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Libereso Guglielmi: Un botánico en el jardín de Calvino

 

Encontré por primera vez a Libereso Guglielmi el 25 de septiembre de 2010. Era el año internacional de la biodiversidad y, en esa fecha, él visitaba los jardines Baltimora de Génova para participar a la jornada Huertas de ultramar, en la que, entre otras cosas, se presentaba a la ciudad el proyecto Jardines de las religiones y la convivencia. El evento fue organizado en el ámbito de Gaia 2, Irrupciones de naturaleza, promovido por Proyecto Gaia: tres jornadas de estudio, exposiciones, picnics, lecturas y encuentros dedicados a la ecología urbana y a la convivencia entre el hombre, la naturaleza y la ciudad. Allí se habló de community gardens, espacios urbanos degradados que fueron adoptados por los ciudadanos y que luego se restituyeron a la ciudad ofreciendo una nueva fisionomía metropolitana. En la iniciativa participaron arquitectos urbanistas, directores de jardines botánicos, agronómos y figuras como Libereso Guglielmi, un jardinero y botánico de fama internacional.

 

Ese día pude conversar animadamente con Libereso (su nombre significa libre en esperanto), sobre plantas tropicales, como la caña de Indias (Canna edulis), de las que él es un gran conocedor. Me explicó que algunas culturas indígenas mexicanas envolvían a sus críos en las hojas de esa planta, de la que sabía muy bien que sus rizomas son comestibles porque algunas veces los había comido hervidos. ¡No existe una planta que Libereso Guglielmi no conozca!

 

Tras aquella primera conversación, en la que me invitó a que fuera a visitar su jardín de Baragallo, localidad que queda a pocos minutos del centro de San Remo, quise investigar sobre por qué a Libereso Guglielmi le llaman el jardinero de Calvino. Durante las indagaciones, cayeron en mis manos dos textos, el primero, Libereso, il giardiniere di Calvino. Da un incontro di Libereso Guglielmi con Ippolito Pizzetti, editado en 2009 por el grupo Muzzio, y el segundo, de Paola Forneris y Loretta Marchi, Il Giardino Segreto dei Calvino. Así pude enterarme de cómo la vida de Libereso Guglielmi se había cruzado con la de la familia del famoso autor de Si una noche de invierno un viajero. En una de las páginas del libro de Paola Forneris y Loretta Marchi, las dos autoras recogen esta declaración del escritor italiano:

 

Soy hijo de científicos: mi padre era agrónomo, mi madre botánica; (…) entre mis familiares sólo los estudios científicos eran un honor (…) Yo soy la oveja negra, el único literato de la familia.

 

A través de esas lecturas me enteré de que la historia del apelativo “el jardinero de Calvino” nació del encuentro entre Libereso Guglielmi y el padre del escritor Italo Calvino, autor, entre otras, de obras maestras como El vizconde demediado (1952), El barón rampante (1957) o El caballero inexistente (1959). El agrónomo Mario Calvino, un científico de renombre internacional que vivió catorce años entre México y Cuba, tuvo a su cargo la Central Experimental de Floricultura de San Remo, una institución con sede en su propia casa, Villa Meridiana, a la que un día llegó el joven Libereso Guglielmi a trabajar. Allí inicia su famosa historia de jardinero.

 

La relación comienza cuando, a sus 14 años, Libereso, en compañía de su hermano menor, llamó la atención de Mario Calvino quien estaba de vuelta del trópico  a su ciudad natal. El profesor se quedó maravillado ante el excelente conocimiento que, a tan temprana edad, tenían los dos hermanos Guglielmi sobre las plantas y, por eso, le pidió al padre de ambos que les permitiese trabajar como becarios en la estación experimental de Villa Meridiana. Pero dejemos que sea Italo Calvino quien nos describa a Libereso, ya que en uno de sus primeros cuentos –Una tarde, Adán, el famoso autor italiano le presenta para la posteridad de la siguiente manera:

 

“El nuevo jardinero era un muchacho de cabello largo, con una cinta de tela alrededor de la cabeza, para sujetárselo. Ahora venía por uno de los senderos del jardín, con la regadera llena, levantando el brazo libre para balancear la carga. Regaba los berros lentamente, como si estuviera sirviendo café con leche. […]

 

La jardinería debía ser un oficio hermoso, porque se puede hacer todo con mucha calma.

