Sería el perfecto día de playa pero… esto es el Líbano. Tiro nos recibe prácticamente desierta; acaba de caer el último chaparrón y el cielo se ha despejado de nubes. En el Rest House, tomado por el ejército, se reúnen el patriarca maronita y los chiítas en un mano a mano imposible. Si esto fuera una serie adolescente pronto nos habríamos quedado sin capítulos: la puta de la protagonista ya se hubiese liado con todos y, sin pestañear, también los habría traicionado.
Me apetece descansar, revivir los tranquilos paseos del verano, leer un rato, pensar en mis cosas. Pero no he terminado siquiera de quitarme los pantalones cuando dos individuos se aproximan, en medio de la inmensidad de la costa, como dos misiles teledirigidos hacia mí. Tienen que pasar a escasos dos milímetros de la toalla, atisbar la mayor cantidad de piel, fotografiar, si pueden, el pliegue de una nalga, una teta mal colocada, una apetitosa rodilla…Lo que sea con tal de machacársela luego a gusto entre las palmeras marchitas.
A la izquierda coloca la toalla un viejo oculto bajo una mancha de psoriasis. Se cree que por utilizar gafas de sol no lo veo. De un chiringuito surge la reencarnación de Lorenzo Lamas antes de ser sometido a una operación de reducción de estómago. Dos obreros sirios, sucios y desnutridos, vagan sin rumbo con los pantalones remangados y unas camisas de invierno. Un grupo de adolescentes salta como chimpancés en el mar…Este país está perdido.
Ni una gorda en burkini…Suspiro, hoy seré el blanco de todas las miradas. Me siento tan incómoda que termino poniéndome los pantalones de nuevo y paseo vestida por la orilla con una creciente e incontenible mala milk. Las aguas del Mediterráneo tienen el color del fango, de los desagües de una urbanización ilegal de la Manga. Bolsas de plástico negras flotan entre unas olas que arrojan a mis pies envoltorios de galletas, patatas fritas, jeringuillas, compresas, latas de coca cola…Una verdadera pocilga. Opto de nuevo por prescindir de los pantalones y sentarme en la arena. Hasta echar una meada resulta tarea ardua, el viejo de la psoriasis reaparece ahora, caminando 3 metros a mi derecha y otros 3 metros a mi izquierda, mientras yo me rasco los granos premenstruales de la frente con el dedo corazón bien estirado.
Vuelvo a vestirme, ni Madonna se cambia tantas putas veces en un concierto….Un cachas tatuado pregunta alguna huevonada de última hora como si las guiris no tuviésemos nada mejor que hacer que follar con refugiados sin futuro. Se me está acabando la paciencia, meto un pie en las aguas infectas, miro hacia el sur, sigo la línea de chabolas y campamentos construidos sin ton ni son, avanzo con la mirada un poco más, allí donde empieza el verde, allí donde las tierras han sido cultivadas y florecen, allí donde las casas y el paisaje se abrazan en divina armonía, allí donde Jehovah tomó en su seno al pueblo elegido… Y alzo los ojos hacia el cielo realizando un humilde llamamiento.
“Señores de Israel…vosotros que todo lo sabéis y todo lo leéis, vosotros que me pincháis inmisericordes el Hotmail, venid; venid que ya toca más una invasión que el descenso de Jesús a la Tierra…Me lo merezco. Una invasión de nada, venga Netan…pero qué os cuesta, si lo estáis deseando…Sólo unas semanas, las suficientes para limpiar la porquería de las playas, explicar en cuatro cómodos módulos qué es eso del regadío y la valla electrificada, levantar cuatro o cinco casuchas de colonos, un museo de la resistencia y arrancar los hierbajos de la carretera, enseñarle a la gente que el bien común no confunde tu mierda con la mierda de todos; eliminar esos horrendos garajes calcinados, poner un par de señales, encender los semáforos, quemar esas descosidas banderas amarillas que cuelgan de las farolas y, sobre todo,…venid, venid, porque, tal y como Dios dispuso, donde hay destrucción hay diversión.