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Lejos del mundanal ruido

 

El creador del “Me gusta” en Facebook dice que no habrá un “No me gusta” porque para expresarlo ya está la opción de escribir un comentario. Afirma que el “Me gusta” existe porque hay mucha gente a la que le gusta algo pero no tiene nada qué decir, mientras que a la que no le gusta casi siempre es por algún motivo que debe ser indicado. El caso de Oleguer Pujol, el lobo del Paseo de Gracia, como si Marta Ferrusola no fuera ella sino la mismísima Luperca con toda su camada de imputados, es distinto pues éste sí tenía en su red un botón de “No me gusta”  para poder decir (sin decirlo, en general), por ejemplo, que las mil ciento cincuenta y dos sucursales del Santander se las encontró en un cesto abandonadas a la orilla del Llobregat, del mismo modo que encontraron a Rómulo y Remo en el Tíber, o incluso a Moisés en el Nilo. A este príncipe de Cataluña, que nada parece querer tener con la patria ni con el pueblo sino con su caudal, como si desde el principio toda su existencia estuviera ligada al río de la vida igual que la de Norman McLean, el pescador con mosca y premio Pulitzer, le debieron de decir que para lo suyo también estaban los comentarios y, viéndose ante tan ingente tarea, decidió ponerse un botón tecnológico que más que un “No me gusta” era el “oh, oh, pedo” con el que advertía Dustin Hoffman a Tom Cruise de su fechoría. No sabe uno si esta es toda la gestualidad a la que se refiere la Convergencia, o necesita milagros más que plagas bíblicas como las que sufre actualmente dirigida por Ramsés y sus sacerdotes obcecados en cruzar el Mar Muerto. Gestualidad es una de esas palabras que aumentan su polisemia en determinadas bocas. Hay un toque siniestro (también humorístico, menudo vaivén se traen entre el terror y la comedia) en esa gestualidad convergente, el “No me gusta” del convergente que ya es tan poco discreto como la ya famosa casita de Guernsey, uno de esos lugares tan remotos y sombríos como los de las novelas de Thomas Hardy.

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