 

Maríanunciación lo estaba mirando a través de la ventana de la cocina. Era un muchacho ya muy alto, pero llevaba aún pantalones cortos. Con ese cabello tan largo parecía una muchacha. Ella dejó de enjuagar los platos y lo llamó, tocando en la ventana. […]

 

—¿Cómo te llamas?

—Libereso.

 

Maríanunciación reía repitiendo:

 

—Libereso… Libereso… Qué raro nombre, Libereso.

—Es un nombre en esperanto —dijo él—. Quiere decir libertad, en esperanto.

—Esperanto… ¿Tú eres esperanto?

—El esperanto es un idioma —explicó Libereso—. Mi padre habla esperanto.

—Yo soy calabresa.

—¿Cómo te llamas?

—Maríanunciación —y reía.

—¿Por qué siempre te estás riendo?

—Y tú, ¿por qué te llamas Esperanto?

—Esperanto, no. Me llamo Libereso.

—¿Por qué?

—Y tú ¿por qué te llamas Maríanunciación?

—Porque es el nombre de la Virgen. Yo me llamo como la Virgen y mi hermano como San José.

—¿Sanjosé?

 

Maríanunciación reventaba de risa:

 

—¡San José! Se llama José, no Sanjosé. ¡Libereso!”.

 

A través de diferentes lecturas verifiqué que Libereso no sólo es un personaje literario, sino, sobre todo, la memoria viviente del trabajo botánico de Mario Calvino, el padre del autor de uno de mis libros preferidos: La jornada de un interventor electoral (1963).

 

El padre de Italo Calvino vivió en México desde 1909 hasta 1917 y contribuyó a la modernización de su agricultura. En 1917 se trasladó a Cuba, donde prosiguió su trabajo de investigación sobre plantas tropicales ejerciendo como director de la estación experimental de Santiago de las Vegas. En esta ciudad cubana vivió con Eva Mameli, su esposa, una de las más brillantes investigadoras botánicas italianas. Fue en Santiago de las Vegas donde el 15 de octubre de 1923 vendría al mundo el escritor Italo Calvino. La familia Calvino permanecería en Cuba hasta el año 1925, fecha en la que deciden regresar a Italia para establecerse definitivamente en San Remo.

 

Pasados casi tres años desde mi primer encuentro con Libereso Guglielmi en los jardines Baltimora de Génova logré finalmente ir a visitarlo a su casa de Baragallo. Era el mes de julio de 2013. Este segundo encuentro me permitió conversar durante más tiempo con Libereso, un botánico que ama definirse “jardinero” y quien considera que “el jardín es un elemento necesario, tan fundamental para nuestra vida como el lenguaje”.

 

De la obra Libereso, il giardiniere di Calvino. Da un incontro di Libereso Guglielmi con Ippolito Pizzetti también extraje este fragmento:

 

“Cuando tú escribes una poesía, tomas algunas palabras que suscitan en ti una vibración y es, en ese instante, cuando puedes escribir el verso que deseas. De la masa enorme del lenguaje, tú extraes unas cuantas palabras y con ellas logras decir algo profundo. Así pasa con las plantas en el jardín, es lo mismo. Fueron los chinos los primeros que, reflexionando sobre los grandes eventos naturales, como las tempestades, llegaron a la conclusión de que si se padecían como eventos cósmicos se perdía la relación con ellos. Esa relación de comunión con la naturaleza se obtiene sólo cuando se logran domesticar esos eventos y se llevan dentro, como haría una persona que mantiene una relación íntima con las manifestaciones cósmicas. Por eso, los chinos colocaban bambú delante de sus ventanas, porque el viento soplando entre las cañas producía un determinado sonido. Claro que si tú este sonido lo has oído una sola vez en la vida, fuera en el bosque, no tendrá casi sentido. Es sólo cuando tú has comprendido algo de esa experiencia y te la quieres llevar contigo, que asume un significado de continuidad para toda tu vida. Ese es el significado del jardín en nuestras vidas”.

