, David Albahari, Aleksandar Hemon, Saša Stanišić, Igor Štiks o Goran Vojnović, escritores de frontera o, más bien, sin ella, que saben expresar las diversas formas en las que los dramas gestan pensamientos y emociones más allá de las geografías personales, todo lo que mueven y remueven en nuestro interior, y que nos conecta con la colectividad más allá de documentos de identidad. Como decía Drndić: “el arte no puede cambiar el mundo, pero puede cambiarnos a nosotros”. Demos pues a Daša Drndić la ocasión de sacudirnos el espíritu según nuestras propias consideraciones, según nuestros propios traumas, según nuestras propias emociones de pena, furia o compasión, tal y como surgen dentro de cada uno de nosotros. Y ya que me he tomado la licencia de referirme a ella y a su obra, debo al menos respetar el sentido último de su voluntad literaria,expresada por ella misma: “Me encantan los finales abiertos, y no solo en la literatura”. Me consuela saber, al menos, que Drndić convendría conmigo en que la palabra disclaimer suena bastante mejor que decir “descargo de responsabilidad”.
Fráncfort del Meno, 22 de marzo de 2021
Miguel Roán es politólogo y traductor especializado en los Balcanes.
El prólogo y los tres fragmentos que figuran a continuación forman parte del libro Leica Format que, con traducción de Juan Cristóbal Díaz, acaba de publicar la editorial Automática.
Leica Format