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Lejos, la libertad

Anteayer salieron los rumores sobre una liberación de presos que el general-presidente prometió hace unos meses. También prometió una amnistía general, una medida política que permitiría la vuelta a Guinea de todos los que están en el extranjero porque temen por su vida, y porque en su país podrían decir claramente que están en contra de las formas políticas de los que están en el poder. O de personas que se escaparon de Guinea con lo puesto, una camisa y unos pantalones, y que sobreviven gracias a que en el mundo todavía hay personas que albergan sentimientos humanos. Sobreviven, pero viven donde no quieren, y con otras personas que no son los seres queridos que dejaron atrás.

 

Hay mucho desconcierto desde que los pocos medios de comunicación de habla hispana dieron la noticia de la liberación. Y, otra vez, los tiros guineanos han salido por la culata, porque nadie sabe a cierta quiénes son los liberados y por qué algunos que deberían haber estado liberados desde hace mucho todavía no lo estaban. Lo que dejaba entrever es que, salvo el guardián de las llaves, nadie sabe cuánta gente hay en las mazmorras del general-presidente Obiang. Por eso, cada vez que entra un poco de luz en ellas se ven sorpresas que confirman la necesidad urgente de hacer un seguimiento para reconducir los asuntos guineanos por las sendas de la humanidad. Y en estos momentos dan ganas de recordar que el himno guineano empieza pidiendo que caminemos todos pisando la senda de nuestra inmensa felicidad… No sabemos si fue la euforia patriótica que les invadió la que les dictó tan encendidos versos cargados de optimismo. Y es que lo que se dice felicidad hay que escribir en cursiva cuando se habla de Guinea.

 

Abrieron las puertas de la cárcel, y los observadores guineanos, expectantes, vieron salir de ellas a personas que hace tiempo debían estar gozando de su mínima cuota de libertad, respirando por las calles de Malabo sin tener que ir a dormir a Blay Beach, donde comerías si los guardianes de turno permitieran que tus familiares te entregaran la comida que te habían preparado. Abrieron las puertas y salieron de ellas algunos extranjeros que hubieran tenido muy difícil que se supiera de ellos, pues en nuestra África, y cuando el asunto transfronterizo no afecta a los miembros del Gobierno, nadie suele saber de la suerte de los que abandonan su tierra en busca de mejor vida. En el caso que nos toca, de la cárcel salieron extranjeros que fueron acusados de haber tomado parte en el ataque al palacio. Y como nadie de su país preguntó por ellos, allí estaban esperando que el destino actuase con ellos con su libre albedrío, y que si dejaban su vida en las oscuras cárceles guineanas, que alguien, en su tierra, llorase por ellos durante un año entero, porque no tendrían la noticia exacta de su estado de vida, de si vive o dejó de hacerlo, como una mujer del que dicen que murió, lejos de Nigeria, de las palizas que recibió mientras le preguntaban si de verdad había tomado parte en el asalto al palacio. ¡Ya estaba detenido y le pegaban para arrancarle una verdad que podría no serlo! ¿No es una barbaridad?

 

La expectación que causó el anuncio de la liberación de presos es la confirmación de que en la actual Guinea nadie, absolutamente nadie, sabe cuántos hombres, mujeres y niños están privados de libertad, y confirma también que con los asuntos de los derechos humanos en la agenda, nadie sabrá nunca si los acusados en Guinea son o no convictos de los crímenes de los que son acusados. Nadie, a la luz de un sol que acostumbra a brillar fuerte cuando no es tiempo de lluvia, sabe dónde está la verdad en la República de Guinea Ecuatorial. Y la lástima más profunda es que muchas veces se pregunta sobre la verdad de la vida de las personas queridas, de seres queridos que un día una ola nefasta permitió que conociera por dentro la inefable historia de las prisiones del país.

 

Ahora hablemos de las botellas llenas o medio vacías: nos felicitamos por los que han alcanzado la libertad por el beneficio de la gracia otorgada por el presidente de turno de la Unión Africana. Es una gran noticia para sus vidas. Ojalá los destinos africanos no les conduzcan a ninguna otra cárcel, y que sepan pasar el resto de sus días al cuidado amoroso de sus familiares. La zozobra por el número y el nombre de los liberados en el día del cumpleaños del presidente de un país riquísimo y cuyos favores se rifan las potencias coloniales y neocoloniales más celosos de su destino, es la prueba de que nadie puede refutar de que en Guinea Ecuatorial, que es este país riquísimo, hay más presos de los que caben en un artículo de una agencia de prensa. ¿Alguien sabe cuántos presos hay en Guinea para que salgan liberados algunos que no deberían seguir presos? ¿Por qué un pequeño país de apenas 650 mil habitantes puede tener una lista de presos tan equívoca?

 

Son cuestiones que hay que responder. Tenemos que poder responder a ellas. Hace unos años escribí un atrevido libro al que titulé El derecho de Pernada. En el mismo hablaba de Guinea Ecuatorial en su integridad, y en las reflexione que hice para sacar del desconocimiento en que la tenían los curiosos que no vivían en ella me encontré con que en Guinea se hacen las cosas como se hacían en la “vieja Europa” hace muchos siglos. Descubrí, o sea, que Guinea Ecuatorial vivía todavía el Feudalismo, exactamente como se vivía cuando se dio en Europa. Si no es así, ¿qué hay detrás del hecho de que en un país con cárceles, jueces, abogados, ministros y vice ministros de Justicia tenga que ser el presidente el que excarcele a los reos, muchos de los cuales pueden morir durante el presidio por las palizas recibidas durante los interrogatorios? ¿Gozar de la  prerrogativa de liberar o no de la cárcel no es acaso el recurso de tiempos terriblemente pretéritos?

 

Cualquiera puede responder, y allá cada cual si no quiere adecuar sus conocimientos a la realidad de los nuevos tiempos, pero detrás de nuestra azarosa historia hay una grave cuestión. Los medios de comunicación del todo el mundo puede mostrar las repetitivas muestras de la adulación de la que es objeto el general-presidente por parte de líderes de países con tecnología postmoderna capaz de succionar el petróleo del subsuelo guineano. No vamos a poner las pruebas de esta constante adulación. Que cada uno intuya por su cuenta lo que le dirían al oído al que gobierna las vidas guineanas. Pero que no las pongamos no nos impide afirmar que mediante el cuchicheo constante al oído, estos líderes de tecnología punta se informan de la suerte de muchos guineanos, y extranjeros de países limítrofes,  que entregan su vida en las cárceles guineanas porque no han podido aguantar las torturas hasta el siguiente turno del ejercicio de magnanimidad del poderoso general. Si  son sus confidentes, entonces son cómplices del dolor que atenaza a los súbditos. Entonces, también son culpables.

 

Creemos que hemos llegado a esta conclusión sin forzar ninguna verdad. Llegamos a ella por palabras que siguieron otras palabras que siguen otras de manera libre. En el fin de la vida de muchos guineanos, esperamos que haya alguien que diga unas palabras sobre una triste historia que no quisimos y que no merecemos.

 

Barcelona, 6 de junio de 2011.

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