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Llamada de la mar en la playa

Este texto pertenece a los Cuadernos de viaje El Sereno de Asilah

Cap. 10

Llamada de la mar en la playa

Hacia las cinco comenzó a llover con fuerza. Me gustaba escuchar el agua cayendo con fuerza sobre las terrazas. Desde ayer al mediodía la estábamos esperando. Se olía, se sentía la humedad que anunciaba una tormenta. Pero no hubo nada, fuese, pasó de larga. Yo la saludé y me consolé pensando que esa agua haría falta en otro lugar más que aquí. Me la imaginé derramándose sobre campos en barbecho o sobre frutales, sobre las viñas o sobre las orillas de algún wed calcinado en esta época del año. Pero lo que más me alegra es saberla limpiando las hojas de los árboles, sus troncos, y esponjando la tierra de los arbustos, aunque nunca llegue a llenar los alcorques. Me da igual.

Esta mañana dudé si debía levantarme, ponerme unas sandalias, un pantalón, una camisa y el impermeable. Marcharme con mi perro Blog a caminar bajo la lluvia sintiendo la lluvia caer sobre mi capucha. Pero me acurruqué un poco y me dejé mecer un rato por esa lluvia que refrescaba las plantas de todas las terrazas de la medina, y que arrastraba el polvo de las cornisas mientras se llevaba las cáscaras de las pipas que la gente tira al suelo cuando, al atardecer, se van a contemplar el mar desde el torreón de la Krikia. Ojalá se llevase también tantos filtros amarillos de cigarrillos. Me molestan menos las colillas pardas de los petas que se han fumado, ya más tarde pues en esta cultura muchas personas fuman, pero todavía no se admite que en público te fumes un canuto. Qué le vamos a hacer. Día llegará, en España ya ha llegado, en que una furia purificadora persiga a los tranquilos fumadores de cigarrillos o de puros, de pipas que al aire libre no molestan a nadie. O no molestaban, ahora si fumas en la terraza de un café siempre hay algún cruzado que te mira nervioso y descalificador. Ya he leído que se ha iniciado una campaña para prohibir a la gente que fume en las playas. No lo entiendo. Luego se alzarán contra el alcohol, contra el café como durante siglos se emperraron en que las pajas en lugar de ser saludables, aliviadoras y serenantes eran la puerta del infierno, de la tuberculosis, de la locura y de no sé cuántas cosas más. Cuánta miseria, ignorancia, represión y estupidez.

El caso es que no me pude aguantar en la cama por temor a adormecerme y sólo cuando ya estaba lavándome la cara recordé que los días de temporal con lluvia no tengo que abrir las puertas de la muralla, ya se encarga el viento. Por la noche es distinto.

Todavía era de noche, la lluvia se había calmado y corría una buena brisa que se llevaba las nubes negras. Preparé el agua para el té, me lo llevé en una bandeja para el salón en donde hago unos estiramientos de lumbares bueno para mi espalda. No es mucho rato, lo necesario para que el té de la mañana esté algo fuerte. Me lo bebí y me fui a recoger al perro que saltaba de alegría, como cada mañana. Le di su pelota y nos largamos para atravesar la muralla por la puerta del mar, Bab Abarre, la que está junto a la mezquita de Laila Saïda. Es la más cercana a mi casa, pasado el Café del Mar, a estas horas en silencio y me lleva enseguida a las playas. Camino rápido por entre las barcas que duermen sobre la arena, cruzo lo que queda de antiguas dunas y nos vamos Blog y yo caminado por las rocas y la playa que discurre hacia Tánger. Ya no llueve, sopla el viento. Me alegro de no haber traído tchamir ni chilaba. Camino mejor con sandalias y pantalón corto. Me encanta recibir el viento en la cara y, si tuviera pelo largo, me gustaría que me lo alborotara. ¿Veis la imagen? Sopla el viento, camino algo inclinado hacia delante con los ojos entornados para defenderme de la arena, el perro corre feliz detrás de la pelota que una y otra vez me trae para que se la vuelva a lanzar. Gritan y vuelan bajo las gaviotas y algún cormorán que otro. No hay barcos en el mar, sabían que entraría el temporal y en este mes no durará como para afectar a la pesca, pero sí que tiene rarezas y puede ser peligroso para los barcos pequeños. Las olas vienen crecidas, arrastran muchas algas, como las de mi tierra gallega. Me gustan su olor y su brillo, su movimiento y su danza. Me gustan las algas. Desde niño siempre me ha gustado darme un baño en algún remanso con algas. Solía comenzar hacia el 24 de junio, me iba hasta la isla de Toralla, cruzaba a nado el estrecho y buscaba alguna poza entre las rocas para darme los baños rituales. Cosas mías. Siempre lo hago desnudo y libre, me siento renacer, me siento limpio y fortalecido. En la ría de Vigo hay mil lugares apropiados para hacerlo. Sobre todo, en la otra banda, en el Morrazo o en las Cíes. Aquí no me atrevo. Bueno, el verano pasado, cogí un carrito con caballo y un abuelo con su nieto me llevaron hasta otras playas. Es un viaje divertido, aunque vas rebotando sobre la dura tabla del carro, no hay asientos, todo lo más un cojín que te echa el paisano. A Blog no le gusta demasiado, pero me acompaña porque sabe lo que nos espera. Al cabo de dos horas, vuelves a subir al carro y regresas saboreando el atardecer hasta Asilah.

