Cincuenta y cinco años de andadura cumplen en 2022 Les Luthiers y ahí siguen. Ahora mismo, embarcados en una gira por España que hubieron de suspender en 2020 por culpa de la pandemia y que han retomado para concluirla a finales de marzo en Palma de Mallorca. Viajan con un espectáculo de 2014 en el equipaje, Viejos hazmerreíres, que es una selección de fragmentos de anteriores comparecencias según la fórmula que vienen despachando en los últimos años en sus actuaciones, con títulos de una evocación que ensambla lo antológico y lo compilatorio. Si no estoy equivocado, aún no han presentado en nuestro país otro espectáculo de este tipo, Gran reserva, que estrenaron en Argentina en 2017.
Si la muerte de Daniel Rabinovich en 2015 fue un duro golpe para el grupo, la del gran Marcos Mundstock en 2020 supuso una tremenda pérdida porque era insustituible con esa voz que más que grave resultaba de pronóstico reservado. Y sí, se nota mucho su ausencia pese a la calidad, el desparpajo y la profesionalidad de la actual formación del conjunto porteño. A los fundadores históricos aún vivos de Les Luthiers, Carlos López Puccio y Jorge Maronna, se unieron hace algún tiempo Martín O’Connor y Horacio «Tato» Turano y, algo más recientemente me parece, Tomás Mayer-Wolf y Roberto Antier.
Todos ellos llevan a buen puerto la nave de Viejos hazmerreíres, un montaje estructurado dramáticamente como si se tratara de un programa radiofónico en directo, lo que da pie a la sucesión de descacharrantes números musicales y muy divertidas entrevistas, aparte de subvertir la linealidad de las referencias horarias. Por Radio Tertulia, que así se llama el espacio, desfilan, por ejemplo, Las majas del bergantín, zarzuela de tremenda eficacia cómica; jocosos boletines sobre la galopante corrupción política; noticias sobre el desastroso grupo de pop británico London Inspection; Así hablaba Sali Baba, delirante exploración de las trampas de un místico del hinduismo; Receta postrera, vals de textura gastronómica y culinaria cuya percusión corre a cargo literalmente de una batería de cocina compuesta por seis ollas, once sartenes y diecisiete cucharones; Loas al cuarto de baño, deliciosa y escatológica reivindicación del íntimo santuario, que acompañan con un cuarteto de delirantes instrumentos: lirodoro o lira de asiento, desafinaducha, nomeolbidet y calefón; cumbres como la desternillante cumbia epistemológica Dilema de amor, y el rap crítico-envidioso Los jóvenes de hoy en día.
Aunque Martín O’Connor y Roberto Antier no están nada mal como conductores de la tertulia, no llegan a las alturas del dueto imbatible que componían Mundstock y Rabinovich. Y el espectáculo, que conserva muy vivo, hay que subrayarlo, el rescoldo de la vieja magia de Les Luthiers, tiene bastantes altibajos, sobre todo más o menos a la mitad de su recorrido. Pero ahí sigue tremolando el humor salpicado de inagotables juegos verbales y frases de doble sentido, el dominio de la mímica, la voz y la interpretación musical, el magistral sentido de la parodia y sus maravillosos instrumentos informales.
No hay borrón en el espectáculo, pero tampoco, obviamente, cuenta nueva, al tratarse de una pequeña antología de antiguos éxitos. Habrá que esperar al estreno de su esperadísimo nuevo trabajo aún en proceso de elaboración, Más tropiezos de Mastropiero. Casi al final de la actuación, bastó con la mención del nombre del fabuloso, pintoresco y abracadabrante compositor creado por Les Luthiers para levantar un tremendo chaparrón de aplausos del público que llenaba el Palacio Municipal de Congreso de Madrid en la función del 4 de febrero, a la que yo asistí.