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Lío de papeles

 

Dice Camba (Camba lo dice, o mejor lo menciona, casi todo) que al español no le gusta que le gobiernen. Pone como ejemplo cómo le irritan esos letreros que obligaban a subir al tranvía por una puerta y a bajarse por la otra. A uno le gustaría que le gobernasen lo menos posible, como se decía aquí el otro día a propósito de Thoreau: “el mejor gobierno es el que gobierna menos”. Pero ocurre que observando a sus gobernantes, como síntesis del perfil del gobernado, a uno le entra la congoja.

 

El pueblo español no está preparado para que le gobiernen, pero lo está peor para que le gobiernen menos. Por eso ha venido Pablo Iglesias para gobernar mucho. Pablo tiene razón pero en la superficie, como Camba, quien en su juventud fue anarquista desembocando todo ello en el escepticismo literario, que sigue siendo algo liviano; no como la aspiración gubernamental de un hombre al que llaman el Coleta.

 

Es pesada la carga de Iglesias y por ello y para soportarla necesita de la ingeniería, que es muletilla habitual en sus tertulias sin que apenas nadie pestañee a su alrededor. Gobernar con ingeniería es una forma, y una frase, grave; aunque sea de uso común en la teoría del Coleta (en la práctica promete superar todo lo conocido), y en la práctica del Isidoro, del Bigotes, del Bambi y del Plasma (por ponerle al actual un mote transitorio).

 

La ingeniería de Ana Mato, quien también tiene la suya, pinta a vuelapluma como una ingeniería de Lego, si acaso, de juguete, porque con ella y de momento se trae a España a un sólo enfermo al que debía de aplicársele un protocolo específico y se produce algo ante lo que Trillo diría lo mismo que dijo en el Congreso sin darse cuenta de que el micrófono estaba abierto.

 

Esto es un éxito sin precedentes a la espera de explicaciones y de certezas. Un pleno que deja a los gobernados españoles con ganas de que les gobiernen de una vez, dejando a Camba obsoleto, lo que es todo un logro. Otro más. Hoy el español quiere que le pongan unos letreros que le indiquen por dónde ha de entrar y salir del tranvía, y otros que le expliquen si una vez dentro puede contagiarse.

 

No sabe uno que pensará Pablo de esto (aunque a lo mejor se frota las manos, cara de frotárselas desde luego tiene), y a Ana ni se le pregunta pues tendrá lío de papeles. A lo mejor a Rajoy se le puede sacar algo sintonizándole, igual tirándole de la oreja, mientras Sánchez se dedica a cocinar y un individuo de nombre Ada, con aspiraciones de alcalde, habla de “exterminio encubierto”, lo cual es demasiado para cualquiera y más para la ministra que nunca supo nada.

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