“Tres hombres bajaron del taxi y se dirigieron con paso resuelto al automóvil de Maruja. Él alto y bien vestido llevaba un arma extraña que a Maruja le pareció una escopeta de culata recortada con un cañón tan largo y grueso como un catalejo. En realidad, era una Miniuzis de 9 milímetros con un silenciador capaz de disparar tiro por tiro o ráfagas de treinta balas en dos segundos. Los otros dos asaltantes estaban también armados con metralletas y pistolas. Lo que Maruja y Beatriz no pudieron ver fue que del Mercedes estacionado detrás descendieron otros tres hombres”.
Una sudadera que se queda grande, por un tiempo que, aunque pasa, no pasa. Unos anillos que ya no entran en unos dedos hinchados por el transcurso de los días, por el aumento del sufrimiento, por un irónico arrastre. La última mirada –esquiva, temerosa- antes de enfundarse la capucha hacia la liberación o hacia la muerte. Aún no lo sabe.
Gabriel García Márquez conquista con los detalles y, en Noticia de un secuestro, este gran reportaje en forma de novela, enumera cada mínima pieza una a una, ajeno pero preciso en su descripción; haciéndote espectador, que no partícipe, de unos traumas que antes de empezar ya sabes cómo van a acabar.
No es la intriga lo que te mantiene intrigado. Como lector sabes perfectamente qué rehenes van a morir y cuáles van a sobrevivir. No es ficción. No es imaginación. La intriga llega de la mano del ritmo, un ritmo constante, casi apabullante. Un ritmo que se esconde tras los cambios en los puntos de vista de los personajes. Es periodismo, pero del romántico: la “noticia” de un secuestro contada después de que los hechos ocurriesen, pero sin caer en los lugares comunes ni en los sentimentalismos. Personas que al convertirse en personajes se destapan, se desnudan, se quedan a la intemperie, a solas con su esencia.
“Periodista hasta el final, Hero Buss le dio su cámara al primer peatón que pasó y le pidió que le hiciera la foto de la liberación”. Y lo ves ahí, agudo. Resumida en esa frase la pureza del oficio.
La ausencia de información es uno de los focos del relato. Una ausencia de datos que en este paralelismo irremediable con el ahora podemos entenderlo como exceso de datos. Un encierro obligado leído desde otro encierro impuesto. Una ausencia o un exceso de información que confunden, que obligan a leer entre líneas, a mirar con capacidad crítica, a hacer propia la información aportada. El presentimiento convertido en evidencia de por qué el mundo real, un día, es arrancado: “Sólo entonces entendieron que les habían quitado el televisor y la radio para que no conocieran el final de la noche”.
En cada palabra hay rabia, sumisión, orgullo, ira, miedo, irracionalidad. García Márquez explica la intención en el prólogo: “Maruja Pachón y su esposo, Alberto Villamizar, me propusieron en octubre de 1993 que escribiera un libro con las experiencias de ella durante su secuestro de seis meses, y las arduas diligencias en que él se empeñó hasta que logró liberarla”. El resultado merece la pena. E igual anima a escribir el relato de nuestro propio secuestro.