 

Es el mismo Libereso quien abre la puerta de su casa mostrando orgulloso su inseparable barba blanca y me invita a acomodarme en el pequeño porche de la entrada. Tiene ochenta y ocho años cumplidos y ahora observo que se ayuda de un bastón para caminar. Su piel, a pesar de la edad, luce la brillantez que transmite la lisura del mármol y, por eso, al verlo nuevamente, su figura me trae a la mente la escultura del Moisés de Miguel Ángel. Nacido el 20 de abril de 1915 en Bordighera, es un hombre con un aura ancestral, lleva consigo una energía de otros tiempos, y antes de sentarse para empezar a responder a mis preguntas lo primero que me cuenta es cómo gracias a sus conocimientos sobre hierbas silvestres sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial en esta zona del norte de Italia, alimentándose, según él, de plantas que muchos consideran venenosas, como el aro (Arum maculatum).

 

—Recogía aros, los hervía y luego con ellos hacía una especie de puré al que agregaba algunas gotitas de aceite de oliva. También, cuando tenía sed, chupaba los gajos del hinojo selvático (Foeniculum sp.) y si algún día me sentía mareado masticaba artemisa (Artemisia sp.).

—¿Por qué las plantas tropicales se cultivan tan bien en este rincón de Italia?

—Por el clima. Es un clima subtropical. Mira ese ceibo (Erythrina crista-galli) –y el jardinero de Calvino se da la vuelta para indicarme uno de los árboles tropicales que se pueden apreciar en su jardín–. El ceibo es una planta que en su hábitat original en Suramérica nace en los ríos, mientras que aquí, en Liguria, crece tanto en el interior como en las cercanías al mar.

 

Pitanga (Eugenia uniflora), zapote blanco (Casimiroa edulis), ceibo, cascarilla (Croton eluteria), cardamomo (Elettaria cardamomum), jatrofa (Jatropha curcas), mango (Mangifera indica), mburucuyá (Passiflora caerulea) o jazmín paraguayo (Brunfelsia australis) son los nombres de algunas de las plantas tropicales que Libereso Guglielmi tiene en su jardín. Sobre cada una de ellas, a pesar de su avanzada edad, Libereso no sólo recuerda con exactitud quién le dio el nombre científico sino que cita leyendas sobre ellas, como en el caso de la planta astromelia (Alstroemerias sp.), cuyo nombre –me explica– se debe al barón sueco Claus von Alstroemer, amigo de Carlos Linneo, quien en una expedición botánica en América del Sur en 1753 trajo las semillas a Europa.

 

A la astromelia también se le llama “lirio del campo” o “lirio de los incas” y en Chile se la conoce como flor de Amancay. Amancay era una humilde mujer que se enamoró secretamente de un cacique. Un día su aldea fue infestada por una rara fiebre y la única medicina que podía salvar a su amado de la muerte era la infusión de esa flor, que nacía en las zonas más altas de los páramos. Amancay se marchó en búsqueda de la flor, pero en el instante en que logró tomarla entre sus manos se le apareció un cóndor que le recriminó el gesto y le obligó, si tal era su querencia hacia la planta, a entregarle a cambio su corazón. Amancay, para salvarle la vida a Quintral, su enamorado, accedió, dejando que el cóndor le arrancase el corazón del pecho con el pico. Entonces, el ave, alejándose con el corazón de Amancay entre sus patas, volando sobre los Andes fue derramando gotitas de sangre. De ahí nace la explicación del por qué de las manchitas rojas que posee este lirio.

 

Me has recogido, te has sacrificado, ese es el significado de esta leyenda, la relación íntima, la unión entre la planta y el ser humano –dice Libereso.

—Hablemos de Italo Calvino ¿qué recuerda del tiempo que pasó con él?

—Recuerdo que a Italo yo siempre le echaba mucha broma.

 

En el cuento Una tarde, Adán, el escritor relata lo siguiente:

 

“Maríanunciación huyó saltando sobre las dalias, con sus hermosos zapatos de suela de corcho.

 

Libereso estaba de cuclillas junto al sapo, y se reía, mostrando sus dientes blancos en medio de su cara color marrón.

[…]

—¡No tengas miedo! Es un sapo. ¿Por qué le tienes miedo?

—¡Es un sapo! –gimió Maríanunciación.

—Sí, es un sapo. Ven –dijo Libereso.

 

Ella le respondió, señalando al sapo con el dedo:

 

—¡Mátalo!

 

El muchacho agitó las manos, como protegiéndolo.

 

—No quiero. Es bueno.

—¿Es un sapo bueno?

—Todos son buenos. Se comen a los gusanos”.

 

—Así nos cuenta que usted conquistaba a Marianunciación con sapos –le digo sonriendo.

—Cierto que la conquistaba con sapos –responde con una sonrisa–, y ella los apreciaba porque me quería.

