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Liderazgo y rechazo americano: unas elecciones mirando al pasado

Se podría decir que la tarea de un líder es señalar el camino hacia adelante. Para añorar el pasado ya está el común de los mortales, pero para encontrar la senda que vale la pena seguir es necesario algo más; tener la audacia y la visión que distingue al líder por su capacidad de transmitir entusiasmo.

Hace unos días un amigo me envió un artículo de la revista The Atlantic,‘The World Order and Donald Trump’, que realiza un interesante análisis político. El de aflorar el grano de verdad que se esconde tras cada propuesta del presidente americano. Una dosis de verdad sin la que sería imposible su popularidad y su éxito en la sociedad que dirige. No es necesario ser partidario de Trump para poder analizar fríamente aquello que, sin duda, cala en tantos votantes y que tiene que ver con la pérdida de protagonismo de Estados Unidos en el mundo; con su involucración en guerras lejanas; con su defensa de fronteras de otros países antes que de las propias; con su desproporcionada contribución a la OTAN; y, con su defensa de la globalización económica en detrimento de su mercado interior. Y todo ello en un momento en que su predominio nuclear se ve desafiado por Corea del Norte y por Irán y su liderazgo  científico y tecnológico está siendo cuestionado por China, que ha logrado extraer la savia del conocimiento de Estados Unidos aprovechando su apertura al resto del mundo.

Como resultado, Trump ha logrado, consciente o no de ello, capitalizar el descontento de muchos de los votantes americanos plateando políticas encaminadas a reducir los costes que esas realidades imponen a su país. Unas políticas que se  reflejan con sorprendente eficacia en su exitoso lema de campaña, Make America Great Again. Magnífico ejemplo de comunicación política que aúna varios mensajes; fijar un objetivo claro e ilusionante como es llegar a ser grandes como país; señalar que ese objetivo es asequible, puesto que ya se logró en el pasado; y realizar, a la vez, una crítica a la oposición al resaltar por defecto cómo América había dejado de ser grande.

Junto a ese lema de campaña, que sintetizan todo un ideario político, Trump ha sido capaz de recoger el principio director de su programa de gobierno en otro slogan igualmente potente, America first. Una declaración de que en toda decisión de su gobierno primaría, antes que nada, el interés de Estados Unidos. Algo, tal vez, políticamente incorrecto, pero cuando se trata de comunicar, indudablemente eficaz.

Se puede discutir el grado de cumplimiento de Trump de dichos principios y objetivos en su primer mandato, aunque no parece discutible la vigencia de los mismos en su nueva campaña, que sigue proponiendo una política interior y exterior con la mirada puesta en el pasado. Un pasado glorioso, echado, según él, a perder por Obama y por sus políticas progresistas que habría que desterrar.

Por su lado, Biden presenta un proyecto alternativo, más sencillo de resumir pero peor reflejado en su slogan de campaña, Build back better than ever. Algo que se puede formular, de acuerdo con muchas de sus declaraciones, y que así ha calado en el ideario popular, como una propuesta de deshacer el camino recorrido por Trump para retomar el curso de la política donde Obama lo dejó. Otra forma de mirar al pasado, pero pasado en cualquier caso.

Contrastar estos slogans de campaña con los de su inmediatos predecesores de partido en la presidencia resulta revelador. Obama señalaba con ambición el futuro cuando proponía su Yes we can, un estribillo que se coreaba junto con el slogan Change we can believe in. Igualmente orientados al futuro estaban los usados por George Bush, A Safer World and a More Hopeful America, Moving America forward, o Yes, America can. Lemas de campañas que concitaban entusiasmo y lograban resonar más allá de las fronteras del país, como había sido tradición desde la mediática campaña de John F. Kennedy de 1960, presidida por el moto inaugural de toda una época, A Time for Greatness.

