Mi amiga Silvia Cruz subió hace poco a su cuenta de Facebook una noticia francesa sobre el suicidio de dos españoles preguntándose por qué aquí el impacto había sido nulo. Vaya novedad, pensé. Hasta que leí más detenidamente el 20 minutes: “Un hombre de 44 años y su mujer de 35, que sufría una enfermedad incurable, se suicidaron en una habitación de hotel de París el miércoles. Los empleados del establecimiento, ubicado en el distrito nueve, descubrieron los dos cuerpos, colgados, junto con una carta explicando sus acciones. […] La pareja llegó el lunes a la capital”. Le Parisien informaba, por su parte, de que los empleados del hotel no se habían vuelto a cruzar con la pareja desde su llegada y que él la ayudó a ella, según la carta. Una pareja llega el lunes a un hotel en el extranjero y el miércoles aparece ahorcada. ¿Llegarían a salir de la habitación? A pesar de que los detalles eran muy vagos, dos aspectos me llamaron la atención. Cogí la agenda y llamé a Javier Jiménez, presidente de la Asociación para la Investigación, Prevención e Intervención del Suicidio. Era jueves a mediodía y estaba preparando la comida a sus hijas.
-¿Por qué alguien busca compañía para suicidarse? ¿dónde queda la soledad y el aislamiento?
-Bueno, si quieres hablamos hipotéticamente…
Le expliqué el caso y Jiménez empezó por Japón, donde la policía navegaba por internet atenta a los suicidas desesperados que no se atrevían a dar el paso solos. Suicidarse da miedo y es importante que siga dándolo. Y donde los gendarmes podían actuar sin necesidad de denuncia previa, al contrario que en España. ¿Y lo de matarse lejos de casa? Dice Jiménez: “Bueno, en algunos casos se trata de eliminar la posibilidad de rescate. Llegan a un hotel y dicen que no les limpien la habitación”. La conversación siguió, pero sin tocar el principio.
Llamé al psiquiatra Enrique Baca, de la Fundación Jiménez Díaz. Estaba ocupado y quedamos para más tarde. Para entretener la espera, ojeé los libros de Joiner, psicólogo de Atlanta. Esta frase: “Aunque la analogía puede parecer chirriante, algunas personas eligen el lugar de su muerte de una forma que recuerda la elección de su luna de miel”. Chirriante, desde luego. Busqué en google los lugares más frecuentados por los suicidas: acantilados robustos, profundas cataratas, puentes art déco y bosques medievales. Todos idóneos para enviar desde ellos una postal. Y volví a llamar a Baca. Según él, en los suicidios en pareja había sobre todo razones económicas y culturales: la muerte del marido y la economía que estrangula, y el pensamiento de acabar juntos lo que juntos se empieza. Luego sintetizó:
-En el suicidio hay sobre todo dos intenciones: huir y dejar marca en los que quedan.
-¿Venganza?
-Hay un componente agresivo, sí.
París parece un lugar demasiado alejado para una venganza, pero quién sabe. El suicidio es una muerte violenta y quizás venganza sea un término demasiado ceñido. Puede ser que algunos suicidas tengan la deferencia de evitar a sus allegados la visión fatal. Y es probable que, a otros, la búsqueda de soledad les empuje tan lejos que el suicidio les alcance a muchos kilómetros de casa. E incluso, como sostiene Joiner, que la belleza sea un factor importante para algunos a la hora de escoger un lugar donde morir. Como quien, en vida, decide alquilar una cabaña frente al lago. Desentrañar las intenciones suicidas es una tarea difícil e inacabada. Así que lo dejé y me puse a cumplir el recado de Baca:
-Mírate el artículo de Nature del mayo pasado. Número 509, 421-423. Sacarás ideas.