—Usted fue un estrecho colaborador del botánico Mario Calvino, quien hizo llegar a la Rivera de las Flores [así es conocida la zona donde está ubicada San Remo], diferentes variedades botánicas, sobre todo de México y Cuba. Aunque haya pasado tanto tiempo, quisiera, a través de su recuerdo, saber de aquellas plantas tropicales que tuvieron la ciudad de San Remo como puerta de entrada en Europa.

—Después del cierre de la estación experimental se perdieron las huellas de muchas plantas tropicales. Pero aquí tengo este árbol de aguacate (Persea americana), el único –según Libereso Guglielmi– que queda de las plantas mexicanas que Mario Calvino trajo de México. Es un árbol muy interesante porque da un fruto delicioso, muy refinado. Este aguacate llegó con las plantas que trajo Mario Calvino de México. Es una planta hembra, muy nutritiva.

—¿Qué variedad es?

—Es una fuerte.

 

Conversar con Libereso Guglielmi es entrar en equilibrio con todos los elementos. Ha trabajado en diferentes partes del mundo, ha escrito diversos libros y elabora continuamente artículos para revistas especializadas, entre las que cabe citar: Gardenia, una revista de jardinería, de distribución nacional. Tuvo un padre excepcional para su tiempo, un hombre que estudió durante muchos años con los jesuitas y que, en un determinado momento de su vida, rehusó seguir la vida religiosa y escogió el camino del anarquismo. Era trotskista y en el gran humus cultural de principios del siglo XX vivió, convivió y tuvo sus tres hijos: Libereso, Germinal y Omnia. 

 

—En su libro de 2009 Libereso, il giardiniere di Calvino (2009), de la editorial Muzzio, me enteré de que, como los mexicanos, conoce muy bien las plantas de maguey y sabe recoger miel del agave (Agave americana). ¿Cuándo fue la última vez que recogió aguamiel?

—La última fue hace dos años –Libereso Guglielmi toma mi cuaderno de apuntes, un lápiz y dibuja una planta de ágave, explicándome cómo se recoge ese néctar–. Cuando la planta florece, en el tronco se hace un corte en forma de cono, y poco a poco se va excavando en él de diez a quince centímetros. Con el tiempo, en ese cono es donde se va depositando poco a poco el aguamiel. Cuando era muchacho, con mis amigos, cada día iba y lo recogía. Y cada vez rayaba más y más en el fondo del cono, lo cubría y regresaba al día siguiente. Bajaba y bajaba por dentro del ágave, abriendo más la herida hasta casi la raíz de la planta. Así podía llegar a recoger ocho, diez y hasta quince litros de savia, que algunas veces hacía hervir mucho y conservaba por semanas para que saliera una especie de licor. Nos divertíamos mucho en aquellos tiempos.

—¿Ha visitado México?

—He dado vueltas por todo el mundo, estuve en Inglaterra, India, y muchos lugares de Asia, pero a México nunca he ido. Todas las informaciones que tengo sobre ese país las aprendí trabajando con el profesor Mario Calvino en la estación experimental.

—La cultura de México nace en torno al maguey o ágave –le comento.

—Lo sé, para los mexicanos el maguey o ágave es una planta santa. De ella sacan fibras para tejidos y hasta sus hojas se pueden comer cocinadas en el horno.

—Como gran conocedor de plantas que es, ¿cuál es para usted el aspecto más maravilloso de esta planta?

—Que produce aguamiel. Es una planta de la cual se extraen litros y litros de este precioso líquido.

—En sus tiempos, Mario Calvino también quiso introducir en Liguria una raza de cabra mexicana, ¿recuerda algo al respecto?

—Sí, eran cabras comunitarias, no se escapaban, estaban siempre en grupo. No son como las que conocemos aquí, que se van cada una por su lado. Mario creía que podían ser muy útiles en este tipo de terreno porque estaban en manada, daban muchos litros de leche y, por sus características, podían comerse las hierbas y así tener los terrenos limpios.

—Una cualidad suya es la de respetar y conservar un magnífico diálogo con bichos como lagartijas, culebras, ranas y sapos.

—Todos ellos son protectores de la naturaleza. Cada uno forma parte de un equilibrio perfecto, porque ocupan un lugar preciso en el medio ambiente; somos nosotros, los hombres, quienes hemos perdido el contacto con la naturaleza. Usamos herbicidas y por esta causa en nuestros jardines hoy hacen falta culebras, lagartijas, ranas y sapos. Así extinguimos los animales que pueden servir de defensa contra los insectos que destruyen las plantas.