Ahora, camino por esta playa que estoy seguro que transformarán y quedará irreconocible, pero yo ya no estaré para lamentarlo. Además, ¿no habíamos quedado en no lamentarme ni quejarme? Ya, eso se dice fácil.

El perro no para de entrar en el mar en busca de la pelota, se sacude y corretea como un loco dando vueltas en círculos. Nada le gusta más a un perro Labrador que nadar en el agua o revolcarse en la nieve. Siempre duerme en las terrazas, aún en el frío invierno de Madrid, aunque allí tiene una buena caseta, pero siempre en la terraza. Luego, la gente te dice “qué suerte, que pelo tan bonito y brillante tiene su perro” Sí, suerte. O te dicen, “qué suerte le trae la pelota y se la da en la mano así no tiene usted que agacharse para recogerla”. Sí, qué suerte. Y ya el colmo es cuando te ven paseando con el perro sin llevar esa siniestra bolsita de plástico negro en la mano para recoger sus heces Un perro Labrador y otros muchos, si les enseñas desde pequeño y lo celebras, harán sus necesidades siempre entre arbustos, matorrales o cuando no los hay, en los alcorques de los árboles. Los animales no son sucios ni manchan más que por necesidad o por desconcierto. Mirad si no el espacio en el que habitan, nunca se les ocurre ensuciarlo con sus excrementos. En fin, allá ellos, los dueños, digo.

La lluvia que salí a buscar no llega mientras yo camino y Blog corre. Ah, lo que estaba contando. ¿Ven el perfil de esa figura que camina algo inclinada hacia delante para compensar el viento que le da en el rostro y el alborota el pelo? ¿Veis su perfil recortado contra el mar gris y con rompientes olas blancas? Y camina, camina sujetando sus ropas, hundiendo los pies en la arena. Va en busca de sí mismo a quién dejó olvidado en alguna aldea. Las lágrimas surcan su rostro, pero él os diría que es a causa del viento. No es cierto. Y entonces, cede el viento y se abren los cielos grises, negros y redondos para dejar caer una manta de agua que casi ciega al caminante. El perro ni se inmuta, pero ya no corre, sino que trata de caminar al paso de su amo. No se ve nada a pocos metros. Nuestros amigos dan la vuelta, pero se dejan empujar por el viento. Al perro no le gusta demasiado porque pierde el paso con facilidad y eso le desconcierta. Prefiere las olas, o las dunas, aunque le agotan, prefiere las praderas y correr por el monte tras mil rastros que despiertan en su código nostalgias de otros tiempos que no ha conocido pero que ahora afloran. Así sucedería con nosotros si no nos lo entorpeciese el control implacable de la memoria y de la mente. Ya sé que es para sobrevivir y para conservar las conquistas de la evolución y del progreso, pero, a veces, experimento una especie de ausencia, de llamada, de algo muy profundo que quisiera aflorar y no puede. Me sucede junto al mar o en el desierto, en la montaña o en la profundidad de un bosque o en las selvas tropicales. Es como una revuelta interior, un desasosiego, cierto estremecimiento como me sucedió con fuerza incontrolable, y que yo no quise controlar, en una playa de la isla da Inhaca, en Mozambique, no lejos de Maputo. Fue inenarrable, todavía me estremece y siento que se me abren los poros y que toda la piel se eriza y rechaza la ropa y los corsés de la mente.

Me contengo, ahora sigue lloviendo y esto me alivia. Camino empapado y aumento el ritmo para agotarme, para no pensar y para no evocar a Alfonsina Storni. Escucho las palabras de sus poemas en la voz de Mercedes Sosa. No, Alfonsina, no, ahora no. No sé por qué, pero no.

Antes de llegar a la puerta de la muralla, me paro para recuperar el resuello. Trato de serenarme, amaina el temporal y la lluvia se torna mansa y amiga. Pretendió llevarme, pero esta vez no, todavía no. No me preguntes lluvia. Llegaré a la casa, pondré la mano en la puerta de la casa y haré sonar la aldaba, a pesar de que llevo la llave.

Abre Ahmed, no hace preguntas, se ocupa del perro al que secará con fuerza y le dejará que descanse durante todo el día en el jardín de atrás.

Me meto en la ducha y me dejo limpiar todo el cansancio por el agua que cae sobre mi rostro y se va cuerpo abajo hacia el sumidero. Allá se van los cansancios y los sueños, las rémoras y los criterios.

Me froto fuerte con la toalla y visto el limpio tchamir que Ahmed ha colocado sobre una silla, me poco encima una gandura y calzo unas babuchas amarillas. Subo a mi estudio y me zampo un desayuno a la inglesa. ¿Cómo sabría Ahmed que iba a llegar con tanta hambre? No pregunto, pero él ha subido otra bandeja con lo mismo y sonríe en silencio. Está bien así, compañero, está bien así.

 

José Carlos Gª Fajardo. Emérito de la U.C.M. y Sereno de Asilah

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