Que los dos candidatos actuales a la presidencia americana plateen una vuelta atrás tiene, en un momento en que está en juego el predominio mundial, mucho de revisionismo y poco de liderazgo. Se discute con frecuencia sobre la fecha en que China adelante económicamente a Estados Unidos (no ya si lo hará o no, sino cuándo ocurrirá), o cuando lo alcance científicamente (algo que parece estar ocurriendo en tiempo real, como prueba el que sean los primeros en el despliegue del sistema de telecomunicaciones 5G o la eficacia en el tratamiento de la pandemia y en la obtención de una vacuna). Por otro lado, el frente en el que el predominio americano sigue incuestionable es el del arsenal nuclear. Pero es ese un campo que adolece de la paradoja de que su valor estratégico está ligado a su capacidad disuasoria. Esto es, con no tener que usarlo nunca, lo que cuestiona la necesidad de su tamaño.

Estamos, por tanto, viviendo un momento histórico en que, junto al cuestionamiento exterior del liderazgo americano, la propia América rechaza, como reflejan los candidatos en sus campañas, su presente. Bien sea proponiendo engarzar con los años de bonanza de la segunda mitad el siglo XX, como parece proponer Trump, o para recuperar las políticas progresistas de la época de Obama, ambas campañas se vuelven hacia atrás. No puede entonces extrañar que, aunque el sentimiento en varios países simpatice en mayor o menor grado con alguno de los dos candidatos, la comunidad internacional se sienta tentada por ese rechazo. Un rechazo que se traduce en que Estados Unidos haya perdido su carácter de objeto del deseo. No solo los americanos no quieren ser como hoy son, sino que muchos otros países, al revés de como ha sido durante un largo periodo desde la guerra mundial, poseen un modelo de sociedad que no cambiarían por el suyo. Algo en parte debido a que muchos de esos países han alcanzado cotas de bienestar económico cercanas a la americana, y disfrutan de menores grados de violencia, menor polarización de la riqueza, mejores servicios públicos, mayor calidad de vida y más altas expectativas de vida.

La era Trump ha hecho mucho para fomentar ese rechazo. Trump se ha distanciado de Europa en la misma medida en que Europa se consolidaba como potencia. A su vez, el modelo chino ha abierto un importante debate sobre la combinación deseable de libertad democrática, estabilidad política y progreso económico. Un debate de máxima actualidad si se tiene en cuenta que las decisiones políticas del tratamiento de la pandemia se basan precisamente en la aplicación de restricciones a las libertades ciudadanas, con una clara incidencia en la coyuntura económica y en gran medida limitadas por la confrontación política. A no olvidar, China no solo exhibe los resultados más impresionantes de la historia de la humanidad en sacar del atraso y la pobreza a millones de seres humanos en un tiempo récord, sino que parece haber dejado atrás los efectos económicos y sanitarios de la pandemia mucho antes que ningún otro país.

No existe, hoy por hoy, un traspase efectivo del liderazgo mundial de Estados Unidos. Y es que, de igual forma que la modernidad cultural, artística o religiosa han dejado de ser unívocas, tal vez se haya terminado la era de los predominios hegemónicos absolutos. Algo que también se reflejaría a nivel nacional en la dificultad para lograr mayorías políticas absolutas y en que los resultados electorales, cada día más ajustados según aumenta la polarización entre votantes, exija que los gobiernos hayan de conciliar posiciones antagónicas. Tal vez sea ese el destino inmediato que nos espera; convivir con los opuestos como genuina forma de socializar.

En cualquier caso, y para lo que valga como lectura de las señales del presente, estos días la prensa ofrece dos titulares complementarios: el Banco de España destaca en su Boletín Económico 4/2020 la recuperación económica en forma de V de China, que ya ha superado su PIB de 2019. En paralelo, el profesor Trubowitz, director del US Centre en la London School of Economics, ha indicado en unos encuentros en la Fundación Ramón Areces que la marca Estados Unidos pierde valor entre los países de la OCDE. Datos junto a opiniones que ayudan a formular nuevas opiniones. Y mientras los datos reconfirmen las opiniones, estas no harán sino reafirmarse. Esta es nuestra opinión.

 

 

 

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