—Cambiando de tema; hoy todos compramos legumbres y frutas y en casa, después de limpiarlas para el consumo, tiramos las semillas a la basura.

—Sí, y así cometemos un pecado contra la humanidad. Las semillas no se tiran a la basura, hay que conservarlas y dárselas a alguien que pueda utilizarlas. Se tienen que sembrar y si no dan frutos no importa, ya que pueden servir para hacer injertos. Hoy la humanidad ha entrado en un círculo sin sentido debido a la falta de conocimiento, porque a nadie le conviene que se difunda la verdadera sabiduría de nuestro maravilloso planeta.

—¿Cuál es su flor predilecta, la indispensable, aquella que le hace falta si no la ve?

—Una brizna de hierba es la fundamental. Sin la presencia de ella muchas plantas morirían porque se quedarían descubiertas.

—Muchos platos de la cocina tradicional de esta región italiana se hacen a base de hierbas silvestres.

—Sí, uno de ellos es el famoso Preboggion, una mezcla de hierbas silvestres que constituyen el ingrediente vegetal por excelencia de las tortas saladas, nuestros pansotti, las tortillas y el minestrone de la cocina ligur. En primavera o principios del verano se recogen las hojas y los tallos de algunas hierbas como la pimpinela (Sanguisorba minor), la borraja (Borago officinalis), el diente de león (Taraxacum officinale), las acelgas selváticas (Beta vulgaris), las ortigas (Urtica sp.), las amapolas (Papaver rhoeas) o las achicorias (Cichorium intybus), se mezclan, se hierven y todas juntas sirven para rellenar tortas saladas, raviolis, pansotti, para hacer tortillas o aliñar el minestrone. En esta operación de recolección es necesario poner mucha atención para calibrar los gustos de cada una, dado que lo amargo de unas no se debe imponer sobre el gusto diferente de las otras.

 

Una de las leyendas sobre la etimología de la palabra Prebuggion cuenta que durante la Primera Cruzada (1096–1099), después del asedio a la ciudad de Jerusalén, los soldados de Godofredo de Boullón, duque de Lorena, se quedaron sin provisiones y se vieron obligados a recoger hierbas silvestres para cocinarle la sopa a su jefe. De este evento histórico nace una de las explicaciones sobre el significado de la palabra, aunque otra versión más simple afirma que el nombre significaría simplemente: Pre–bouillon, es decir, hervir antes.

 

Se debería optar por una alimentación a base de plantas naturales concluye Libereso, que desciende de una familia de vegetarianos, y añade: Las plantas tienen su sal natural, que no apreciamos porque cuando la gente cocina se usan muchos sabores artificiales que modifican su auténtico sabor.

 

Terminé mis preguntas, y me despedí de la antítesis de Mr. Chance, el jardinero-autista de Jerzy Kosinski. Dejé a Libereso Guglielmi con su lucidez científica, su claridad de aborigen ligur en su casa de Baragallo, a pocos kilómetros de Villa Matutiana, como era llamada San Remo en la época romana. Volví a Génova con ganas de comerme un plato de pansotti rellenos de hierbas silvestres y pensando en una frase del botánico Mario Calvino: “Sé que frecuentemente hablaré al viento, pero también las plantas confían al viento sus semillas, suprema misión de sus vidas. No todas las semillas se dispersarán, basta que una sola encuentre el ambiente propicio para asegurar y multiplicar su especie”.

 

 

 

 

Mayela Barragán es licenciada en Comunicación Social, egresada de la Universidad de Los Andes, Venezuela. Vive en Génova (Italia), desde el 1990 donde se desempeña en el área de la comunicación intercultural. Ha escrito Forma Perfetta (Mondo libri, 2008), colaborado en Nuove lettere persiane (Ediesse 2011, Prospettive, 2012). En junio del 2014 recibió el premio El árbol de la vida de la asociación Escritores en lenguas indígenas, A. C., y del Instituto nacional de lenguas indígenas de México, INALI, por el apoyo en la difusión y la traducción al italiano de la poesía en lenguas originarias. En enero del 2015 recibió el premio Proyecto La Ragazza de Benin City por la proyectación de la iniciativa Antes que el amor me mate.  

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