Aquí en Malabo, la capital de país soberano llamado Guinea Ecuatorial, ocurren cosas. Sé que este país se llama República de Guinea Ecuatorial, pero ya dijimos que aquí no es república. Incluso es más probable que fuera un país soberano que república, pues, según hemos visto, el descaro es mucho, y favorece las dos circunstancias, es decir, a que no sea república y a que sea un país soberano. En todo caso, soberanía para con los países vecinos, a cuyos ciudadanos se exige que vengan con los papeles en regla, sean conocedores o no de las tres lenguas oficiales de la Guinea, a saber, el español, el francés y el fang. Claro que algunos se llevarán la mano a la cabeza por lo del fang, pues no está así escrito en la carta de Akonibe, pero es que los padrinos de nuestra constitución pecaron de modestos, o bien es una forma más de descaro. A los ciudadanos de los países vecinos se les pide la partida de bautismo aunque hablen las otras lenguas que podrían ser oficiales en Guinea, como el inglés y el portugués, y el que vea esto como una indirecta, que se aplique el cuento.
Hace poco hicimos un intento de ir a Gabón, un país que podría llamarse Guinea Ecuatorial de no ser porque el representante español en la conferencia en que se repartió África se durmió. De haber hecho prevalecer el criterio de que quien colonizaba la parte costera tenía derecho de reclamación de las tierras del interior, y que ayuden ahora los estudiosos e historiadores, Guinea sería un país grandísimo, un país con más pigmeos. Ahora tenemos un trocito continental y los pigmeos escasean, con lo a gustito que estarían en nuestra selva, haciendo las delicias de los que, morbosamente, quieren estar cerca de ellos para descubrir lo que saben.
En la capital de Guinea hay muchos barrios nuevos, tan nuevos que empezaron llamándose en fang, un hecho que avala nuestra afirmación de que esta lengua es oficial en Guinea. Pero luego los bautizadores de los barrios nuevos se arrepintieron y fueron poniendo nombres cristianos a los barrios nuevos, repartidos por los confines de Malabo. En estos barrios hay de todo, bares, restaurantes para comer cocodrilos, garitos de cerveza a 350 francos y peluquerías para que las chicas vayan guapas. Hay de todo, y vayan todos a ver con lo que queremos decir con todo y a buen entendedor. En el listado de los barrios, no hablaremos nada de El Sueño de un hombre, y porque los que lo levantaron dicen que no es un barrio, sino una ciudad que hace competencia al Malabo viejo.
En Malabo casi no hay autobuses para ir a los sitios, salvo unas furgonetas reacondicionadas que cobran 200 francos para llevarte a Ela Nguema, el jefe de todos los barrios de Malabo. No hay autobuses urbanos, para el alivio de las chicas y los chicos desnortados, porque este grupo de ciudadanos siente un fuerte menoscabo en su autoestima si se le habla de utilizar las furgonas de 200 francos. Es este grupo que propició el auge de los taxis, que antes eran pocos y llevaban un solo pasajero a su destino por el precio fijo de 500 francos, y que ahora agota las plazas disponibles satisfaciendo a los clientes que encuentra, aunque hay barrios a los que nunca van, o lo hacen a regañadientes. Con esta tontería de sablear a los ciudadanos, puede darse el hecho de que dos desconocidos se junten los sudores y compartan confidencias por varios minutos sin que lo deseen, o deseándolo ardientemente. O sea, coger un taxi puede acabar en boda, para no decir en la cama, algo escandaloso cuando es norma usar eufemismos cuando se vive en la ciudad. ¿Sabe alguien de quiénes son los taxis que circulan en Malabo? De quién más, de los ricos, los que se enriquecen a costa de los políticos, y de los mismos políticos. De los ministros, de los diputados, y de los capitanes y generales del ejército. ¡Claaaro! Estos compran los coches de segunda mano en Spain, o en Belgium, y el barco los depositan en el puerto de la capital soberana de Guinea. Y según sean altos cargos bien relacionados, usan el teléfono portátil y llaman al jefe de aduanas y cuentan su aflicción. Cuelgan y llaman luego al primito en paro para que esté listo. Si quieren, lo pintan en color taxi, si no, da igual. Todo esto lo saben otros taxistas, y por esto cuando se dan de narices con los agentes de tráfico y estos se ponen fuertes con sus exigencias, ellos hacen amagos de llamar al general Tal. A veces llaman a la segunda novia, pero pronuncian el nombre de un alto mando del ejército, para que se vea y se oiga que están muy bien relacionados. Y así amedrentan a los agentes inocentes. Eso lo supieron las autoridades y por eso pusieron de jefe de tráfico a un alto mando del ejército, que quiere hacer las cosas en serio, aunque algunos creen que se lo toma muy a pecho, que no es para tanto.
Como las chicas guapas no quieren pagar 200 francos a ningún sitio, y porque esto sería una ofensa a su estatus, alargan la mano y paran el taxi para sentarse al lado de otra, o de otro chico que ya sale con otra, pero para lo que se necesita, da igual. ¡Taxi, Lamper! Y se juntos los hombros, porque en el taxi ya había una gordita que iba a Semu, un barrio que no existe y que no está en ningún sitio, pero que tiene moradores. Cada uno paga quinientos cuando se le deja en su destino, y así van fortalecidos en su autoestima. Esto es tan importante, tan de profundo calado para las costumbres nacionales que los padres de los alumnos del colegio español de Malabo, algunos, dijeron en una reunión que no querían que se pusiera un autobús escolar, pues ¿cómo y dónde exhibirán sus flamantes coches si los peques van al cole en un autobús escolar? Entonces los responsables del colegio, donde asisten los hijos pequeños de los presumidos altos cargos de Guinea, y donde reciben Geografía Española como asignatura, dijeron que no ponían nada, que el país siga con su idiosincrasia. ¿Alguien se lo imagina? Palabras clave: Colegio Español, Geografía Española, presumidos altos cargos de la república independiente de Guinea, autobús escolar.
Como verán y leerán, hemos hecho un esfuerzo y no hemos hablado de agua en este artículo. Es a propósito. Es para que vayan los interesados a los barrios y descubran las comodidades de sus habitantes y no oigan nada de nuestra boca. Pero por esta diremos que hay unas señoritas a las que vemos al volante de unos cochazos de las que no sabríamos decir cuándo estudiaron tanto para gastar tantos millones de lo que cobran de sus empleos, que sí tienen, a nuestra fe. Estas llorarían lamentablemente si alguien les pidiera que cogieran una furgoneta de 200 francos para ir al barrio Semu. Lo considerarían una afrenta.
El que esto escribe, de cultura urbana y de padres decentes, no tiene reparos en montar en las furgonas para ir a su barrio ni para salir de él. Y se encuentra en su salsa porque en ellas vive de Malabo el día a día. Cierto que es el de los que viven en los barrios con todas las comodidades pagadas por el ayuntamiento y por todas las autoridades civiles y militares. La historia de otras, las de los padres que no quieren un autobús escolar, se cuenta en las crónicas mundanas de los aprendices de periodistas, chicos y chicas que se esconden de sus apellidos y sueñan con ser modelos para pasar las vacaciones en Malibú. ¡Y dicen unas cosas!